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(www.eloriente.net, México, a 29 de febrero de 2016, por Carlos Spíndola).-

Imaginad lo que será el continente cuando escuche a Rimsky-Korsakov, a Mozart o a Beethoven.

José Vasconcelos.

Estamos en la segunda década del siglo XX. Es la sala de conciertos Gaveu, en pleno corazón parisino. El programa de mano anuncia: Sadkó, ópera en siete cuadros de Nicolai Rimsky-Korsakov. Se abre el telón y, pasada la obertura, unas fanfarrias anuncian una alegre fiesta. Son  los mercaderes de Novgorod  que cantan con toda alegría:

“…Solo Novgorod es más gloriosa que Kiev, 

no solo por su comercio, ni por sus tesoros de oro, sino por el entusiasmo de su pueblo y su libertad,

no tenemos grandes boyardos,

no tenemos príncipes venerables,

no tenemos comandantes terribles,

en la gran Novgorod cada uno es su propio amo”.

En la sala Gaveau hay, entre el público, un escucha que no despega los sentidos ante lo que ve, siente y escucha. Absorto en todo momento, no deja escapar nada de lo que está frente a él. Lágrima tras lágrima toma nota de elementos que le son fuente de inspiración para su obra pública y privada. José Vasconcelos es ese escucha y clama para sí: ¡Viva, Rimsky- Korsakov! Termina el coro de mercaderes. Los trombones acentúan los acordes junto con los platillos y la respuesta de las trompetas. ¡Feria total!

La ópera Sadkó (1895-96) posee todos los elementos que la estética vasconcelista pregona: espíritu dionisíaco, explosión de vida, lozanía, juventud y fantasía. El impacto fue tal para el filósofo oaxaqueño que le llevó a dedicarle un ensayo breve titulado La redención por la música y que fue incluido dentro de su Sonata Mágica (1933). El mismo Vasconcelos describe en estos términos a Sadkó:

“…es una gran música llena de brío, vibrante de júbilos. Un arte desmesurado, es decir, un arte. Desde que suenan los primeros aires se siente que no hay medida, ni timidez académica; nada de cálculo: inspiración pura y alegría sin freno, triunfo y alegría de lo desorbitado.»

En su libro de la Estética (1936) Vasconcelos define, con toda claridad, su credo relativo a la relación entre belleza y acción. El arte y lo hermoso no pueden estar distanciados de nuestras vidas como entes privados y públicos. A esto, él le llama el a priori estético. Y, dentro de la categorización de las artes, la música ocupa un lugar preminente, ya que es acompañante fiel dentro de la escala de valores del espíritu, a saber: lo dionosíaco, lo apolíneo, lo estético y lo místico. Al respecto, Vasconcelos veía así la materia sonora: “El tema del músico está en las profundidades del misterio humano…la música es la ley del espíritu en su ascensión a lo Absoluto”.

Después de escuchar la ópera Sadkó, Vasconcelos mismo reconoció haberle dicho a Álvaro Obregón que se necesitaba este tipo de espectáculos para cambiar la mentalidad de los mexicanos y, con ello, pasar de una cotidianidad plena en frustraciones a otra llena de luz y esperanza. El tono político de sus comentarios iba a tono, además, con su propio concepto de lo bello, encumbrado en la unión de oriente y occidente, representado vivamente en la Catedral de Santa Sofía, en Constantinopla. Si dicho edificio sacro era el culmen en arquitectura, en esta tesitura Rimsky-Korsakov lo era en la música. Dice Vasconcelos: “En Rimsky-Korsakov se da un músico indiscutible por la amplitud de sus medios, la valentía de sus creaciones y  la riqueza de sus temas que parecen dedicados a verter el alma oriental en el alma de Occidente”.

A grandes rasgos, la historia de la ópera aquí mencionada trata de las aventuras de Sadkó, un trovador y ejecutante del gusli (instrumento folclórico ruso), quien  para hacerse notar entre su comunidad (Novgorod) hace un pacto con el rey del mundo acuático del lago Ilmen. Éste le ofrece tesoros a cambio de que Sadkó cante para él. Sin embargo, Sadkó rompe su promesa y decide administrar sus riquezas de manera solitaria. La ira del rey de las aguas no se hace esperar y provoca que Sadkó y su tripulación caigan en desgracia, además de la ciudad de Novgorod. Para apaciguar las aguas y salir de la maldición, aparece un místico peregrino quien con su salterio liberta a Sadkó. El retorno de este a Novgorod enfatiza el tono festivo y mágico de la ópera.

