COLUMNA HUB OAXACA

Por: Diego Mier y Terán

No es mi intención en esta columna desarrollar la queja, ya hay suficiente, pero voy a hacer una excepción por un tema que últimamente me inquieta. Quiero hablar de la relación entre artesanos y diseñadores, y mencionar ciertos aspectos donde esta relación se torna problemática.

Cada vez más diseñadores deciden “ayudar” a los artesanos. Tal vez movidos por un hartazgo con los modelos tradicionales de diseñador, por un genuino deseo de ayudar, o simplemente buscando nuevas oportunidades de mercado, los diseñadores se acercan a los artesanos para enseñarles cómo mejorar sus productos, cómo hacer otros nuevos y más comercializables (a la moda), como producir más eficientemente, como hacer buen marketing, etc.

Si bien a simple vista esta relación es positiva, me arriesgo a decir que en la mayoría de los casos resulta muy problemática, si no de plano nociva, porque se suele abordar sin cuestionar las preconcepciones y prejuicios que la determinan, y sin hacer un análisis completo que comience por la autocrítica.

Para empezar, la relación no se da en un contexto de equidad, sino en una sociedad marcada por estructuras desiguales y relaciones colonizadoras. Si el diseñador no se hace consciente de que sus opiniones surgen desde una posición de privilegio, cuando “ayude” a un artesano estará, finalmente, imponiendo su propia forma de ver el mundo. Así, lo que hará es confirmar sus certezas y legitimar sus propias preocupaciones. Un caso típico del colonizador buena onda con cargo de consciencia.

Un ejemplo: se suele señalar como un problema el que los artesanos repitan siempre los mismos objetos. Lo que no se cuestiona es qué hace que esto sea un problema. Si ciertas artesanías tienen dificultades para sobrevivir, es porque el contexto económico y socio-cultural en que surgieron se ha trastocado de manera drástica por la presión del sistema de mercado y la sociedad de consumo, de la cual, por cierto, el diseño es un motor importante. Que un objeto artesanal haya permanecido igual por muchos años podría ser una virtud, que nos habla de la relación armónica entre función, forma y medio ambiente, entre otras cosas. El cambio constante y acelerado no es una necesidad del mundo del artesano tradicional, es una demanda externa, propia de la sociedad de consumo.

Se invita así a los artesanos a jugar en una nueva cancha, en posición de desventaja, donde el diseñador tiene mucho que ganar frente al artesano, que debe más bien defender su posición. Me lo hizo notar mi querido amigo Edgardo Villanueva, artesano textil y promotor cultural, cuando dijo “los diseñadores nos están comiendo el mandado a los artesanos”. (Por eso tenemos que ponernos las pilas, añadió.)

La ayuda de los diseñadores, las más de las veces, tiene que ver con fomentar en los artesanos el desarrollo de formas y comportamientos que les faciliten incorporarse con eficiencia a la dinámica económica que los diseñadores conocen. Una dinámica que nosotros mismos ayudamos a construir y que, en muchos casos, es la que asifixia a los artesanos.

No suele haber por parte del diseñador una inmersión en los modos de vida del artesano, ni un entendimiento amplio del fenómeno de la artesanía. Se juzga y se entiende la artesanía desde la perspectiva del diseñador y se la concibe como una mercancía más. Lo artesanal se convierte más en un plusvalor del objeto, y no un aspecto integral que lo conecta con otros aspectos de la vida.

No estoy sugiriendo que los artesanos no necesiten apoyos, ni estoy abogando por su aislamiento. Al contrario, estoy a favor de la hibridación y el intercambio. Tampoco pretendo negar la dimensión económica de la artesanía, finalmente es una actividad productiva y una forma de comercio.

Pero para honrar la artesanía debemos intentar evaluarla con sus propias categorías de análisis, no imponiendo las de otras disciplinas. Debemos escucharla, en vez de imponerle soluciones pensadas desde nuestros problemas. Para hacer esto se requiere paciencia, sumergirse, observar y entender todas las complejidades del oficio y del mundo que le da sentido.

Para que el intercambio diseñador-artesano sea fructífero necesita ser eso: inter-cambio. Necesita haber un movimiento, un cambio, en dos direcciones. Los artesanos abordando los retos del diseñador y las exigencias del mercado; los diseñadores reconociendo las enseñanzas de una forma de vida tradicional y un sistema productivo realmente sustentable. Los diseñadores haríamos bien en reconocer las desigualdades históricas, políticas y económicas que apoyan el lugarque ocupamos, y estar dispuestos a hacer un cambio de igual o mayor magnitud al que pedimos.

El tema da para mucho, pero ya me extendí. Dejo los puntos más problemáticos y polémicos para la próxima entrega.