eloriente.net

16 de enero de 2017

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

 

“Hace algunas semanas publiqué en estas mismas páginas: “Por un Arreglo Cultural”.

Allí, se propone la construcción de un arreglo de convivencia y gobierno centrado en las personas.

Aquí, algunas consideraciones pendientes”.

 

Una de las graves desventajas de las sociedades con rezago es la ausencia de referentes intelectuales fiables y participativos. Para decirlo con la mayor sencillez, son (somos) sociedades donde el tuerto es rey.

Este asunto es de la mayor importancia, porque a la hora de requerir orientaciones, luces, consejo, de forma natural el colectivo necesita acudir a sus referentes públicos en busca de respuestas y, en el caso de las comunidades a las que refiero, se suele encontrar a personajes que responden movidos por la ignorancia o la intuición, en el mejor de los casos, o por los intereses económicos o aún por la vileza, en los peores y más dañinos.

Así, esas comunidades están condenadas a seguir sin rumbo.

Sus brújulas están desvencijadas, trucadas, o ya de plano confunden el norte con el sur. Como cuando un adolescente acude a otro para desentrañar el misterio de la vejez.

Por eso, una de las ecuaciones más importantes para comenzar a remediar el desarreglo cultural en que nos encontramos, es la formación de una masa crítica, un conjunto de personas sólidamente preparadas, que nos ayuden a comprender con mayor claridad el contexto en el que nos encontramos.

Sin ese conjunto de seres humanos, resulta prácticamente imposible contagiar, viralizar, transformación alguna.

Otra vez, no me cansaré de decirlo y escribirlo, la transformación inicia, procede y finaliza en personas.

Personas además tan contadas pero tan significativas que al pasar de los años aún puede recordarse su nombre y apellido, que poseen ciertas cualidades admirables y sobre todo una posición clara en relación con el mundo y sus manifestaciones. Estos conjuntos son los que finalmente crean las épocas de gloria o los tiempos oscuros, las grandes transformaciones o las vanas repeticiones.

Necesitamos desarrollar este conjunto de mujeres y hombres. Urge dejar de lado a los referentes públicos de hoy que solo desorientan a la comunidad. Que están en los medios masivos, escriben fantasías en las redes o gobiernan desde los escritorios. Que no solo engañan sino ofenden.

Y nos va la vida en ello, como dice la canción.

Literalmente, nos va la vida. Se nos va el tiempo. Pocas veces el tiempo, como época, es considerado en la planeación de los gobiernos, a no ser como lapso para el cumplimiento de metas.

No me refiero a eso.

Me refiero al tiempo como espacio que podemos esforzarnos en comprender, en desentrañar, en traducir, en vislumbrar. Comprender la época es el gran secreto de los estadistas, la profesión de los poetas, la habilidad de los adelantados.

Por eso, cuando alguien efectúa descubrimientos impensables, decimos que abrió nuevos caminos o se adelantó a su tiempo, pero en verdad su genio radicó en comprender el momento que le ha tocado vivir, su circunstancia completa, y en atreverse a intervenir su realidad.

Quien comprende su tiempo, puede transformarlo.

Mira el presente con claridad, sin confusiones. No juzga lo que está frente a sus ojos con la nostalgia del pasado ni con la ansiedad del futuro, sino con la sabiduría del instante.

Su mirada clara permite distinguir las necesidades de la comunidad con cierta desnudez y, por lo tanto, es capaz de tomar determinaciones seguras y acertadas.

Es improbable equivocarse cuando se mira sin sesgos.

 

También es cierto que puede considerarse que hay buenas ideas, intenciones y planes pero en el tiempo equivocado.

Esto es toda una discusión porque esa premisa es falsa. Si están en el tiempo equivocado, es que nunca fueron buenas.

Porque las condiciones nunca serán las propicias en automático para ninguna cosa. Nunca uno nace en el momento ideal, nunca uno muere en el momento propicio. Los acontecimientos son sin preguntar y por ello tampoco hay garantías de que proyecto, posición o postulado alguno sea infalible.

Saber esto es entender el tiempo, el movimiento, la profunda incertidumbre a la que estamos condenados a vivir y a perdurar.

 

Por último: sentido de urgencia. Esto también tiene que ver con el transcurrir. La peor enfermedad de los gobiernos, los gobernantes y de infinidad de ciudadanos es la falta de sentido de urgencia.

Pensar que la vida es eterna y las condiciones de hoy serán las mismas para mañana. Creer que solo los niños crecen. Que solo los árboles envejecen. Tirarse a la hamaca y dejar que la naturaleza y la evolución hagan su trabajo.

Es una enfermedad con riesgos severos. Uno entre todos los demás: se hace costumbre. Y entonces, uno se acostumbra a la apatía, al desenfado, al cinismo. Inclusive a la pobreza. La pobreza puede llegar a ser el hábito más humillante porque destruye la dignidad, condena.

El sentido de urgencia, en cambio, imprime movimiento y ritmo a las actividades por afrontar, las desempolva, las sacude, las lleva siempre a la vanguardia.

El sentido de urgencia no es apresuramiento, es aprovechamiento. No es descuido, es habilidad. Es vitalidad y entusiasmo.

 

Dije arriba: graves desventajas de las sociedades con rezago es la ausencia de referentes intelectuales fiables y participativos, que ayuden a comprender las circunstancias de la vida en una época determinada y a entusiasmar a sus comunidades con un proyecto cultural interesado en mejorar este breve instante, este paso efímero por el mundo.

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