La Pirata del Oriente, por Eva Bodenstedt

– Por enésima vez te lo voy a explicar…

NaShi iba a escuchar una vez más cómo debía hacer las cosas, pero algo no le cuadraba. Había escuchado en Facebook a un señor de nombre Jiddi Krishnamurti que le explicaba a quien lo entrevistaba, que al ser humano “le gusta que lo entretengan, que le digan cómo vivir, qué hacer, qué es la verdad, qué es Dios”. Se preguntaba si “uno pudiera descartar completamente toda la autoridad, -ya de especialistas en psicología, en religión -; si pudiese profundamente negar toda autoridad de ese tipo, entonces dependeríamos totalmente de nosotros mismos. Si la madre le indica al niño qué hacer todo el día, por ejemplo, el niño se convierte en dependiente de su madre o de otros, y así no hay lucidez, para tener lucidez, lo primero y esencial, es ser libre, libre de autoridad…”

– ¡Ésta vez será la última vez que te lo voy a decir, Nashi, ¿me escuchas?

Nashi no la escucha, en su mente suena la voz del entrevistador confesándole a Jiddi que le iba a preguntar el “cómo llegar a esa libertad”, y Krishnamurti le responde “que preguntar el “cómo” implica un método, un sistema, y que cuando se tiene un sistema o método, se convierte en una cuestión mecánica el cumplir con ello, ¡y eso no es claridad ni lucidez!”.

Y continúa “Aquí me hallo en un aprieto –dice el entrevistador-, pues esta libertad me atrae y deseo dirigirme a ella, pero a la vez deseo aprovechar su mente y preguntarle cómo proceder. ¿Estoy alejándome de mi libertad si pregunto cómo proceder?” “No señor –le responde Jiddi-, esa terminología del “cómo” no es que se aleje de la libertad o cosas por el estilo, pero la palabra “cómo” implica intrínsecamente una mente que me diga: “¡por favor dígame qué hacer! Debo decir que la pregunta equivocada es el “cómo”. ¿Qué objetos obstaculizan la claridad, la lucidez? Descubrir eso, observarlo, es prioridad y va antes de preguntar por el método. Habrá docenas de métodos, y todos fallarán…”



La voz de la madre se ha perdido, si son consejos o mandamientos, NaShi lo desconoce. Se ha ido hacia más atrás, años antes, cuando aún no existían los celulares ni el face o el youtube en donde ahora se puede escuchar a Jiddi Krishnamurti.

Una amiga de su mamá llegó a su casa con un libro verde de un personaje que contó, le decían el “anti-filósofo”. Lo había comprado unos minutos antes de llegar a su casa puntualmente a la hora del té. Venía llegando de Argentina, en donde había hecho un llamado Proceso de la Quadrinidad, ello con el fin de lograr llegar a un equilibrio cuando en los últimos años no sólo se peleaba con sus progenitxres y sus respectivxs compañerxs, y con su abuela que ya se había muerto, sino que había ingresado en un laberinto cuya salida estaba escondida, y además, en los lugares sin salida, la acogían a su vez otros demonios, éstos eran estupefacientes que le cambiaban el estado emocional, el físico, el anímico y también el de la percepción.

Días después del Proceso había salido tan “desnuda”, que decidió irse a un pueblo del otro lado del Río de la Plata, a Sacramento, de donde a su vez, salió rumbo a Montevideo, en donde se encontró con edificios grises de un lado y del otro de la avenida principal de la Capital de Uruguay hasta llegar, caminando, a un mercado en donde encontró un solo objeto rojo: el libro de Carlos Castaneda “Fuego Interior”. Leyó suficiente en el viaje de regreso para al llegar al cuartito con vista al amplio cauce del río caudaloso, sentir un verdadero pánico al imaginarse que los seres inorgánicos de los que habla el linro, cabalgaban sobre la superficie para embestirla. Le había quedado claro que la voz de Don Juan podía ser cierta: existen los seres orgánicos y los inorgánicos, y éstos últimos, atraídos por las vibras negativas del ser humano como las moscas por los pescados, cuando éstos –lxs humanxs-, aceptan vivir inconscientemente en una constante violencia, se permiten ser secuestrados -sin darse cuenta-, por esos seres inorgánicos que se alimentan de la energía negativa que como el aura, está ahí presente, y como no están dispuestos a dejar de alimentarse de esa persona o personas con esa vibra, viven inmersxs en esas energías negativas, en relaciones tóxicas de las cuales no salen, y sin lograr escapar de ellas, terminan aceptándolas como algo “normal”.

La amiga de la mamá –recordó NaShi-, estaba aterrada al volver de Montevideo, intentando alejar el miedo de sí misma, porque también, -explicó-, el miedo injustificado llama a esos seres inorgánicos. Y no se terminó ahí la historia, al volver a la Ciudad de México e ir a visitar a su mamá, antes de que diera la hora, caminó por las calles de la colonia y sin buscarla, se metió en una cochera convertida en Librería, y en ella, sin saberlo ni buscarlo, dio con ese libro verde que era el de las 20 entrevistas con Jiddi Khrisnamurti, libro que junto con el rojo, le cambió la percepción de la vida y cómo vivirla.

Mientras su madre intenta -ya desesperada después de un año sin colegio, sin clases en línea-, encaminarla hacia un buen horizonte, a ella se le juntan las fichas del presente y del futuro, y sólo quiere silencio y tiempo para aterrizar lo escuchado y formarse con lo vivido un concepto propio de vida, de visión, de libertad. Quiere no entender, sino comprender, sí, -se dice-, el hecho de comprender, con libertad, lo que no se dice y lo que se dice, lo que se escucha de allá afuera y lo que se escucha adentro cuando se escucha al alma, o al espíritu; quiere distinguir las razones por las cuales es importante -como le dice su madre-, conocer las fronteras para que esa libertad llegue a un buen término.

¿De dónde debe uno amarrarse sino de su propia percepción para salir bien hacia fuera y adelante? ¿Pero, no está uno ya intoxicado de todo aquello que penetra en uno cuando se vive inmerso en las redes, sí, en esas redes que nos capturan por medio de celulares, tablets, I Pad?

Respuesta:

Reflexión profunda en tiempos de Covides mutantes, de crisis sociales, económicas, espirituales, de pareja, etc.; tiempos de reencuentros y descubrimientos, de alegrías y muchos miedos donde el diálogo, el hablar y el escuchar, es tan importante y valioso como el mismo silencio.

En el silencio no hay preguntas. En el silencio vive la paz y la tranquilidad.