Por: Miguel Carbonell

IIJ UNAM

México está frente a un peligroso cuello de botella que puede detener el desarrollo del país durante décadas y borrar de un plumazo todo lo que hemos avanzado en bienestar social. Si no resolvemos de manera urgente el desabasto de energía por medio de una reforma constitucional y legal rigurosa, estaremos ante las puertas de un gran desastre nacional.

Durante décadas hemos dependido, para financiar el gasto público, de la renta petrolera. Todo los datos disponibles señalan que el petróleo se acaba a gran velocidad. Entre 1999 y 2012 las reservas de crudo disminuyeron 23%. Mientras que EU cada vez produce más petróleo como resultado de la exploración en aguas profundas y ultraprofundas, pero sobre todo por la técnica llamada shale oil, nosotros vamos declinando a un ritmo estratosférico.

En 2004 fuimos capaces de producir 3 millones 383 mil barriles diarios; en 2013 las proyecciones indican que rozaremos apenas 2 millones 544 mil. La caída es brutal y todavía no la sentimos porque los precios internacionales se mantienen muy altos, pero si llegaran a bajar un poco, tendríamos que aplicar drásticas medidas de austeridad en el gasto público: se cerrarían escuelas y hospitales, se despedirían funcionarios públicos, se eliminarían programas de apoyo a las personas más pobres, se aumentarían los impuestos, etcétera.

En 2012 en EU se perforaron 9 mil 100 pozos en yacimientos de shale oil y shale gas, en México fueron apenas tres. Durante ese mismo año Estados Unidos perforó 137 pozos en aguas profundas y ultraprofundas, México apenas seis. Y el problema no es solamente el petróleo, sino también el gas que utilizamos para calentar nuestra comida, para bañarnos y mover nuestra industria. Durante 1997 importábamos sólo 3% del gas que consumíamos; actualmente importamos cerca de 33%.

De hecho, el Sistema Nacional de Gasoductos alcanzó su tope de capacidad en noviembre de 2012. En el primer semestre de 2013 se han generado 13 alertas críticas, las cuales pueden dar como resultado el desabasto de gas en buena parte del país. La capacidad de transportarlo está hasta el tope. El futuro nos alcanzó.

Hoy tenemos la capacidad de transportar 5 mil millones de pies cúbicos de gas diariamente; para 2026 necesitaremos transportar más de 8 mil 400 millones de pies cúbicos. O nos ponemos las pilas para invertir en gasoductos o terminaremos bañándonos con agua caliente una vez por semana en las ciudades del país.

Un tercer tema relevante en materia de reforma energética es la gasolina. En 1997 importábamos 25% del consumo nacional. Hoy importamos 49% y todo indica que esa cifra seguirá subiendo en los próximos años. Eso nos cuesta una millonada enorme, como resultado de que no tenemos capacidad de refinación en el país. Es absurdo que saquemos tanto crudo, lo llevemos al extranjero a que lo refinen, lo compremos mucho más caro en forma de gasolina y paguemos para que lo transporten de vuelta a México.

La importación neta de petroquímicos le costó al país 14 mil 500 millones de dólares en 2012. Es el costo de tantos años de demagogia y de cerrar los ojos ante lo evidente. Lo que sucede es que el futuro ya llegó, nos guste o no. Ahora estamos obligados a actuar y a hacer una profunda reforma energética, si queremos tener un país con futuro.

Y por si fuera poco todo lo que llevamos dicho, hace falta agregar que persiste el robo de gasolina a través de tomas clandestinas por todo el país. En el 2012 fueron detectadas mil 744. Tenemos poco combustible, nos cuesta muy caro y todavía hay algunos aprovechados que se lo roban. Es el colmo. Como ciudadanos, deberíamos exigir de manera muy firme que el gobierno y el Congreso trabajen lo antes posible en el diseño de una reforma energética profunda y no meramente cosmética. Obviamente, una reforma de esa naturaleza va a afectar a intereses creados, comenzando por los del sindicato de Petróleos Mexicanos y su muy cuestionable dirigencia.

Pero lo que está en juego es demasiado importante. O tomamos las decisiones correctas lo antes posible, o el futuro nos pasará por encima y volveremos a ser el país pobre y subdesarrollado que hemos sido durante tanto tiempo. El avance que hemos logrado se puede borrar en pocos años. ¿Estarán nuestros políticos a la altura del reto o seguiremos retrasando la toma de decisiones que urgen al país?