Foto: VisitMéxico

Por: Ciro Velásquez Ruíz

En este mes cumple uno más de sus abriles Oaxaca, mi ciudad añosa y apacible, coqueta y relamida. Puntual y afanosa llega la primavera para vestir sus calles en tonos naranjas amarillos, lilas, rojos y morados. 

Mi ciudad de múltiples placeres inefables, ciudad mágica y voluptuosa que enamora, ciudad surrealista.   

Mi Oaxaca que es al mismo tiempo muchas Oaxaca: 

Oaxaca santuario arquitectónico bañado en verde jade, de callecitas apretadas y simétricas, con sus rincones y parques, su plazuelas y templos, sus cúpulas y torres que asoman por doquier, con sus nobles casonas de anchos muros enjalbegados o sus fachadas coloridas de umbrosos patios, con sus balcones de hierro, siempre adornados de tiestos y búcaros floridos. 

Oaxaca musical, de días y noches de marimba o banda, en que se escuchan las dulces canciones oaxaqueñas. 

Oaxaca la pequeña babel indígena de catorce idiomas y sus variantes dialectales que uno escucha a cada paso. 

Oaxaca la de la tradición indígena y mestiza que preserva sus fiestas y sus ritos. 

Oaxaca artesanal de manos mágicas que dan forma y color a lo inimaginable. 

Oaxaca el paraíso de la gula, con la cocina más variada de México y sus dulces y bebidas, con su confitería que un antiguo viajero inglés ponderó como la mejor de América. 

Oaxaca abigarrada, cuyo color rezuma en sus trajes, sus mercados, sus fachadas, sus pintores, sus artesanías y hasta en su adorno vegetal. 

Oaxaca historia, Oaxaca cultural, Oaxaca la del clima ideal. Oaxaca la de los cielos envidiados. 

La que trazó hace ya casi cinco siglos con mano diestra el español Alonso García; la ciudad cuyo pasado contaron Burgoa, el Padre Gay, Iturribarría o Martínez Gracida; la que añoraba en París nuestro viejo héroe-dictador.

Por la que suspiraba en Nueva Orleans o La Habana el patricio de Guelatao; la que anheló sin conocer el filósofo Nietzsche; la que alucinaron y volvieron literatura Malcolm Lowry, D. H. Lawrence o ítalo Calvino; la que ahora aman y embellecen Toledo, Harp Helú y otras manos y mentes anónimas y amorosas.

«La más bella del mundo junto con París» dice Guadalupe Loaeza. «La del zócalo más bello de México», escribió julio Cortázar; «el antidepresivo que produce adicción», dijo el añorado Germán Dehesa. «La ciudad más mexicana y la más libre» según Ríus. 

Uno puede irse de aquí por diversas razones, pero volver por una sola pasión: Oaxaca.

Oaxaca, la ciudad que está en la mitad exacta de este vasto territorio, y bajo el hombro izquierdo de los que nacimos o vivimos en ella, de los que se han ido sin querer y de los que llegan aquí en busca de un pequeño paraíso y lo encuentran.