eloriente.net

5 de junio de 2017

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

 

Abrir espacios culturales es una manera de ratificar la confianza en el ser humano y en la vida.

 

A veces dan ganas de darse por vencido. Quien no ha sentido ese aire de flaqueza, no puede decir que ha intentado superar algún desafío. Con el solo hecho de intentar, nace al mismo tiempo la posibilidad de fracasar. Como con la vida, la muerte. Como con el día, el oscuro desenlace.

Hay una diferencia, sin embargo, con los desafíos vitales: nunca concluyen definitivamente. ¿Quién puede decir que hoy es feliz y entonces lo será para siempre? Solamente en las historias fantásticas esas sentencias son fórmula y se repiten irreflexivas e imposibles.

En efecto, nada que tenga relación con nuestra historia personal tiene conclusión. Vivimos en un continuo ir y venir, en una marea. Una marea favorable a veces, por unos días o años, y luego atormentada, crispada, ilegible.

Ilegible. Un amigo me dijo hace días que no podía entender su reciente racha de malas noticias. Una tras otra, no pasaba la ola más rugiente cuando ya venía la siguiente irguiéndose en el horizonte. Conversamos. Sentimos que es imposible controlar el mar, sino únicamente aprender a navegarlo. Uno va intentando capotear las olas, aprendiendo a flotar sin cansarse, a nadar sin enfrentar, a respirar cuando es prudente.

Pero el mar es demasiado para dominarlo en una vida tan corta.

Sin embargo, la idea de sólo vivir para enfrentar tampoco es gozosa. La vida pasa mientras nosotros, ensimismados y obcecados, tratamos de sobrevivir. ¿Vivir o sobrevivir? Puede ser ésta una de las preguntas a responder la mañana del lunes. O cualquier día. Es mejor entonces formularla en primera persona: ¿vivo o sobrevivo?

 

Ya habrás notado que la pregunta esconde una opción falsa. Ambos asuntos no son equivalentes. Pero enfatizar la idea de que solo hay una opción resulta necesario. Solo hay una opción verdadera en esa cuestión: vivir. La otra o todas las demás son una forma de morir. La verdadera pregunta, simple y lógica, ya la conocías: ¿vivir o morir?

Por eso resulta tan importante hablar y reconocer la debilidad, la fragilidad. Somos seres absolutamente endebles. Seres pequeñísimos en el universo y en el tiempo. Prescindibles. Sabedores de nuestras limitaciones biológicas. Más débiles que el tigre y aún menos letales que el alacrán. Solo nos mantiene en pie nuestra ilusión.

Practicamos una ilusión. Somos personajes de una historia que transcurre en nuestra mente y se entrelaza con muchas otras historias y mentes en la tierra. En ella, el carácter y las determinaciones nos fortalecen. La fuerza psicológica —por no aludir a la espiritual—, nos ha mantenido en pie durante milenios. Lo hizo entonces y lo hace ahora.

Ninguna fortaleza es mayor que esa que habita en dos o tres centímetros cuadrados, entre ojos y nuca.

Así, responder la pregunta es relevante: vivir o morir. Porque según la opción resuelta uno pasa el resto de sus días. Tomando el timón o dejándolo a la deriva; sintiendo la espuma sobre la piel o desprendiendo su brillo como agua mala; acostumbrándose a la sal, incluso tomándole cierto gusto, o detestando su odioso golpe de sabor.

Entonces lo único que nos auxilia para responder si continuamos o nos rendimos, es esa misma fortaleza. Ningún mar amainará. Ninguna circunstancia podrá transformarse de pronto en el contexto ideal para ninguna cosa. Ninguna persona tendrá la respuesta o el consejo infalible.

La palabra ninguna se ha repetido. Es enfatizar en que solo hay un alguien en esta historia y eres tú.

En esto pensaba el pasado 30 de mayo, cuando Yolanda Dávila y su equipo me invitaron generosamente a cortar el listón inaugural del que denominan “el primer Museo Boutique de Oaxaca”, en la calle Porfirio Díaz 108 en el centro de la ciudad. Se denomina Aroch, como la asociación civil que lo sustenta.

Ellos han decidido abrir un museo.

Pudieron hacer otro proyecto. Con la capacidad de Yolanda y de su equipo, entre quienes se cuentan gestores culturales, expertos jurídicos y jóvenes talentosos, las opciones son vastas. Pero decidieron abrir un museo.

Confirman que la respuesta óptima, personal y colectiva —aún a pesar de las circunstancias económicas o sociales—, siempre es vivir.

Contrario a lo afirmado por muchos, un museo es una expresión de la vida. Pretende lanzar una red entre las mentes de ayer, hoy y mañana, entre el significado de las cosas. En el mar de sinsentidos o malos entendidos que padecemos en muchos campos, apostar por el significado siempre será un motivo para agradecer.

Lo anterior con un valor adicional: no intentan —al menos eso creo—, erigirse como censores o grupos de presión.

Es decir, no disfrazan de proyecto cultural otras intenciones. El punto es central. Porque en un país donde se exige transparencia al prójimo, también deben terminarse las máscaras: el artista que hace política es un político. Y no es malo, negativo, oprobioso. No  reconocerlo es lo engañoso.

 

Sin embargo, comencé escribiendo sobre los desafíos y las adversidades y la flaqueza. Y creo que es imposible no hacerlo siendo testigos de la puesta en marcha de un museo. Porque aún estos espacios deben sortear innumerables dificultades para hacerse realidad.

Oaxaca, el país entero, necesita repensar en la práctica las condiciones y exigencias para la puesta en marcha de museos, centros culturales y, en general, de proyectos culturales.

Sigamos conversando de esto las siguientes semanas. Es obligación pero también es deber.

vivir o sobrevivir

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