eloriente.net

3 de abril de 2017

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

“El viernes pasado, Punto Trino y el Gobierno Municipal de Oaxaca de Juárez organizaron un homenaje al gran Álvaro Carrillo al cumplirse hoy, 3 de abril, 48 años de su partida.

Decenas de músicos, intérpretes, amigos y vecinos se dieron cita para conmemorarlo y para acompañar a Mario, su hijo”.

Cómo lo quiere la gente. Cada año que pasa, parece que su figura en el imaginario colectivo se hiciera más grande. Se le canta más, se le recuerda más.

Sucede con muy pocos. Solo con los excepcionales. Álvaro fue un genio de la letra y eso lo reconocen los doctos y quienes no lo son tanto, los amorosos y los vanidosos, los jóvenes y aún los nostálgicos. Por eso, a pesar de que se cumplen 48 años de su muerte, su legado sigue creciendo. El viernes lo dijo bien Mario —honorable hijo del homenajeado—, mientras recordaba el accidente automovilístico que le quitó la vida a su padre el 3 de abril y a su madre el 4. “A veces pienso que aquel suceso en vez de matarlo, lo inmortalizó”.

Nadie puede negarlo. Las canciones de Carrillo viven en el corazón de la comunidad. Son absolutamente cotidianas en los hogares, en los espacios públicos, hasta en el transporte. Sabor a mí, Pinotepa, La Mentira, Sabrá Dios, Amor mío, El Andariego, Seguiré mi viajes, se siguen escuchando con frecuencia y forman parte ya de la historia personal de millones, de los ritmos íntimos de varias generaciones.

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Hablaba con sinceridad y sencillez. Cualidades absolutamente raras si lo que se pretende al mismo tiempo es evadir el facilismo y las letras vulgares. Y aplica no solo en la música. Son rasgos generales que en cualquier lenguaje resultan agradecibles. Quienes lo han logrado, se ganan el corazón de sus receptores, son recordados siempre, quizá porque se comunican con libertad y sin barreras.

De alguna forma, sus contrarios, la hipocresía y la complejidad, son obstáculos naturales de la expresión y las relaciones humanas. Impiden que lo mejor de nuestro ser vaya en busca del otro auténticamente, con la fuerza positiva del interior. En cambio, producto de esos obstáculos, ocupan espacio las maquinaciones, los dobleces, lo subrepticio.

No hay nada más luminoso que lo simple. Por ejemplo, cantar.

Todos lo hacemos. Por eso, cuando las personas se preguntan entre sí sobre si acostumbran cantar, una de las respuestas automáticas es: “ni en la regadera”, con lo cual resulta evidente que esa persona esta mintiendo.

Cantamos. Durante la ducha o mientras esperamos en la fila del banco. En voz alta o en algún rincón bajo de nuestra mente. Pero lo hacemos, porque hay alguna cosa insondable muy adentro nuestro deseando expresarse y sobre todo en canciones hemos sido capaces los seres humanos de traducir esa necesidad profunda.

Es más, podemos contar la historia de nuestra vida en relación con las canciones que escuchábamos en tal o cual momento.

Discos enteros que nos marcaron años completos o días o incluso acontecimientos aislados.

Recuerdo por ejemplo una canción de Álvaro, Sabrá Dios, sonando repetidamente muchas tardes durante mi infancia en la casa familiar. Entonces, logro entrever el antiguo tocadiscos, el azulejo rojizo, la luz tenue entrando por la ventana de la sala. Aquella sensación de vivir en otro tiempo.

Por eso las canciones de alguna forma son más que canciones. Resultan fórmulas de uso para que cualquiera pueda tomarlas y utilizarlas en las diversas situaciones que nos presenta la vida. Las situaciones que todos pasamos: el amor, su contrario, la muerte, la amistad, la alegría.

De alguna forma, también por eso Álvaro resulta absolutamente entrañable. Porque nos brindó un amplio repertorio para enfrentarnos a la realidad.

Así, la gente utiliza sus letras, no solo las canta.

He visto a decenas de parejas completar las palabras “Amor mío”, con “tu rostro querido”; y “Luz de Luna” con “para mi noche triste”. He visto madrugadas donde suenan a lo lejos algunas de sus letras, para facilitarle la vida a algún (des)enamorado. Es decir, sus canciones, como las de otras y otros muy contados, son sinceras, sencillas, útiles y también alivian.

Alivian en la medida en que sirven para traducir lo que nos emociona.

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Esto es central. Solo por esta consideración, acordemos que la música es un asunto de primera necesidad, de canasta básica.

Sin ella, seríamos un mar inexpresivo, un mar sin oleaje.

Quizá por eso disfruté tanto la bohemia que Francisco Carreño, Punto Trino y la Coordinación de las Culturas, Turismo y Economía del gobierno de Oaxaca de Juárez organizaron. Artistas y familias llegaron al Jardín Carbajal, replicando las bohemias que Carreño y otros magníficos seres humanos efectúan una vez al mes en inmediaciones de la Agencia Donají.

Ellos lograron que la gente arribara y se mantuviera casi 4 horas cantando y disfrutando en las calles de su casa grande (nuestra ciudad), con la estupenda presencia de tríos, dúos, tenores, sopranos, rondallas, solistas: el estupendo tenor Luis Adrián, José Aristeo, Rodrigo Petate con Miguel Ángel Rivera, los tríos Emperador y Costa Chica, el Dúo Los Peris, Tino Fentanes, Amor en Guitarras, Ignacio Ramírez, Tony Rodríguez, Alma Porras, César Toro, Lulú Hernández. Llegaron a bailar inclusive algunas chilenas integrantes del grupo Matiz Oaxaqueño.

Todas y todos, a la vera del busto dorado de Álvaro que allí se encuentra instalado y con la presencia en carne y hueso de su hijo Mario y sus descendientes.

Lo dije en el evento y es bueno escribirlo: la sencillez de Mario, su esposa Ivy y sus hijos, recobran el valor de las canciones. Sería fácil y hasta un buen pretexto, decir que se es familia de Carrillo para asumir una actitud diferente. Pero no es el caso. La sencillez los engrandece.

Quizá por eso la velada fue magnífica.

Porque Paco y todos los allí reunidos —y en esto incluyo al presidente municipal José Antonio Hernández Fraguas, Rafael Vichido y cada vecino y artista que se dio cita—, solo queremos una cosa y es lo mismo: que la obra de las y los grandes oaxaqueños perdure.

Porque sus obras nos conducen.

Y además, preparan a los ciudadanos de hoy para continuarlas, para seguir esta cadena cultural cuyo siguiente eslabón quizá lo seas tú, que me estás leyendo.

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