Vasconcelos, en realidad, no se distrajo tanto en el libreto como sí en la sucesión de escenas y coros. A pesar de su naturaleza eslava, Sadkó tiene una clara influencia wagneriana, principalmente de Lohengrin (1853), en el uso de espectaculares escenas y grandes masas corales. Rimsky Korsakov fue un compositor encapsulado dentro de la estética nacionalista y más de una obra confirma esto. El uso de material folclórico de carácter orientalista dentro de su producción, así lo confirma. Sin embargo, como profesor de composición e instrumentación dentro del Conservatorio de San Petesburgo, sabía muy bien que Richard Wagner simbolizaba la modernidad de su tiempo y no dejó de asumir su influencia dentro de su producción. Lo grandioso es otro de los puntos comunes entre el primer Wagner y esta ópera rusa. Lo grandioso que se confunde con lo exultante.

Sobre este particular nos menciona Vasconcelos lo siguiente:

“Parece que a través de todo el argumento, el músico (Rimsky-Korsakov) no busca sino ocasiones para dar ser, para descargar fuera de sí todo el caos melódico que le llena el pecho. Son trozos de revelación”. ¿Dónde puede el escucha constatar esto? Tomemos un ejemplo dentro de la ópera, en concreto dentro del cuadro cuarto, donde,  en la plaza central de Novgorod, tres comerciantes extranjeros exponen su argumentación para comerciar con esta población.

Primero, se presenta un comerciante vikingo. Con total tono oscuro por parte de la orquesta (otra influencia wagneriana, esta por parte del Holandés Errante,1843) el bajo barítono canta: “…nacimos en el mar y en el mar moriremos”. Su argumentación compadece y asusta, al mismo tiempo,  a los mercaderes de Novgorod. Luego, sigue un comerciante hindú. “largo canto de amor remoto, densamente teñido de infinito”, en palabras de Vasconcelos. A este canto le acompañan las cuerdas, junto con la flauta, en un afán de arrullo. “Innumerables son los diamantes en las cuevas e innumerables son las perlas en medio del mar, de la milagrosa y lejana India”. A pesar, de lo hermoso de este canto, el pueblo de Novgorod no queda convencido, tras escuchar la historia de un ave fénix con rostro de mujer, que el mismo hindú les cuenta. Llega el último cantor, en este caso es un venciano. “¡Hermosa ciudad, feliz ciudad! ¡Reina de los mares, gloriosa Venecia!» La gente le apoya y se decide por él. Todo el aire fresco de la latinidad está en esta aria. Han sido doce minutos de narraciones fantásticas ininterrumpidas, de embeleso total. “Nos encontramos dentro de un cataclismo armonioso”, exclama Vasconcelos.

En su modelo educativo, Vasconcelos planteaba que este tipo de música era el que debían escuchar los mexicanos y, por tanto, eran la radio o el Estadio Nacional los vehículos de transmisión idóneos para este proyecto. El concepto músicas cósmicas estaba planteado para partituras como Sadkó o el poema sinfónico Scherezada Op.35 del mismo Rimsky-Korsakov, inspirado, este último, en las Mil y una noches.”Si Orfeo hubiese contado con una instalación de radio acompañada de una colección de discos, ya no digo de una orquesta, seguramente le gana a Júpiter el dominio del mundo”,nos dejó escrito Vasconcelos en su libro De Robinson a Odiseo. Scherezada comparte con Sadkó esa misma capacidad de invención melódica. Una a otra se suceden las melodías. El ritmo solo es complemento de la melodía. La atmósfera occidental-oriental puebla el éter sobre el que nos envolvemos.

Por último, es de llamar la atención que una postura tan clara no sea tratada dentro del análisis técnico del vasconcelismo, como si la música no fuera importante en el desarrollo de una pedagogía. Leer a Vasconcelos, decía Antonio Castro Leal, nos hace parecer que los anhelos imposibles, parezcan menos imposibles.Y, precisamente, por ello es que cualquier lector debe estar atento a cada detalle de lo que el maestro de América planteaba. “Filósofo de la emoción”, le llamaba, también, Castro Leal a Vasconcelos. Siendo la música el vehículo más inmediato para las emociones, se hace, por tanto, necesario escuchar a Rimsky-Korsakov, tal y como lo aconsejaba Vasconcelos.

Noviembre de 2012.

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