Por: Adrián Ortiz Romero

+ Exclusión fue la constante entre candidatos

Uno de los principios fundamentales de toda campaña proselitista, en la que se juegan varios espacios al mismo tiempo, radica en hacer una verdadera unificación y coordinación de todas las fuerzas con las que cuenta un partido, para que la aceptación de su mayor capital político arrastre a los demás. Aunque esta es una constante bien entendida en todas las campañas y en todos los momentos políticos de nuestra entidad, nada de esto operó en los comicios federales del pasado 1 de julio. Este es otro de los factores esenciales para entender esta colosal derrota del priismo oaxaqueño.

En efecto, aunque en toda democracia se dice que cada ciudadano tiene la posibilidad de elegir y razonar libremente su voto, y aún cuando también decimos que en México tenemos una democracia plena, lo cierto es que aquí la gran mayoría de los capitales electorales continúan generándose por francas clientelas, y alrededor de liderazgos políticos de todos niveles que, en el mejor de los casos pueden considerarse como caudillismos, aunque —al menos en Oaxaca— la gran mayoría de ellos no dejan de ser meros cacicazgos.

Esto explica buena parte de la lógica de la operación electoral descrita en líneas anteriores. Esa lógica se basa en el clásico relativo a que la unión hace la fuerza. Y por eso, en una elección en la que se juegan tanto la Presidencia de la República, como las curules y escaños que componen la representación legislativa estatal en el Congreso de la Unión, lo predecible es que la campaña se construya no sólo alrededor del mayor liderazgo entre los candidatos, sino también considerando la primacía de cada uno de los factores de control distritales, regionales o estatales, y dando preponderancia a esos caciques partidistas que, nos guste o no, lo aceptemos o no, controlan clientelar miles de votos que bien pueden inclinar la balanza al triunfo o la derrota a cualquier candidato.

Esa lógica impone que, valga la redundancia, la campaña sea una sola campaña. Es decir, que todos los candidatos a Diputados, Senadores y Presidente, tengan como eje de rotación una sola coordinación general, una sola línea de acción para la promoción del voto que no es cautivo de las clientelas o del llamado “voto duro”, y un solo mando en cuanto a la operación electoral específica para movilizar a quienes ya se tienen como votos asegurados. Esto, con sus particularidades, lo sabe todo aquel que ha conducido, o que al menos ha sido parte de cualquier campaña proselitista seria, en la que hay orden o trabajo real a favor de todos sus candidatos.




Este tipo de operación tiene ganancias para todos, ya que, de algún modo, todos los candidatos se montan en la operación electoral del abanderado más fuerte (que siempre es su candidato presidencial), y para asegurar el triunfo únicamente alimentan la estructura electoral planteada de antemano, y se dedican a trabajar en coordinación con ella.

Por razones obvias —que van desde su propia popularidad, pasando por la capacidad de disponer de recursos económicos para la operación electoral, y culminando con su capacidad de exposición en medios de comunicación e inversión en propaganda—, un candidato presidencial casi siempre tiende a crecer. Y si detrás de él van todos los demás candidatos, únicamente regando, cuidando y abonando un terreno que ya fue arado y sembrado por el abanderado presidencial, lo lógico es que finalmente, el día de los comicios, el arrastre del más fuerte jale a los demás; y que las operaciones para evitar el voto diferenciado terminen de hacer el trabajo para que todos ganen.

Eso es lo que se supone que debe ocurrir en todas las campañas electorales y, de hecho, es lo que ocurre casi siempre. Sólo que en Oaxaca esta operación tuvo una lógica distinta, que más bien estuvo ubicada en el predominio de las razones de encono y desorden.

De ahí puede explicarse perfectamente por qué, a pesar de las inversiones económicas que hizo el PRI nacional en Oaxaca, nada fue suficiente para evitar la caída de los candidatos a diputados y senadores; e incluso por qué éstos mismos, por las mismas razones, fueron también corresponsables de sus propias derrotas.

CUATRO CAMPAÑAS

Como lo hemos apuntado en nuestras entregas anteriores, y como es bien sabido por todo el priismo oaxaqueño, las candidaturas fueron repartidas en base a un criterio poco claro, que no hizo sino desterrar cualquier posibilidad de reconciliación entre los tricolores y que, al contrario, generó más enconos y divisiones entre dirigentes partidarios, líderes regionales, candidatos y resentidos.

Como no hubo conformidad ni un criterio uniforme en el reparto de las candidaturas y de las principales posiciones, entonces era imposible que hubiera una sola lógica en la coordinación de las campañas proselitistas. Eso explica buena parte del desastre de la operación electoral, y la responsabilidad de todos en la construcción de su propia derrota. ¿De qué hablamos?

De que, hablando en términos llanos, cada candidato “caminó solo”. Es decir, que cada uno construyó su propia campaña, estableció su propio esquema de operación, hizo sus propios pactos y se acercó con sus propios medios a cada uno de los operadores y líderes regionales involucrados en su distrito. Y si esto era ya de por sí grave, lo peor estaba por ocurrir.

Esto, debido a que hasta en ese trabajo predominaron los enconos sobre el interés partidario y la supuesta intención de ganar. Los candidatos a diputados hicieron su propio esquema de operación. Pero como no había coordinación con los dos candidatos al Senado, cada uno hizo sus propios pactos, encimados a los que ya había hecho el aspirante a diputado. Y si tres campañas ya eran muchas para un solo territorio, todavía a ello se le agregó que el coordinador de la campaña presidencial en Oaxaca hizo exactamente lo mismo.

DESASTRE ELECTORAL

Eso dio como resultado que hubiera cuatro campañas en paralelo, en las que todos estaban peleados con todos, y en las que todos querían ganar pero viendo perder a los otros candidatos de su mismo partido. Por eso, contrario a toda lógica, todos pidieron voto diferenciado, todos socavaron a sus correligionarios, todos se pusieron trabas, y todos hicieron trabajo político para rumbos distintos. Por eso no hubo dinero o acuerdo cupular que alcanzara. Y por eso, todos fueron alcanzados por una derrota que agarró parejo, y en la que hasta los “ganadores”, como Eviel Pérez Magaña, lo lograron perdiendo.