+ Nulo, diálogo político en Oaxaca: no hay oficialismo real, y menos oposición

(www.eloriente.net, México, 4 de mayo de 2015, Por: Adrián Ortiz Romero. Al Margen).- La queja fácil, el lugar común, indica que en Oaxaca las campañas proselitistas “no prenden”. Todos se quedan en eso, como si el hecho de que una campaña política fuera eficaz radicara en enganchar a la gente para que se sume a la euforia de los momentos electorales. No entienden que, en las campañas, el apelar a las emociones es una apuesta riesgosa, y que más bien lo que tendrían que buscar es el interés político real. Nada de eso existe. Por eso las campañas no prenden, porque resulta que todos ven, pero nadie asume, que aquí el diálogo político es sólo una fantasía.

En efecto, por todos lados abundan las quejas respecto a que las campañas parece que no están ocurriendo. En los 11 distritos electorales hubo una selección rara de candidatos a las diputaciones federales, y quizá a partir de eso podría comenzar a entenderse por qué existe poco interés en la ciudadanía. En los partidos, y en sus respectivas disidencias, se acusa que no se hicieron las elecciones correctas. Que los candidatos no tienen “arraigo” ni trabajo político. Y que, en resumen, las campañas “no prenden” porque a los abanderados nadie los conoce, y menos los respaldan.

Frente a esta realidad, la pregunta que tendría venir es la siguiente: ¿basta con que un candidato sea conocido, para que una campaña “prenda”? Y la respuesta que ofrecería cualquier político sería que no, que el interés de una campaña radica en cuánto dinero y dádivas sea capaz de repartir. Según ellos, ese es el mecanismo real a través del cual se puede ganar una campaña, y es el camino que todos deben de seguir para —según ellos— lograr que el proselitismo genere interés entre las personas.

Esa lectura puede ser cierta, aunque sólo parcialmente. Todos sabemos que las campañas basadas en el reparto de dinero, en las dádivas, y hasta en la coacción del voto, sólo funcionan en las zonas marginadas o en algunos espacios en los que la misma gente está acostumbrada a votar a cambio de algo. Sin embargo, hoy lo que todos también reconocen es que ese (que ahora es lo que pasó a ser el “voto duro” de cada partido) es insuficiente para ganar una elección.

Todos, en absoluto, para conseguir el resto que necesitan para ganar, deben ir a tratar de conquistar el voto volátil (o voto útil, como se le ha llamado en otros procesos electorales) de la gente que sí vota pero sin dádivas de por medio, sino por algún tipo de convicción o convencimiento con el partido o candidato. Es ahí justamente donde las campañas “no prenden”.

Y es así, porque resulta que en Oaxaca el diálogo político es nulo, y por eso ninguna de las fuerzas políticas —y qué decir de los candidatos, que están francamente perdidos— tiene capacidad de articular un discurso que sea capaz de generar cuando menos un poco de interés entre la ciudadanía. Hoy las fuerzas políticas pagan el enorme costo moral y político de no haber podido establecer una relación de altura como gobierno, como oposición, y como parte de una alianza. Y por eso hoy no les queda más que acudir a la dádiva para generar el interés que no encuentran en lo genuino, o resignarse a tratar de dar la batalla en una elección a la que ni siquiera quieren acudir con el pedestre recurso de las estructuras electorales y la compra de votos.

EL DIÁLOGO, EXTRAVIADO

Los partidos políticos —oficialismo y oposición— tienen, con el gobierno, una alianza irrompible, pero en la que sólo caben sus intereses y no sus posiciones. El gobierno ha necesitado de una alianza de fuerzas políticas para mantener su estabilidad, pero ésta sólo ha existido para lo esencial, porque los mismos partidos no han estado dispuestos a asumir ni la responsabilidad más mínima por los tumbos que da el gobierno.

La realidad es elocuente: el gobernador Gabino Cué controla apenas una parte del gabinete de gobierno; los partidos integrantes de la coalición (PRD, PAN y PT) tienen sus respectivas parcelas en varias de las secretarías del gobierno estatal, e incluso han llegado al extremo (como en el caso del impresentable Daniel Juárez en la Secretaría del Trabajo, aunque no es el único) de exigir que se respeten sus espacios independientemente de la fama pública, los resultados, o las acusaciones que pesan sobre sus funcionarios.

¿Qué significa todo eso? Que lejos de aquella vieja promesa de hacer un gobierno de coalición (en el que se entiende que hay corresponsabilidad del gobernante electo con los partidos a los que se alía para cogobernar juntos), lo que hay es un régimen de partidos que lo que ha hecho es venderle protección —como la delincuencia organizada— al Gobernador del Estado a cambio de que éste les permita decidir a placer dentro de sus respectivas parcelas políticas dentro del gobierno. En esa dinámica se entiende, por ejemplo, el egoísmo que encierra el hecho de que, para la misma alianza, la victoria electoral por la que ganaron el gobierno sea un triunfo compartido, pero la responsabilidad y el costo político de gobernar sea sólo de Gabino Cué.

Si todo eso es trágico, la relación con la oposición es desastrosa. El PRI, en estos casi cinco años de gobierno, es un partido que jamás ha sabido ser oposición. No lo ha sido porque no ha sido capaz de generar posiciones,  discurso, y resultados, como contrapeso del poder público; no ha sido propositivo, ni crítico, ni desequilibrante.

Ha llegado al grado, incluso, de quedarse callados frente a los excesos que se cometen desde el poder en los tiempos electorales. ¿Alguien vio al PRI, por ejemplo, inconformándose como bloque en contra de las audiencias públicas que el gobierno está organizando en medio del proceso electoral, en varias de las regiones del Estado en donde coincidentemente tiene fuertes intereses en que sus partidos aliados ganen los distritos?

En la respuesta a ello, puede también verse cómo en realidad la gente que no milita, pero que sí espera algo de los partidos, tiene un ánimo tan apagado frente al proceso electoral. Sabe que no puede esperar nada de quienes no han dado ningún tipo de resultado. Sabe que no hallará partidos coaligados que puedan ofrecer un buen gobierno, y tampoco una oposición a la que se le pueda confiar el deber de contrapuntear al gobierno. Ello hace perfectamente entendible que las campañas “no prendan”.

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