La Pirata del Oriente

Por: Eva Bodenstedt

A lo largo de muchos años, cuando Zu tenía la capacidad de imaginar lo que le decía Akira, la realidad era diferente.

Cuando llegó el beneficio de la duda, y le preguntó si existía Santa Clos, San Nikolaos, le respondió que todo lo que queríamos creer que existe, existe, y profundizó en un lenguaje sencillo aunque profundo, en la capacidad de la mente para crear realidades, y con ello, proyectar hacia delante lo que uno desea, más allá de la existencia tangible de esa idea.

La historia de cómo Zu llegó a hacerse realidad, es decir, tangible, es digna de un cuento o parte de una novela que se pregunta sin respuesta si las almas existen y escogen a sus progenitores, interviniendo inclusive en el encuentro de éstos para conformarse como un ser humano con cabeza, cuerpo, columna vertebral, piernas para andar y todo lo que nos comprende. No hay espacio para ahondar en ello y en corto, Akira y Zu viven lejos del padre, pero éste, la ama, y cuando se pone en contacto con Zu, Zu es feliz, sabe que tiene un papá y escucha a su madre explicarle que es una especie de pirata que vive en una eterna travesía, y que cuando toca tierra, la llama, y cuando es posible, la ve, la toca, la mira.

Zu se crea una imagen de su padre a partir de esta puesta en escena, y lo comprende, pero cuando más grande ve la película de Derbez, en cuya trama el papá le inventa a su hija una madre, Zu le pide a su madre que le diga la verdad, y Akira asiente.



Los años siguen su curso y cada cual de los progenitores, -hayan sido llamados o no por el alma de Zu-, deciden su propia relación con ella. Aún así, Akira insiste como “puente” y sigue bordando los sarapes para embarcar en ellos como en un taí volant, un tapete volador, las sugerencias de contacto de su padre para con su hija. Lo motiva explicando y contando cómo Zu transita por su pubertad y cómo recibe la ausencia de mensajes, de voz, de atención, a secas.

Akira no puede inventarle ya que es un pirata. Una vez se enoja tanto cuando Zu le dice que se siente transparente ante su padre, que la vida es un horror, que Akira le manda un mensaje de voz diciéndole que qué le cuesta llevarse su telefonito al baño y al estar ahí, perdón por la vulgaridad de la palabra cagando, mandarle un “hola”. Ni así tuvo Zu una respuesta de él hasta que en este día de antes y después de Navidad, al ver en el teléfono la palabra papá en el número de su padre, le dijo “ponle su nombre, mamá, ya no papá”.

Akira hace caso omiso a esa petición, preguntándose porqué él hizo caso omiso a su llamado. No tiene respuesta. Sí supuestos, pero no respuesta, ni para su hija, ni para sí misma.

Con esto invito a que cada quien en una situación similar, responda con franqueza y deje al lado el impulso que llevan siempre las suposiciones. Es uno de los Cuatro Acuerdos de Miguel Ruiz, no suponer. Pero, cuando no hay respuestas, uno las hiende en las posibilidades que dan razón a los actos, más cuando hay una criatura en medio, que pide explicaciones para construirse la columna vertebral paralela a la física que sostiene su ser físico y emocional en alto y lograr caminar erguida con un amor propio íntegro, digno y merecido.

En los siguientes puertos de esta pirata les compartiré la razón de mi ausencia, y los invitaré a acompañarme en esa andanza por la cual me ausenté…

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