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15 de mayo de 2017

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

“Muchas personas estamos sumando esfuerzos para recuperar el bienestar y la libertad de Oaxaca.

No sin dificultades, comienzan a germinar algunas semillas.

Este 15 de mayo, los profesores tienen también una oportunidad para sembrar nuevas esperanzas”.

 

Acudía en vacaciones a la Biblioteca Pública Central de la ciudad. Por aquel entonces, aún transitaban vehículos por la calle de Alcalá y los niños podíamos salir a las avenidas sin peligro inminente. Adentro, los estantes eran casi nuevos y las sillas pequeñísimas y gruesas parecían acabadas de comprar. Todo aparentaba estreno. Incluyendo a las bibliotecarias y amigos que cuidaban de nosotros durante la temporada y con quienes jugábamos a leer y cuya juventud los emparentaba con nuestra energía.

Las cajas de metal con las fichas bibliográficas, como si las estuviera viendo.

Las amplias ventanas iluminando la sala de lectura infantil. Afuera, la calle de Morelos con su tráfico de siempre —aún más pesado para un niño— y, según recuerdo, la tranquilidad de una ciudad provinciana donde, por ejemplo, los padres de entonces aún acostumbraban dejar los cristales de los autos abiertos, seguros de que ningún robo pasaría.

Fue uno de aquellos días de los ochenta, cuando una marcha por vez primera. No es que haya sido seguramente la primera en la ciudad, pero sí lo era para mí, niño que cursaba probablemente los primeros años de primaria.

Los coros y proclamas eran sorprendentes. Nadie puede regatearle nunca al gremio ni a los profesores ausencia de creatividad. De alguna manera, los veía con curiosidad y respeto. Respeto quizá trasladado por el que sentía por mis maestros de la Escuela Niños Héroes de Chapultepec y aún del preescolar o de las escuelas por las que habían estudiado mis hermanos. Todas públicas y muy queridas.

Alguien me explicaba, mientras los veíamos caminar por la calle de Morelos, que los maestros se estaban atreviendo a desafiar el sistema, que estaban rompiendo el silencio y tenían causas justas por defender. Como buen niño, creo que me aprendí algunas consignas al vuelo y hasta las repetí medianamente bien, haciendo casi un mitin infantil en la biblioteca, prontamente interrumpido por las autoridades de la institución, dirigida entonces por Doña Arcelia Yañiz. Nos cerraron los ventanales y los gritos de los profesores quedaron aislados del otro lado de la madera.

Como yo, varias generaciones de oaxaqueñas y oaxaqueños hemos crecido con estas imágenes en la mirada. Profesores con el puño alzado, banderas hondeando, playeras envueltas en las nucas, gorras mal dispuestas. Palabras como ‘vanguardia’, ‘represión’, ‘lucha’, ‘asamblea’, ‘exigimos’ (a veces hasta con j) y ‘sección 22’. Términos que en algún otro lugar del mundo pueden carecer de significado, pero que para nosotros forman parte de un universo del lenguaje básico y predominante.

El universo del lenguaje oaxaqueño en el siglo XXI.

Pero así como aquellas imágenes han venido degradándose en la realidad con el paso de los años, también las palabras, y con ellas los significados y las consideraciones entorno al movimiento (movimiento es otra palabra emblemática).

Despacio y con el tiempo, aquellas marchas fueron perdiendo cierto cariz y cierta ilusión. También nuestras generaciones y las interpretaciones de quienes entonces éramos apenas unos niños.

Quizá el 2006 fue el broche de oro de esta progresión hacia la descomposición.

¿Porqué el paso del tiempo no perdona, incluso a los movimientos con causas generosas y, en el fondo, con razones justas? ¿Porqué se van degradando los liderazgos, el ideal del principio, las cuidadosas formas de los fundadores, aquellas proclamas que parecían escritas en piedra y defendidas con valentía? ¿Dónde quedaron los ideales y se volcaron en intereses?

Ha sucedido con movimientos aún más consumados y de impronta histórica.

¿Dónde quedaron los ideales de la Revolución Mexicana? ¿Dónde está el país libre que construyó una estatua en Nueva York para dar la bienvenida a los migrantes? ¿Qué ha sido de la revolución bolivariana?

 

En paralelo, hemos crecido con otro fenómeno. Así como ‘la lucha’ no ha cesado, tampoco se ha terminado por refundar ningún sistema educativo auténtico.

Mientras en el país el índice de analfabetismo es de 5.5, en Oaxaca permanece en cerca del 13%. Continuamos en el lugar 31 en promedio de escolaridad y ni qué decir del número de días al año que las niñas y niños acuden al colegio.

Es decir, al tiempo en que se fortalecía el volumen y el poder público del magisterio, se debilitaba o se estancaba, en el mejor de los casos, la educación de la niñez.

En esta contracción proporcional, nos hemos debatido nuestras generaciones.

La lucha laboral, sustituyó el objeto del trabajo.

Se sustituyó la educación por el empleo.

Asunto por cierto que requiere contexto y hasta, muy forzado, quedaría justificado para cualquier actor externo: la ofensiva pobreza generalizada, la corrupción institucional, la insensibilidad e ignorancia de los liderazgos públicos y privados. Como un círculo, la ingobernabilidad democrática se ha desplegado en ingobernabilidad educativa. Aunque en nuestro caso, los límites entre una y otra no son claros y ya no se sabe con certeza cuál es causa y cuál efecto.

 

Sin embargo, no hay salida que deje de pasar por la comprensión y el entendimiento. Sobre todo, por devolverle al asunto su naturaleza.

El debate del tema hoy es económico, es laboral, es social. Y así, ninguna solución es posible pues, aunque fuera deseable, no es solo con el magisterio con quienes estos temas deben abordarse.

El debate, el diálogo con el magisterio, debe recuperar su naturaleza. Debe ser educativo antes de cualquier otra circunstancia.

Este es el verdadero bloqueo por superar.

Los primeros que deben saberlo son las profesoras y profesores, quienes en su mayoría son ciudadanos responsables y entregados a su tarea.

En esta reconducción del debate se encuentra la única liberación posible.

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