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18 de septiembre de 2015

Editorial

Nuestra época es la del ritmo frenético, la de las transformaciones vertiginosas.

Y en época de transformaciones no hay tiempo para casarse con las ideas de siempre, sino hay que tener buenos reflejos y quitarse la idea de que las cosas tienen que hacerse como tradicionalmente se han hecho.

Más aún cuando ese modo tradicional no ha dado los resultados esperados.

En nuestra época hay que estar en todo momento preparado para que los esquemas cambien. Y en la medida en que somos capaces de reaccionar bien y rápido está la habilidad más preciada.

También es verdad que lo anterior se dice fácil pero encuentra en los hechos y en las mentes una enorme resistencia. Sin embargo, esto es como es: quien no está dispuesto a escuchar las exigencias de su tiempo, corre el riesgo de la obsolescencia y la caducidad. Se quedará en el pasado, en la nostalgia del pasado.

Esto no quiere decir tampoco sólo guiarse por modas, abandonar los principios, moverse como veletas hacia donde el viento sople. Quiere decir aguzar los sentidos y estar atentos, es decir, sensibles al mensaje que la sociedad y el contexto están emitiendo para asimilar, evaluar y actuar en consecuencia.

Un buen ejemplo sobre permanecer ajenos e insomnes al tiempo que nos ha tocado, son los partidos políticos.

La sociedad les exige candidatos honestos, probos y arraigados, y los partidos responden con la fórmula de siempre, la imposición de sus fuerzas intestinas.

La sociedad les exige mensajes claros y constructivos, lejanía de la arenga y más propuestas, y los partidos responden con los tácticas de siempre, palabras y actitudes que nada tienen que ver con el bien común sino en el acomodo de fuerzas y estructuras.

La sociedad les exige discreción, austeridad y un modo honesto de vivir, y los partidos responden con mayores lujos, publicidad omnipresente y gasto.

Es decir, ensimismados por una lógica de marketing y lucha encarnizada por las posiciones, los partidos son como boxeadores en el ring, a quienes la gente va dejando solos poco a poco hasta quedarse abandonados en una arena vacía. Boxeadores que, sin embargo, siguen lanzándose golpes al por mayor sin darse cuenta que ya nadie los ve, nadie los oye, pues han perdido estilo, credibilidad y atractivo.

Por eso es que en el país entero, en Oaxaca en particular, va tomando fuerza la idea de que el escenario para 2016 no necesariamente tendrá a los mismos participantes y actores dominantes de siempre, sino que es necesario voltear hacia nuevas figuras.

Las candidaturas independientes es una de ellas. Una opción que ya funcionó en Nuevo León y en otros distritos electorales en este 2015, y que puso de manifiesto, otra vez, lo que la inmensa mayoría de las personas piensan sobre los partidos y, más aún, sobre el modo en que actúan.

Porque no es tanto el desencanto hacia los partidos políticos el sello de nuestro tiempo, sino la pérdida de fe en que los partidos son capaces de transformarse.

Varios han tenido ya la oportunidad de hacerlo y han persistido en los mismos errores: construcción de estructuras sin sentido social sólo electoral; cierre de espacios para liderazgos no asimilados a los factores de poder interiores; ausencia de proyecto real.

Por eso, nuestro tiempo, nuestra época, está diciendo: última llamada. Los partidos deben cimbrarse. ¿Tendrán actores y candidatos capaces de responder a las exigencias de nuestro tiempo? ¿Con la habilidad para cambiar y dejar atrás las ideas tradicionales?

Si no hay transformación, flexibilidad y sensibilidad por parte de ustedes, posiblemente en Oaxaca se escuche al máximo nivel: ¡Adiós a los partidos!

direccioneditorial@eloriente.net

 

Adios CC Comunidad Crepúsculo

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