Por: Jaime Palau

Tradición Perdida.

Hasta hace unos veinte años, cuando un jugador lograba conectar un cuadrangular, el líder de la porra del equipo se subía al techo de la caseta, se asomaba y le pedía la gorra al responsable del gran batazo para organizar una colecta de dinero entre los aficionados y regresársela como premio por la alegría otorgada.

Mientras más imponente o decisivo hubiera sido el homerun, mayor la cooperación. Esa tradición se ha ido perdiendo con los años, en primer lugar ya no sobra el dinero como antes, no es barato acudir a todos los juegos, máxime si se compra un refresco o dos, algo de comer o se acude con varios miembros de la familia; segundo, las mallas de protección impiden acercarse a los jugadores y tener contacto físico con ellos.

Finalmente, los peloteros se han ido profesionalizando con los años, cada vez ganan más dinero, cuidan su forma física y el no tener distracciones, por lo tanto, es casi imposible conseguir una charla o un autógrafo durante el juego, mucho menos pedirle que te pase una gorra por algún hueco entre la malla. Solo después de terminado el juego y antes de subir a su autobús, es el momento de cazar la firma de los ídolos.

Como Santo Impávido.

En 1996, en la primera temporada de su historia de los Guerreros de Oaxaca, se recibió la visita del equipo Saraperos de Saltillo, cuyo mánager en ese momento era Roberto Castellón Yuen, (buen segunda base en sus tiempos de jugador y excelente entrenador, su récord fue de 718 partidos ganados en temporada regular y 25 en series de playoff, lo que da un total de 743 victorias en Liga Mexicana de Béisbol, números nada despreciables).

En el segundo juego de la serie, lanzaba por Saltillo un norteamericano de nombre Mark Zappelli. Después de realizar varios envíos de la pelota muy cercanos al cuerpo del bateador guerrero, el ampáyer lo expulsa por interpretar que había intentado golpearlo, molesto el pitcher discute gesticulando e insultándolo. Cuando lo convencen de retirarse, se mete a su caseta y empieza a lanzar al terreno de juego todos los bates, pelotas, cascos, arreos, hieleras y lo que encontraba mientras Castellón aguantaba como santo impávido, parado en los escalones, con el codo izquierdo apoyado en su rodilla y la mano sosteniendo el mentón, mirando hacia el campo. No hizo ningún gesto, solo que al día siguiente, el norteamericano estaba, con sus maletas en la mano, abordando un vuelo de regreso a su casa.

Nos demuestra que en este deporte se requiere disciplina y el líder debe tomar las decisiones con la cabeza fría y pensando en el bien del equipo, por eso fue siempre un triunfador, porque sabía que ningún jugador es tan importante por sí solo, el éxito se logra con la suma de esfuerzos y el talento colectivo.