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31 de mayo de 2018

Es la Cultura

Por Juan Pablo Vasconcelos

 

“Contados impulsos han movido tanto a los hombres y las mujeres del mundo

como el afán por descubrir nuevas fronteras, hallar otras culturas.

En tiempos de una tecnología que todo lo acerca,

se pone en juego la capacidad de mantener viva esa hambre por descubrir”.

 

Se comienza con Palacio Nacional, el Palacio de Bellas Artes, la Basílica de Guadalupe y el Ángel de la Independencia, algunas de las construcciones más emblemáticas de la Ciudad de México y también del sentimiento nacional que hemos edificado, querámoslo o no, a lo largo de los años. ¿Quién puede negar que el Palacio por ejemplo no sea un sitio de respeto y una referencia de la manifestación artística en México?

Lo imprudente viene después. Siendo sinceros, ¿cuántos mexicanos de todo el país pueden decir que han entrado al Palacio, conocido sus pasillos y salas, o han admirado alguno de los excelsos conciertos allí efectuados?

Posiblemente, a lo más que nos hemos acercado es a mirar la repetición en video del concierto de Juan Gabriel; la colosal lectura de Jaime Sabines, o ya siendo más solemnes, haber asistido a alguno de los funerales allí celebrados, luego de habernos formado en una fila extensísima e inclemente.

Ni qué decir del interior del monumento del Ángel de la Independencia donde descansan restos de héroes mexicanos, o aún de Palacio Nacional, donde recientemente una mujer se tomó una fotografía sin demasiada ropa y con mucha gracia.

De cualquier modo, es verdad que en este pueblo compartimos símbolos sin conocerlos muy a fondo y cualquier oportunidad para hacerlo es buena y necesaria. Aplica por supuesto a las edificaciones pero también a otros rasgos de nuestra identidad. ¿Cuántos hemos podido estar cerca de esa imagen que aprendimos en los libros de texto, el Volcán Popocatépetl, y admirar su perfil al atardecer? ¿Cuántos, escuchar el concierto matutino de las aves en la selva Lacandona o conocer a Roberto Cantoral, compositor de esa frase “reloj, no marques las horas”, repetida cuando estamos en aprietos, así como a tantos creadores que han marcado nuestras vidas y aún nuestro lenguaje cotidiano?

Por eso, develar esos sitios, propiciar el redescubrimiento de su grandeza, resulta relevante. Al hacerlo, se propicia que el espectador, el visitante, el público, se reconozca a sí mismo, halle en su interior referencias olvidadas o difusas y tomen forma otra vez para su mente y aún para sus emociones.

Así, el paseo que comienza con Palacio Nacional y el resto de las figuras que menciono al inicio, toma sentido conforme avanzan los metros en la Ex fábrica de hilos La Constancia Mexicana en la Ciudad de Puebla —donde se ha colocado este parque Paseo de los Gigantes—.

Adelante, uno puede apreciar maquetas a escala de edificios emblemáticos de la antigua y la moderna Puebla de los Ángeles: la Catedral, el Palacio Municipal, Los Fuertes; y ahora la Estrella de Puebla, el Museo Barroco o el recientemente remodelado Estadio Cuauhtémoc.

Sin omitir el inevitable tinte de comunicación política representado en esta sección, pues se ponen en relieve obras de un gobierno estatal reciente, tampoco debe omitirse un reconocimiento de visión innovadora y un impulso poco repetido en otras zonas y ciudades del país, con obras de alto relieve simbólico.

Luego, el mundo

Sin embargo, la gran sorpresa viene después. Pues al cruzar el edificio que alberga la fonoteca, uno tiene la oportunidad de admirar y pasear por las miniaturas de ciudades del mundo, como Washington, Nueva York, Berlín o Moscú.

Las miniaturas, por cierto, están elaboradas con un nivel técnico destacado y de escalas que rebasan en su mayoría los tamaños de las maquetas acostumbradas. Por ejemplo, la plaza del Museo de Louvre en París, debe medir aproximadamente unos 50 metros cuadrados.

De hecho, el predio consta de 32 mil 063 metros cuadrados y son alrededor de 52 las maquetas presentadas, intercaladas con andadores, ciclovías, canchas deportivas y hasta un minigolf. El complejo fue inaugurado el año pasado y las obras fueron elaboradoras por una empresa con inversión de 90 millones de pesos.

Pero el recorrido no termina con Moscú. Para aprovechar el espacio y no interrumpir la ruta por el paso de una avenida, se colocó un paso a desnivel que conduce a una parte de la ex fábrica donde, además de otras miniaturas de Japón, el estadio de futbol de Beijing o la Ópera de Sidney, se concluye con las instalaciones de 4 museos.

En efecto, 4 museos, perfectamente equipados y gestionados, por un organismo público encargado de estas tareas: el Museo Casa de la Música de Viena en Puebla, el Museo Infantil de la Constancia, Casa del Títere Marionetas Mexicanas y el Museo de la Música Mexicana Rafael Tovar y de Teresa.

Horizontes

Justo en la zona de los museos, encontré a tres muchachas adolescentes que venían a la Casa de la Música. Las tres, cargaban el entusiasmo en sus mochilas y un poco de incertidumbre quizá porque —así se lo dijeron al taquillero— era su primera vez en el museo. Sin embargo, allí estaban y eso seguramente comienza un camino.

Porque en el sendero del descubrimiento del mundo, de la aventura de vivir, del conocimiento y aún de la cultura, basta un detonador para desencadenar una serie de consecuencias insondables.

El Parque de los Gigantes o los museos mencionados, o bien el libro de poemas que guardamos en el estante más alto del librero de casa, pueden ser ese detonador que haga estallar en nuestro interior la dicha.

Y después de la dicha, todo lo demás.