Por: Juan Pablo Vasconcelos

1. No hay ofensa más grave para los ciudadanos que insultar su inteligencia. Creer por ejemplo que evadiendo la letra de la ley, publicitando su imagen de forma subrepticia, los aspirantes a candidatos en las próximas elecciones convencen a alguien. No lo hacen. Los ciudadanos ya tenemos experiencia en estas lides y sabemos que es más grave violentar el espíritu de las leyes que la gramática.

Deben saber los aspirantes que posiblemente las leyes dejen márgenes de maniobra amplísimos para su actuación, pero es precisamente en esos márgenes donde se ponen a prueba sus principios, su vocación democrática y sus auténticas intenciones.

Ellos saben que no puede haber una ley para cada caso. Pero es precisamente en los casos no previstos donde otro tipo de códigos prevalecen, incluidos los de la ética y la buena política.

De hecho, la voluntad que imprimen en torcer las normas para aprovechar sus lagunas, no hace más que premonizar lo que podrían hacer en caso de ser elegidos. Si ahora mismo buscan vericuetos para evadir el espíritu de las leyes, qué podremos esperar para entonces.

Sin embargo, no tengo duda en la inteligencia de los electores del 2013 que, ya experimentados y convencidos del valor de su voto, han de sancionar con éste a quienes así lo consideren. Creerlo de otra manera, es seguir considerando la minoría de edad como nuestra condición imperecedera.

No lo creo así, después de haber comprobado la posibilidad de la alternancia y la libertad de elección en el sufragio, ya no somos los mismos.

 

2. Es imposible gobernar bien si no se aplican las mismas reglas para todos. El distingo en la aplicación de la ley afecta directamente la credibilidad de las instituciones, la certidumbre y, por lo tanto, el consenso político, el apoyo y soporte popular en las acciones de gobierno.

Si algunos de estos tres factores o los tres se debilitan, las condiciones de gobierno se hacen casi imposibles para cualquiera. Por ello, la posición intransigente de los normalistas y de ciertos miembros de la Sección XXII ha puesto en una disyuntiva sumamente delicada al gobierno estatal en turno, pues se trata de hacer un intercambio de aliados a medio camino: o seguir con los mismos afines de 2010 o fomentar una opinión pública difusa, y no siempre consistente, que exige castigo en un momento pero que al siguiente se conduele y califica la aplicación de la ley como represión.

Por ello, en los ‘principios están los fines’ como reza el adagio. La aplicación de la ley es condición y no opción desde el inicio del gobierno. De no ser de esta manera, el callejón cancela su salida y llegamos a él sin opciones.

El gobierno estatal debe considerar estas circunstancias con toda seriedad pues el problema radica en que cuando se debilitan los elementos de la credibilidad y el consenso, muy pronto se suelen contagiar otras áreas sensibles. Al no haber consenso, la ciudadanía comienza a cuestionar cualquier leve movimiento hasta llegar a límites insospechados: ¿Porqué recibo una sanción por estacionar mi auto en doble fila si no hay castigo alguno para quienes secuestran camiones y autobuses? ¿Porqué yo no tengo derecho a una plaza vitalicia como ciertos profesores? ¿Cómo me garantiza el gobierno que el impuesto que pago se utiliza en servicios públicos y no en financiar privilegios sindicales?

De hecho, la reciente explicación oficial sobre la falta de pago a los proveedores estatales refuerza la última hipótesis: los proveedores no reciben sus pagos porque el recurso está destinado a aquellos, a los mismos que impiden la multiplicación de la riqueza con bloqueos, marchas y violencia.

Dice otro adagio: ‘Lo peor de lo malo, no es lo malo, sino que se pega’, y la ingobernabilidad puede contagiar sectores impensables, produciendo secuelas hasta culturales. Un ejemplo es la aparente normalidad de los movimientos magisteriales de mayo, lo cual incentiva la desidia y el conformismo social.

 

3. La polarización social tiene beneficiarios, y no son los ciudadanos. Tampoco está claro quiénes pueden ser a final de cuentas los beneficiarios del encono, de este renovado oleaje del rencor y el insulto.

Sin embargo, está claro quienes no son: los auténticos trabajadores de la educación (que los hay muchos) y que cada día pierden su personalidad intrínseca de ejemplos y orientadores; pierden los normalistas, que a medio y largo plazo verán cómo dejaron ir la extraordinaria oportunidad de ser mejores personas e instructores de nuevas generaciones. Se darán cuenta que sacrificaron lo más y mejor, a cambio del diezmo a sus líderes, la quincena y el corto plazo.

Pierden los ciudadanos y la niñez. La economía. El estado y el gobierno. ¿Quiénes no pierden?…

Entre tanto lo develamos (eso termina por saberse con el tiempo y 2006 está como botón de muestra), debemos ser socialmente muy cuidadosos con los detonadores que encendemos y con los infiernos que producimos. Ya hemos tenido pasajes en los cuales dejamos que el fuego se desbordase y seguimos padeciendo las consecuencias.

Seamos serios. No perdamos el equilibrio entre el deseo de ir a mejor y la perspectiva de nuestros innegables padecimientos. Seamos críticos, pero también colaboremos con la solución y no con el problema.

Por supuesto, si esto es lo que nos exigimos como ciudadanos responsables, entonces es lo mínimo que debe exigirse a las partes en diálogo (sic): seriedad, autocrítica, visión de estado.

También hay que decir, finalmente, que la polarización social en Oaxaca tiene un ingrediente adicional y muy particular: no se está presentando porque haya un proyecto que quiera imponerse sobre otro diametralmente opuesto. Eso es lo que quiere hacerse creer, pero no hay indicios de así sea.

Lo interesante está en que no hay un proyecto, y si lo hay, no se defiende a fondo y con la convicción debida. Por lo tanto, también se abona al conflicto y a la polarización cuando no se toman posturas claras y determinantes, pues se crean vacíos en busca de ser reparados.

Para evitar la polarización hay que crear consensos; y los consensos se logran alrededor de un proyecto firme. Es necesario en Oaxaca un proyecto urgente, así como  ideas y acciones firmes para defenderlo e impulsarlo.