Por: Adrián Ortiz Romero

+ Ciudadanos, nada que reclamar a legisladores

Ahora con la aprobación en lo general de la reforma a la Ley Federal del Trabajo, quedó demostrado que el mundo de los políticos y el de los ciudadanos, son dos que están muy lejos entre sí. Con ese hecho, pocos fueron los realmente convencidos de que lo que se había hecho era lo correcto, y muchos se dijeron inconformes y hasta traicionados por esa decisión. Lo cierto es que, más allá de eso, los ciudadanos no tenemos nada que reclamar a nuestros legisladores porque nosotros mismos nunca les preguntamos qué visión tenían, a nivel personal y de partido, sobre los temas torales de nuestra nación, y porque tampoco les exigimos una conducta en específico como nuestros representantes.

En efecto, en este espacio advertimos en no pocas ocasiones sobre los riesgos de elegir, a ciegas y en silencio, a nuestros representantes populares. Ese silencio y esa falta de visión, radicaba en el hecho de que, en general, los ciudadanos hemos confundido la naturaleza política de las campañas políticas, y únicamente la hemos reducido a los actos multitudinarios, al proselitismo electorero y a la dotación de enseres, despensas y dinero a cambio del voto.

Esas han sido fórmulas efectivas a partir de las cuales los políticos ganan y cultivan su “voto duro”. Ese núcleo de electores es el más riesgoso, irreflexivo e inopinado de todos, pues únicamente decide el sentido de su voto en función de la conveniencia del momento. Y lo más grave, es que hoy es indistinto en los partidos el fomento de votantes cautivos que votan a cambio de algo. Junto a ellos, hay otros ciudadanos que únicamente deciden el sentido de su voto por su militancia partidista, aunque de ella no conozcan ni sus principios ni su plataforma política ni los temas que en ese momento esté proponiendo o defendiendo ante los poderes constituidos.

Idealmente debiera haber más ciudadanos preocupados por definir claramente el sentido de su voto, de acuerdo a sus conveniencias e intereses. Siempre, en las campañas de promoción del voto y de las prerrogativas políticas que tenemos como ciudadanos, se invita a que nos interesemos en lo que proponen quienes aspiran a gobernarnos o representarnos, y a que sea en función de eso —y no de la coacción o compra del voto— que definamos el sentido de nuestro sufragio.

Lamentablemente, esa masa de votantes reflexivos es la menor. Y de eso, y del voto duro, y del abuso de los slogans para evitar hacer propuestas y compromisos claros, es de lo que se valen nuestros diputados y senadores para finalmente sentir que su presencia en el Congreso está dada como un cheque en blanco, y que tienen total autonomía frente a los ciudadanos —no así ante sus partidos— para votar y decidir sin tener que tomar en consideración el sentir y la opinión de quienes esencialmente los mandataron para llegar a sus cargos legislativos.

 

LA CULPA ES DE TODOS

¿Cómo podemos exigir hoy mejores conductas a nuestros diputados, si nosotros mismos evitamos escucharlos cuando estaban en campaña? Es evidente que de ahí parte todo. Y que de todo eso, son tan responsables ellos que nos engañan, como nosotros los ciudadanos que deliberadamente permitimos que en México se siga haciendo política con engaños y sin compromisos, como la que llevó a esta legislatura a un grupo completo de políticos que esencialmente vieron por el interés de sus partidos, y no de todos los mexicanos a los que representan.

Si aún no lo creemos, vayamos por partes y veamos cómo independientemente de que nuestros diputados por Oaxaca hayan votado a favor o en contra de la reforma laboral, nosotros los ciudadanos no conocimos ni sus propuestas ni su visión de temas como este. Si atendemos a la mayoría de diputados que representan a nuestra entidad, primero tendremos que ver a los del PRD y las fuerzas de izquierda. Ellos, como todas sus bancadas, votaron en contra. Y, sin embargo, quedan algunas preguntas:

¿En alguna ocasión escuchamos, por ejemplo, a Hugo Jarquín como candidato, hablando de la urgencia de una reforma laboral que privilegiara el sentido de los trabajadores, o que prohibiera los actos abusivos por parte de los patrones? Si aisladamente la respuesta fuera positiva, habría otra: ¿si sí lo hubiera dicho, habría también propuesto una solución sólida y viable para sustentar su propuesta? La respuesta a la primera pregunta es, sin embargo, “no”. Y de la segunda ya ni nos ocupamos. Pues Jarquín y todos los demás diputados de las fuerzas de izquierda únicamente se montaron en la figura de Andrés Manuel López Obrador para que la gente votara por ellos sin hacer campaña y sin comprometerse a nada con los oaxaqueños.

Ahora vayamos al PRI. Sólo tenemos tres legisladores federales por la entidad, dos de los cuales (Martín Vásquez y María de las Nieves García Fernández) fueron electos por la vía plurinominal. El tercero, Samuel Gurrión, sólo representa uno de los once distritos en que se divide la entidad, y quién sabe si entre sus electores en alguna ocasión haya hablado de la reforma laboral y de la visión que él tenía sobre ese asunto. Quién sabe si no habrá sido con eso que cautivó a todos los que votaron por él.

Y qué decir de nuestros flamantes senadores. Tanto Benjamín Robles Montoya como Eviel Pérez Magaña hicieron campaña proselitista a través de una serie de propuestas contradictorias y equivocadas, quizá porque lo que imaginaban era que su proselitismo era con miras a gobernar la entidad y no para ser Senadores de la República. De ellos escuchamos discusiones anodinas hablando de generación de empleo, de economía, de desarrollo social y de combate a la pobreza, pero nunca sobre qué pensaban sobre las reformas estructurales que necesita el país, y particularmente sobre temas como los que ahora mismo se discuten en las dos cámaras del Poder Legislativo federal.

 

¿INOCENTES? NO

Eso no los excluye de su responsabilidad histórica. Todos son parte de la decisión que ya está prácticamente tomada sobre la reforma laboral. Lo menos que deberían hacer, ante eso, cada uno de nuestros diputados y senadores, es dar la cara ante nosotros los electores y explicar no sólo las “bondades” de su reforma, sino también por qué votaron por ella y por qué están convencidos de que esa fue la mejor decisión para los trabajadores, y para el país. Seguramente no lo harán. Ellos están convencidos de que legislan con un cheque en blanco dado por sus electores. El problema es que, aunque nos moleste, muchos de nosotros pensamos lo mismo.