Adriana Vasconcelos

El ser humano, desde sus primeros pasos alrededor de la tierra ha buscado la forma de sobrevivir dadas las adversidades que la naturaleza le presentaba en el día a día; así, al volverse sedentario el desarrollo de la agricultura marcó una nueva fase en la distribución y organización de la población. Posteriormente, siguiendo las etapas del crecimiento de Rostow, el esclavismo, a pesar de caracterizarse por un proceso de autarquía, tomaba los cultivos como su principal fuente de alimentación.

Posteriormente, ya encaminada la revolución industrial, los recursos naturales permanecían como la base del desarrollo de la sociedad y, en ese momento, de la tecnología que reestructuraba por completo el modo de producción; por lo que, en el último siglo, y los doce años que llevamos del nuevo, el mercado ha reajustado la forma de hacer negocios, pasamos del trueque al comercio internacional electrónico gracias al proceso de globalización pujante, por el cual las barreras se han ido diluyendo y los granos, entre otros productos y servicios, transitan de país a país fácil y rápidamente.

Sin embargo, desde otra perspectiva, los efectos negativos también se transmiten a gran escala, por lo que las transacciones se han vuelto más sensibles a los fenómenos climáticos, económicos y político – sociales que suceden en diferentes partes del mundo, incidiendo en la estimación del precio de equilibrio; por lo que la dinámica del comercio internacional hace que las negociaciones, presentes y futuras, estén condicionadas.

Bajo este contexto, los países en desarrollo se vuelven más susceptibles a sufrir los efectos adversos de la elasticidad precio – demanda de los productos agropecuarios, en el caso específico de este artículo, de los granos básicos. En dicho sentido hago hincapié en el tema debido, principalmente, al importante alza de precios que han registrado el maíz, el trigo y la soya en las últimas semanas; destacando el caso del maíz que registra un incremento de casi 51% entre junio y la última semana de julio de este año.

De esta forma, un aumento así, más allá de factores estacionales, nos hace recordar las importantes complicaciones que tiene México, y en nuestro caso Oaxaca, en cuanto a la suficiencia alimentaria; la realidad es que no somos capaces de producir lo que consumimos y dependemos de importar productos, esto no es ninguna novedad; sin embargo, si tomamos en cuenta, por ejemplo, que más de la mitad de los mexicanos se encuentra en algún grado de pobreza y que la inflación supera por mucho los incrementos al salario mínimo, la situación comienza a ser preocupante ante el encarecimiento, por ende, de la tan mencionada canasta básica.

Ante ello, las cifras macro parecen ser contrastantes con la realidad microeconómica que impera en los bolsillos de cada consumidor; lamentablemente el campo comenzó a ser olvidado después del modelo de “sustitución de importaciones” comenzado en los cuarenta, y pese a los intentos de tecnologizarlo al inicio de la época neoliberal en los ochenta, lo que dio como resultado que hasta la fecha no podamos hablar de una política con éxito en este sector. Sin embargo no podemos acuñar tal resultado solamente a la ineficiencia del Gobierno, ya que es un problema que abarca más de un aspecto.

Por lo pronto, a pesar de que algunos expertos hablan de que las variaciones en el precio internacional del maíz no impactarán de forma agresiva a México, debido a su producción de maíz criollo, debemos estar atentos a su desempeño ya que se prevé que la cosecha estadounidense será de mala calidad y, éste es nuestro principal proveedor.

Foto: Surizar, Algunos derechos reservados