Por: Flâneur

Flâneur, el inicio del paseante callejero

Seguramente te encuentras leyendo esto porque fuiste siguiendo esa palabra que encabeza este escrito. Es una palabra atractiva de inicio, aunque la verdad es que ni tú ni yo la podemos pronunciar… solamente que sepas francés.

Sí, Flâneur proviene del francés y significa paseante, callejero, vagabundo, andante, caminante, callejear sin rumbo, espectador urbano, caballero/dama que pasea por la ciudad, condición del ciudadano espectador, el ‘no tengo nada que hacer más que andar caminando a ver qué’, etcétera, etcétera.

Podemos encontrar muchas definiciones de Flâneur dependiendo los casos, también los gustos y sobre todo de las épocas. Pero en la actualidad, no es más que un espectador de la ciudad que intenta hacer simples conexiones a través del tiempo y el espacio (¿como una máquina del tiempo?), ligando a cada una formando este complejo y ridículo contexto que hace que todo embone.

Así que, a partir de ahora no encontrarás más que esta serie de historias que el tal Flâneur intenta reproducir como en una película en sombra de lápiz, que es lo que terminas leyendo. Historias que retratan a la ciudad, el campo, la playa, el mercado, lugares públicos-privados, con cerca, sin cerca, manchados, pintados, grafiteados, restaurados, renovados, tirados, derruidos, precarios, asoleados, olvidados, densificados, descontrolados, nuevos, paradigmáticos, misteriosos, tenaces; y todas los demás características que se puedan inventar. Cualquier espacio que tenga que ver con las personas que permiten que suceda.

Si no sabes de lo que hablo, yo tampoco. Pero suena interesante la idea de ver estos espacios en otro punto de vista tan mezclado, entre Arquitectura y todas las demás artes y turas que se quieran colar.

No hay marcha atrás, y ¡que inicie el paseo!

Foto: Bordenphoto, Algunos derechos reservados.

Si es domingo, nada podrá hacerte ignorar el día de plaza. Bolsa del mandado, pies descalzos, huarache cruzado, rebozo, chole en el brazo, empujones, regateos, letreros y más letreros de lo que está a mejor precio. Pero sobre todo color, es lo primero que a la vista resalta. No lo  digo sólo por la diversidad de mercado que te puedes encontrar (más aún en épocas de fiesta), sino por el colorido de personas y su respectiva vestimenta.

Seguramente alguien ya se me adelantó diciendo ¡pero que fiesta de color!, iniciando con las señoras que bajan de San Bartolomé Quialana a vender sus mascadas llenas de flores con vistosos y brillantes colores, que pareciera que adornan los exvotos, enmarcando sus caras con singular pureza. Siguiendo con la blusa desde la más sencilla bordada, hasta la de terciopelo para el frío, o simplemente por elegancia.

-Mi pueblo huele a chocolate caliente y champurrado, a incienso, a copal y a tortillas    del comal. Sabe a hierba de borracho, a té verde, a barbacoa de chivo con su  consomecito y al final un mezcal de Matatlán. Se oye como chirimía, chicharras que le cantan a la lluvia y el señor que grita ¡hay pan de cazuela! Se siente como petate en el suelo, barro que se te pega en las manos y también el ya cocido por el sol, y la mejor de todas, el saludo de mi tío al pedirle la bendición.

Venga usted al día de plaza en Tlacolula… verá como termina empachado.

Tlacolula significa “entre lo muy lleno de varas”, pero en días de fiesta de color (como hoy) parecieras estar entre lo muy lleno de gente.

No sólo bajan los del centro de Oaxaca, San Lucas Quiaviní con sus alebrijes, Magdalena Teitipac trae maíz, frijol y a veces un poquito de mezcal. San Dionisio Ocotepec no falta sin traer su ocote para la leña, algunas prendas de lana y canastas de ixtle y palma. Santa Ana del Valle con sus hermosas prendas que nos recuerdan los paisajes de sus tierras. Y sin duda los tlacoluleños que le dan el toque final a la algarabía que se vive a la hora de la fiesta.

Caminando un poco después de tanta pachanga y llegando a la calle Dr. León Bello, justo entre las calles de Tacubaya y Morelos, voltea hacia el Norte o al Sur dependiendo de los casos. Los remates visuales de los cerros en ambos lados, parecieran abrazarte sin querer soltarte, seguido de las nubes que danzan con tanta elegancia.

El sol en su recorrido va resaltando los intensos colores de las casas, haciendo una especie de espejo sobre la calle. Construcciones de adobe se abren paso recordando el inicio del pueblo y sobre todo dejando a la naturaleza seguir su recorrido. El tercer paisaje del que habla Giles Clément permanece intacto.

Vanos que cumplieron su finalidad y ahora cambian de manera armónica, a ser macizos en su siguiente ciclo. Un buen ejemplo para darnos cuenta de la evolución en la que nos encontramos como personas, pueblo, población y en mucho mas tiempo una ciudad.