eloriente.net

25 de junio de 2018

Por Juan Pablo Vasconcelos

 

“El próximo primero de julio tomaremos algunas determinaciones importantes. Hay una que debe acompañar a las demás: actuar con sensatez”.

 

La única manera de detener los efectos de una dictadura de cualquier de cosa, es revelarse, es decidirse por la liberación.

Incluye la dictadura del Smartphone, la de un marido violento, la de la desidia, la de procastinar, la de un vicio, la del Estado, cualquiera de ellas.

Liberarse es arduo proceso cuyo paso decisivo comienza en reconocer la opresión, asimilarla y decidirse a actuar en consecuencia, valientemente y con buen juicio, es decir, con sensatez.

Hoy, nuestra libertad se encuentra amenazada por innumerables poderes. Siempre lo ha estado, es verdad. Pero ahora esos poderes suelen ser tan sugerentes, seductores y aún parecer tan libertarios, que engañan y mienten con facilidad.

Lo que parece un paraíso, hoy, puede ser su revés.

Aunque los valores que se empeñe en demostrar, las palabras que pronuncie, los discursos de sus seguidores, la moda, los puntos históricos sobre los cuales apoye sus maneras y sus dichos, las proclamas y promesas a futuro, todo, parezca una cereza sobre el pastel del país. Aun así, puede ser al revés.

Por eso, una clave para las próximas elecciones del domingo, será la determinación clara de las y los ciudadanos a actuar con sensatez y, con una voluntad a toda prueba, decidirse por la libertad.

Allí donde se les presione a votar por un determinado candidato o partido, aun cuando no comulgue con sus ideas, emociones y —lo más importante— con sus principios, no deberá hacerlo.

Allí donde se le denueste por elegir a otro, donde esa coincidencia sí le parezca más clara, entonces deberá optar por la libertad y votar por él a pesar de las circunstancias y las descalificaciones.



Allí donde en las redes sociales se trate de desviar la atención, violentar el proceso o infundir temor y aún dudas alrededor del proceso, el ciudadano deberá abstenerse de difuminar ese virus al resto de sus amistades y conocidos, sabido como lo es que las elecciones son una tarea común y su buen desarrollo depende de los 120 millones de mexicanos y no solamente de un instituto.

Es decir, este primero de julio necesitamos del buen juicio de todos.

Ninguna elección es infalible de errores y menos aún lo es si sucumbimos a la dictadura del miedo, la sospecha y el exceso verbal y aún físico, construyendo un contexto desfavorable para México.

No hay un manual

Recuerdo muy bien hace algunos años, cuando la maestra Ikram Antaki publicó su Manual del Ciudadano Contemporáneo. Era la época cuando aún muchos de los fantasmas hoy aparecidos, no eran determinantes como lo son ahora en nuestra vida cotidiana. Capaces incluso de cambiarnos el carácter y aún de condicionar nuestros actos.

Uno de ellos, central: nuestras redes sociales.

Redes sociales en el más amplio sentido de la palabra. Hoy, miles de personas tienen más vida virtual que vida personal. Enviamos mensajes de texto en vez de escucharnos. Señalamos con total irresponsabilidad y enjuiciamos la vida y los actos de los demás, sin contar con la información completa y solo fragmentaria. Difundimos mentiras involuntariamente —en el mejor de los casos, porque ya un retuit negativo implica la activación de una zona individual perversa, que ahora viaja hacia millares de personas al instante.

Es decir, eso que denominamos en otras disciplinas: tejido social, ahora parece un tejido mixto, compuesto por nexos de carne y hueso y por nexos de holograma, intangibles.

En este nivel, la preocupación es enorme.

El problema radica en la simulación, la manipulación y el engaño. Si antes con carne, hueso y ojos de por medio, la mentira se abría paso. Ahora, con rostros editados y palabras sin autor, las marejadas de buenas y malas intenciones se mezclan hasta explotar en nuestras propias  manos.

Necesitamos verlo. Necesitamos evitar sucumbir todos los días, pero sobre todo en un proceso electoral tan definitivo como el del próximo domingo, en la argumentación de los malintencionados.

Una de las características de esta irrupción tan sorpresiva de lo digital en nuestras vidas, es que apenas estamos aprendiendo a distinguir y a lidiar con estos asuntos. Pero si intentamos distinguirlos con claridad, entonces será más sencillo transitar hacia esta nueva realidad, sin que las consecuencias sean tan oprobiosas y, al mismo tiempo, sus huellas no dejen herido a nadie.

Por eso, no hay manual para el ciudadano híper comunicado que ahora somos.

Lo que sí podemos hacer es hacernos responsables de nuestros actos.

Sí podemos intentar liberarnos de condicionamientos, tratar de mirar con claridad y sin apasionamientos los mensajes que recibimos y solo multiplicar aquellos que de verdad intenten construir mejores escenarios de convivencia. Dejemos a un lado a los violentos, los intrigantes, los que solo buscan popularidad a costa de revolver las pasiones y confundir a las personas.

Ninguna popularidad basada en estos asuntos, de cualquier manera, es duradera. Dejemos que se hagan polvo con el tiempo.

Solamente son atendibles los liderazgos sinceros y basados en valores.

El tema, claro, es que las personas sensatas y que apuestan por la responsabilidad son a menudo las menos sonoras, las menos escandalosas.

Pero no importa. Porque la sensatez suena de otra manera y tiene otro ritmo: la paz de la jornada electoral, el buen desarrollo de los conteos, la comprensión de las incidencias que se presenten —cuya aparición es absolutamente normal— y luego el desempeño natural de las instituciones, son su forma de expresión.

Prefiero ese ruido millones de veces. El ruido de la paz y la libertad. Que el retumbo de la ignorancia y aún del apoyo involuntario de las buenas personas, que se dejan llevar por el oropel de la violencia.

El domingo intentemos la libertad y la sensatez. Si es así, la elección saldrá a pedir de boca.