Por: Rodolfo Naró

Hace unos meses, para una nueva edición de La mara de Rafael Ramírez Heredia, Ramón Córdoba, editor de Alfaguara me pidió hacer el dossier de la novela. Con fecha de entrega de apenas diez días, fueron tardes intensas donde me sentía asfixiado por el calor de esa selva, acorralado por el destino de todos esos personajes condenados al infierno de la miseria.

Han pasado ocho años desde la primera edición de La Mara de Rafael Ramírez Heredia y su lectura no deja de ser escalofriante. En La Mara, 13 segundos marcan la diferencia entre la vida o la muerte, y el destino de cada personaje siempre le pertenece a alguien más. Un mundo donde solo caben miserables o abusadores que se mueven entre la muerte y el limbo, entre México y Guatemala, divididos por una frontera que no es la del Suchiate, sino los lindes entre racismo y resentimiento.

Del lado mexicano, la trama se desarrolla en Ciudad Hidalgo, “pueblo de calles mugrientas” que, lejos de honrar a nuestro libertador es la trampa donde sucumben los centroamericanos, ávidos por alcanzar los Estados Unidos. Agazapados en la selva, acechan la llegada del tren, el “embudo del diablo”, como le llaman al convoy. Los migrantes corren a su costado esquivando la envidia y los matorrales para pepenarse de alguna saliente y “sostenerse en las grietas del hierro, en las escaleras hollinosas”. “Aferrados con malévola fibra” harán el viaje, defendiendo su espacio de los otros sureños que se cubren los tatuajes del cuerpo, que bajan la mirada a la espera del momento oportuno para atacar, son la Mara Salvatrucha.

Ramírez Heredia retrata el paso de hombres y mujeres por la frontera sur de México con tanta crudeza y veracidad que solo de leer La Mara, de algún modo nos volvemos cómplices y víctimas de coyotes, balseros, migra y militares, funcionarios de embajada, curanderos, matronas y mareros que implantan su ley y su cuota de sangre. La magistral descripción del horror de las pulsiones humanas evoca el universo de tinieblas de Conrad, donde todos harán cualquier cosa para sobrevivir.

La frontera sur de México, en La Mara, no es más una línea de paso, es un sitio estático que atrapa, como lo hizo con Lizbeth, “la tonta panameña que al primer apretón confesó que no era mexicana y le rompieron sus papeles que le costaron el carajal de acostadas”.

El lector descubrirá oscuros personajes como Ximenus Fidalgo, chamán que parece conocer el fondo del alma humana, que “sabe lo que sucederá a lo largo del viaje”. A su consultorio acuden los más desamparados, a quienes impone miedo y respeto con su maquillaje de “pasiones desatadas”, su gran estatura lograda con zapatos de plataforma y peluca, que lo hacen ver como si “su altura se escapara hacia el techo”. Anamar es su ayudante, hija de Tata Añorve, el caronte tropical experto en cruzar el Suchiate. Tras morir asesinada, Anamar se convierte en la Santa Niña del Río, objeto de culto y adoración para propios y extraños de la frontera.

Con redes de intrincados destinos se va tejiendo La Mara. En Tecún Umán confiar es la peor de las maldiciones. Un desafío que muchos no alcanzan a comprender y pierden su futuro en el burdel de doña Lita, otro punto de confluencia donde se reúnen los poderosos: su amante Felipe Arredondo, párroco de Mazatenango; el general Valderrama; el licenciado Cossío, quien además de dirigir una investigación contra el crimen organizado, trafica con armas y especula con terrenos; el comandante de la migra Julio el Moro Sarabia o el cónsul don Nicolás Fuentes, todos una misma alimaña.

En el burdel de doña Lita también deambulan “chicas con los ojos de hambre”, mujeres centroamericanas que desde la adolescencia comenzaron a prostituirse. Doña Lita no acepta mexicanas entre sus pupilas, es una madre con corazón de madrastra que protege a Sabina Rivas de Jovany, su propio hermano, y le enseña cómo debe tratar a los hombres, especialmente al cónsul Nicolás Fuentes, a quien le repite que su “pasado es agua revuelta que nadie quiere beber”.

En La Mara la MS 13 es un personaje más que siembra el terror, “la vida loca” como ellos llaman a su ley, que no respeta parentescos, nacionalidades ni fronteras. Pertenecer al grupo exige la prueba de 13 segundos de tremenda golpiza, para luego tatuarse el cuerpo y el rostro con lágrimas que representan cada muerto en la “conciencia”. Ritual que Jovany vive en carne propia. Lo seguiremos en su ruta desde Honduras, acompañado de su hermana Sabina, con quien descubre que el sexo es moneda de cambio, que la vida se teje con violencia y muerte.

Ramírez Heredia logra que el lenguaje sea uno de sus mejores personajes: devela la riqueza en modismos de cada región central de América y es un recurso documental y contundente de la novela, poblada de salvadoreños o guanacos, guatemaltecos o chapines, hondureños o catrachos, costarricenses o ticos, nicaragüenses o mucos; todos revueltos en un mismo infierno, gobernados por la ley del más fuerte.

Nadie mejor que él para dar cuenta de ese México envilecido. Desde su investigación, aquellas pandillas han sufrido un aumento de miseria y hambre, se han transformado en Zetas, en narcotraficantes que secuestran a migrantes para usarlos como sicarios o burreros. La Mara de Rafael Ramírez Heredia solo fue la punta del iceberg de lo que deparaba el futuro de México.

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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Cállate niña es su nueva novela y Ediciones B su nueva casa Editorial |  www.rodolfonaro.com