Por: Luis Colunga Dabussy

Cuanto tenía 6 o 7 años mi madre tomó la decisión de irse. Han pasado casi 20 años de eso y aún desconozco las razones reales por las que ella se fue, sin embargo, ahora puedo imaginar y comprender el escenario en el que ella se encontraba viviendo, sufriendo, siendo violentada y lidiando con las peripecias de una maternidad no deseada.

 


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En la cultura mexicana la representación de la maternidad se presume y se comercializa como un factor instintivo, que se puede distinguir desde la infancia en las mujeres. Dicho discurso está avalado por distintas instituciones sociales, tales como la iglesia, el Estado y los medios masivos de comunicación, idealizando, además, a la maternidad como el único y más sublime destino de la mujer, muy al contrario del concepto de paternidad, es entonces, que esta noción responde, también, a fines hegemónicos. Para muestra, podemos enumerar, desde este punto de vista, la imposición de actividades que implica el rol materno, una madre debe procurar el desarrollo integral de sus hijos e hijas, atender las labores del hogar, cuidar de aquellos que no puedan valerse por sí mismos debido a su edad dentro de la familia, procurar su relación de pareja de manera óptima, cuidar su cuerpo de los estragos del tiempo y  una gran lista de tareas a realizar que, sin duda, responden a un modelo machista. ¡Difícil y ardua tarea la de ser madre!

Siempre supe que fui consecuencia de una relación sexual sin protección, mi madre decidió continuar con el embarazo pues no poseía ningún tipo de información referente al aborto, entonces nací y crecí. Por las mañanas, muy temprano, ella me alistaba y dejaba en la puerta de la escuela, regresaba a realizar la limpieza de la casa,  la comida tenía que estar preparada al tiempo que mi padre llegaba a casa, no podía realizar ninguna otra actividad, ya sea recreativa o laboral, pues éramos recién llegados en la ciudad, carente de amigas y amigos, se dedicó de tiempo completo a cuidar de mí, de la casa y de su pareja, de vez en cuando fui testigo de los golpes que mi padre le propinaba a ella, otra veces, se escuchaban por toda la casa, gemidos de, aparente, placer. Un día, por la mañana, ella se fue.

Se puede decir que, tanto la maternidad como la paternidad, al igual que el género, son constructos que corresponden a un contexto socio-histórico determinado. Simone De Beauvoir es considerada, como la primera mujer feminista que señaló la maternidad como una atadura, separando así, la idealización de ésta como único destino de la mujer, niega, también, la existencia del instinto maternal y reivindica el cuerpo de la mujer, a cuya biología se le han atribuido preceptos culturales que lo hacen pasar como objeto para perpetuar la especie. A lo largo de los años, el movimiento feminista, en aras de equidad e inclusión, se ha encargado de desmitificar a la maternidad como principal construcción de la identidad femenina, haciendo notar que la capacidad de dar a luz es algo meramente biológico y la función de ésta como papel obligatorio en el rol de la mujer es resultado de factores culturales que, definitivamente, responden al modelo patriarcal. Por otro lado, a pesar de los avances obtenidos  correspondientes al feminismo,  la construcción de la paternidad  aún no va de la mano con la maternidad, la función del padre, sigue respondiendo al papel de figura dominante, de autoridad y respeto, de mayor fortaleza y protección, excluyéndose física  y emocionalmente del desarrollo y cuidado de hijos e hijas.

El resto de mi infancia fue algo difícil, no para mí, sino para todo aquel que le sorprendiera el hecho de vivir en una familia uniparental, una familia padre-hijo. Mi padre acudió a todas las celebraciones escolares que así lo requirieran y en todo momento, mi persona era objeto de una, innecesaria, compasión, a mi padre se le cuestionó duramente su desempeño como figura afectiva y en varias ocasiones se le planteó la posibilidad de abandonar su paternidad y dejarme a cargo de una familia adoptiva, propuesta que él siempre rechazó. Con los años,  debido a la situación, aprendí a preparar mi propia comida, a lavar la ropa que yo mismo ensuciaba, a cuidar de las mascotas bajo mi responsabilidad, atender las plantas del jardín, a mantener limpio el lugar donde vivo, todo esto como tareas propias de mi crecimiento y no como actividades denigrantes o exclusivas del género femenino.

La comercialización de la maternidad es también objeto, de la asquerosa estrategia capitalista, que la utiliza con fines económicos. Es entonces que en el día de las madres, una lluvia constante de publicidad nos empapa con ideas para encontrar el objeto perfecto a consumir y regalar a nuestras madres, teléfonos móviles, utensilios de cocina, artefactos de belleza, ropa, objetos para el hogar, etc. Pero la celebración del día de las madres no solamente se ve adueñada por esta idea, también, se vende el estilo de vida que una madre moderna debería  tener, vacaciones en distintos lugares del mundo, nuevas maneras de sobrellevar una relación de pareja (aunque esta siga siendo una forma machista), formas excluyentes de lidiar con la crianza de hijos e hijas y un sinfín de nuevos métodos, que el sistema comienza a expandir de la manera más cínica e infame posible.

La celebración del día de las madres debiera servir para incluir un discurso crítico con perspectiva de género donde se asuma a la maternidad como algo elegido, voluntario, gozoso y productivo, alejándola de la degradación y el confinamiento ante el control del patriarcado y acercándola a la idea de una experiencia dichosa entre su cuerpo y la relación con hijos e hijas. Bajo esta misma perspectiva, la paternidad debe, también, ser considerada como el ejercicio de responsabilidades compartidas en la crianza de hijos e hijas, fomentando el acercamiento físico y emocional que permitan un desarrollo integral tanto en sí mismos (y en pareja) como en sus hijos e hijas.

Han pasado casi 20 años desde que mi madre se fue, aún sigo sin saber las razones verdaderas de su partida, pero le agradezco con todo mi amor posible su decisión,  pues sin ella yo no sería el hombre que soy ahora.

La maternidad debe ser elegida, voluntaria, gozosa, no consecuencia de un error en un método anticonceptivo, o de la violencia,  ya es una chinga a veces, no es fácil ser mamá, que no se vuelva una condena. Marta Lamas.