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Columna Indicio Esmeralda, por Jarumy Méndez

Ser solidario es una cualidad del ser humano que nos involucra y nos acerca a la otredad.

La solidaridad nos muestra la capacidad de entender que, por encima de deseos propios, existen una serie de valores o aspiraciones comunes entre individuos de una colectividad. Es más fácil vivir la solidaridad cuándo hay aprecio, vínculo e identidad con un grupo o comunidad.

En Oaxaca, por ejemplo, la comunalidad es parte del misticismo de este estado con prácticas que reflejan ese vínculo solidario como el tequio o las mayordomías.

El problema se presenta cuando hay un principio que nos invita a ser solidarios con un grupo de personas a las que nunca hemos visto, ni tienen rostro ni nombre, ni ocupan un tiempo ni un espacio específico en el futuro. Pensar más allá de nuestra generación, en generaciones dentro de cien años, por ejemplo, es un ejercicio que débilmente se instala en nuestra mente algunos segundos.

Durante mucho tiempo ese ejercicio de proyección hacia el futuro tenía que ver con desarrollo industrial y tecnológico, las generaciones anteriores colocaban entre sus principales aspiraciones el alcanzar el “progreso” de la humanidad, concepto muy ligado a la producción y acumulación de riqueza y al ideal de sociedad de consumo que trajo consigo el capitalismo: “entre más cosas tengas serás más feliz”. Antes no lo sabíamos, pero ahora, seguir pensando así resultaría un acto injusto y egoísta con las generaciones futuras pues supondría el colapso ambiental del planeta.

La solidaridad intergeneracional aparece como un principio internacional que los países comenzaron a adoptar a partir de 1987 y que forma parte del concepto marco de Desarrollo Sostenible que apareció en el informe de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo titulado “Nuestro futuro común”.

En este informe se lanza un principio rector y una meta ambiciosa en el siguiente enunciado: “el desarrollo sostenible se entiende como la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”.

Entonces, ¿Cuáles son nuestras necesidades como generación presente? ¿Cómo podemos comprometer que las generaciones futuras satisfagan sus necesidades? Sin duda, responder estas interrogantes ha sido motivo de diversos diálogos mundiales y del esfuerzo de diversos sectores, sobre todo el científico, por hacer escuchar su voz, alertándonos de los graves peligros que enfrenta la humanidad ante el cambio climático.

Existen actualmente documentos y acuerdos internacionales que establecen límites a nuestra generación pensando garantizar el futuro de las siguientes generaciones como la Agenda 2030 o los Acuerdos de París.

En nuestros días, entender la solidaridad intergeneracional se traduce en un deber global por acceder a la justicia climática pues el cambio climático representa una amenaza apremiante y con efectos potencialmente irreversibles para las sociedades humanas y el planeta.



Bajo este principio inmerso en los acuerdos internacionales en materia ambiental, la solidaridad intergeneracional se convierte en una fuente de derecho como principio internacional de derecho ambiental, que a través de nuestro sistema jurídico debe ser recogido en las interpretaciones y resoluciones que los juzgadores realicen y que se encuentra en nuestra legislación ambiental en diversas disposiciones preventivas.

Esto resulta sumamente importante, pues de nada sirve que como individuos logremos estar sensibilizados con la situación climática y modifiquemos hábitos, si las decisiones de los gobiernos de los países privilegian e incentivan actividades identificadas por los científicos integrantes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático como aceleradoras del calentamiento global por las emisiones de gases de efecto invernadero que generan.

De ahí que la transición energética es una necesidad y un derecho de las futuras generaciones, pues es el sector energético el que marcará la diferencia para lograr limitar el calentamiento global a 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales. De no hacerlo, estaríamos comprometiendo ese futuro común por los efectos irreversibles de llegar a niveles por encima del 1,5 °C en la temperatura del planeta.

Llevar la solidaridad intergeneracional a una obligación de los gobiernos mundiales ha sido una lucha que se libra en el campo del Derecho Ambiental, en nuestro país, principalmente desde el máximo tribunal de la nación, dónde las interpretaciones judiciales han marcado importantes precedentes en limitar el poder político y el poder económico. Esta semana, por ejemplo, la Suprema Corte de Justicia anuló elementos centrales de la política energética del actual gobierno por violar el marco constitucional en materia de libre competencia, sustentabilidad, operación de la industria eléctrica y transición a energías limpias.

La solidaridad intergeneracional y el desarrollo sustentable no son frases o conceptos bonitos que adornan los discursos de funcionarios o políticos, son principios del derecho humano a un ambiente sano de las futuras generaciones que no puede arrebatar la indiferencia y el egoísmo de unos cuántos. Las políticas ambientales, climáticas y de sustentabilidad no son un accesorio de cada sexenio, modificar la Constitución, como pretende el presidente, para poder seguir con la construcción de las refinerías y su política energética, solo evidenciaría ignorancia, terquedad o perversidad.

Por eso, la renovación del Congreso de la Unión importa en materia de justicia climática, porque es el contrapeso a decisiones que ponen en riesgo el futuro de la humanidad. Tómenlo en cuenta ahora que empezarán las campañas, que cada voto sea un voto por el clima y por las futuras generaciones.

@jarumymendez

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