Por: Jaime Palau

Oaxaca siempre ha tenido una gran afición a practicar el béisbol, las ligas locales son competitivas y aunque se consideran amateurs, muchos dueños de equipos han pagado sueldos a peloteros provenientes del Istmo o del Estado de Veracruz con tal de ganar un campeonato.

En la Región del Istmo, existe una liga profesional de invierno donde acuden a jugar peloteros de todo el país, que tienen excelente nivel técnico y que no consiguieron plaza en el roster de algún equipo en la Liga Mexicana del Pacífico, donde solo participan ocho equipos e inicia su temporada en octubre, con estos antecedentes de tradición beisbolera que había en el Estado.

Es de imaginarse la expectativa que causó el anuncio que hicieron los propietarios de los Charros de Jalisco en octubre de 1995, ofreciendo en venta la franquicia como equipo de Liga Mexicana de Béisbol de verano y que Don Alfredo Harp Helú, el gran mecenas de Oaxaca, peleara por adquirir esos derechos, de esta manera complementaría con el deporte, sus proyectos culturales y filantrópicos.

La alegría llegó el 2 de diciembre al confirmarse que le ganaban la puja a Poza Rica, a Córdoba y a otro grupo de inversionistas del mismo estado de Jalisco y se jugaría en esta verde Antequera la temporada de 1996. Se volvía una realidad el sueño de ver en vivo a los equipos favoritos de los aficionados, entre otros, los Diablos Rojos del México, los Tigres capitalinos o los Sultanes de Monterrey, a los que normalmente seguíamos todos los días de una temporada regular, únicamente al escuchar los juegos por la radio, con esas narraciones inolvidables de Óscar “el rápido” Esquivel, de Don Pedro “el mago” Septién o de Tomás “Tommy” Morales, era el momento de empezar a querer a un nuevo equipo, al de casa, y cuando viniera de visita el que había sido tu favorito, enfrentarlo con el corazón dividido.

El nombre de «Guerreros» nació como resultado de una convocatoria pública y se escogió entre muchos propuestos, fue una decisión acertada.

Foto: @Guerreros de Oaxaca