eloriente.net

15 de agosto de 2013

Por: Juan Pablo Vasconcelos

La mayoría de las instituciones de gran envergadura sufren del mismo dolor: resultan el culpable de todos los males que aquejan a sus respectivos sectores. Si hay un niño sin escuela, la Secretaría de Educación Pública en su conjunto debe responder; si un soldado hace un escándalo en vía pública, la Defensa debe ser puesta en el banquillo; si un profesor afiliado al magisterio resulta un delincuente, entonces toda la organización paga la sentencia del juicio sumario y popular.

Las instituciones reciben culpas ajenas, cargan con responsabilidades que no tienen, gastan tiempo y esfuerzo aclarando que una buena parte de los asuntos que se les achacan no les corresponden.

Sucede por ejemplo con la Universidad Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), a la que se le toma como la responsable plenipotenciaria de que los jóvenes del estado tengan la oportunidad de estudiar una carrera. Es más, se le reitera no en pocas ocasiones el mote de “máxima casa de estudios”, para imprimir todavía mayor severidad al hecho de que la UABJO debe, por su historia, por ser la cuna del Benemérito de América, por su tradición liberal, brindar todas las respuestas habidas, y aún las no habidas, a la juventud del estado.

Nada más inequitativo, injusto, desequilibrado, que tales afirmaciones.

Y no porque la Universidad no deba estar a la altura de las exigencias de Oaxaca, un estado por debajo de la media nacional en casi todos los indicadores educativos.

Sino que resulta inequitativo porque la Universidad no recibe desde hace muchos años la atención social que merece. La comunidad ha permitido que su “máxima casa de estudios” se busque en soledad las soluciones a múltiples problemas y chantajes, incluyendo los sindicales y los clientelares.

Una sociedad que ha sido permisiva con el deterioro de la Universidad no puede exigirle a ésta que continúe forjando los profesionistas que dice anhelar.

Son injustas y desequilibradas porque la propia institución ha debido sortear por sí misma y sin el respaldo del estado sus continuos dilemas políticos. Los poderes públicos (ejecutivo y legislativo en particular) han sólo administrado los problemas que les deriva la Universidad, unas veces por ‘prudencia’, otras por ignorancia o por falta de un proyecto educativo claro y definido.

Es evidente que no coincido con quienes responsabilizan solamente a la Universidad de las no pocas dificultades que atraviesa. Por el contrario, creo que hemos sido tanto la ciudadanía, los gobiernos y otros sectores, irresponsablemente omisos para con una institución que, en su carácter público, le atañe a todos y no solamente a trabajadores, estudiantes y académicos.

Un renovado impulso de la intervención social en la Universidad es quizá la principal tarea que debemos acometer los ciudadanos.

En este sentido, sus más de 22 mil alumnos estarían esperando  que así como le exigimos a la UABJO todas las respuestas, colaboremos con la misma a solucionar una serie de dificultades administrativas que enfrenta. Para poner un ejemplo: en las universidades públicas de Oaxaca, el número de alumnos por cada profesor de tiempo completo asignado da en promedio 19 alumnos por profesor. En el caso de la UABJO, hay 58 estudiantes por cada profesor de tiempo completo.

Y así como colaboración e intervención en la solución de sus problemas, estarían esperando el reconocimiento respectivo en los asuntos que presentan ya avances certificables. Por ejemplo, la recientemente abierta Licenciatura en Historia del Arte, cuya necesidad era impostergable en un estado puntal en la materia como el nuestro. Lo mismo, en el caso de los 15 programas académicos que se encuentran certificados en excelencia por parte del Consorcio de Universidades Mexicanas (CUMEX).

Le escuché decir al rector Eduardo Martínez Helmes hace días que una prioridad en su periodo al frente de la Universidad es fortalecer un “nuevo estilo de gobernar la Universidad”.

Comprendo que este estilo debe impulsar decididamente la intervención social en la Universidad, la vinculación, la universidad abierta a la comunidad como una forma de blindaje ante sus propios monstruos y como una oportunidad de reivindicación ciudadana ante una institución a la que exigimos mucho pero en la cual participamos poco.

*El autor es Magister en Gestión Cultural por el Instituto José Ortega y Gasset.

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