Por: Bruno Torres Carbajal

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En su libro Política comparada, Una concepción evolutiva (Paidós, 1978), los prestigiados politólogos Gabriel Almond y Bingham Powell marcan distancia de estudios anteriores de la política comparada que se centraron en las instituciones, especialmente las gubernativas y sus normas e ideologías. En este sentido, apuntan, se descuidaron la interacción y conducta políticas. Pioneros del estudio de la cultura política, la definen como “el patrón de actitudes individuales y de orientación con respecto a la política para los miembros de un sistema político”, así como “el aspecto subjetivo que subyace en la acción política y le otorga significado”. Es pertinente recordar esta definición en tiempos en que el análisis se vuelca sobre las figuras dirigentes, lejos de situar al individuo en el centro de la cuestión política.

La cultura política es un puente. Une las orientaciones individuales con las características de un sistema político. Según su conciencia de éste (nivel de conocimiento y compromiso), los tipos de ciudadano son tres: 1. Parroquiales, quienes muestran poca o ninguna conciencia del sistema; 2. Súbditos, quienes tienen conciencia sobre roles de gobierno y el impacto que los beneficios del sistema pueden tener sobre su vida, pero no tienen un conocimiento preciso de las formas de influir en el sistema; y finalmente, 3. Participantes, quienes se ven a sí mismos comprometidos en la formulación de demandas y toma de decisiones.

La distinción sirve para pensar qué tipo de ciudadano somos. Sobre todo cuando partimos de la idea de que vivimos en un país más democrático. Especialmente, como joven, constantemente me señalan la fortuna de vivir en una época de mayores libertades. Me reiteran que el PRI lo abarcó todo y cooptó o reprimió a todos quienes se manifestaban en contra de su estructura. De conceder esta versión de los hechos, los estudiantes universitarios no eran participantes en la “dictadura perfecta”. Pero ahora, ¿qué somos? Y más importante aún, ¿qué son la mayoría de ciudadanos mexicanos? Las preguntas se acompañan de estos datos que aporta el libro: para 1960 en México, con base en estudios de actitudes, 25% eran parroquiales; 65% súbditos y 10% participantes.

A más de medio siglo, con la proliferación de encuestas —muchas veces de poco rigor metodológico, cabe decir— debe de haber datos nuevos que, con categorías nominalmente diferentes pero sustancialmente semejantes, aporten un panorama actual de nuestra cultura política. Aunque el ambiente social nos motiva a creer que hoy somos mucho más participantes, antes debemos tomar en cuenta el problema de que las estructuras de insumo (instituciones que responden a las demandas sociales) a veces son difusas. En otras palabras, cito: “El ciudadano medio puede desarrollar lo que llamaríamos una orientación ‘súbdito-participante’. Sabe que debe ser activo y participar, pero el partido y los otros grupos le proporcionan muy pocas oportunidades de compartir las decisiones”.

Aquí tenemos una explicación del desencanto de los jóvenes por la política. Y una realidad de millones de mexicanos que creen que participar políticamente es ir a votar cada tres o seis años. Después de todo tal vez sí, si queremos seguir siendo súbditos…