Por: Rodolfo Naró
La mujer como modelo. La mujer como inspiración. Principio de vida y destino de creatividad. Homenaje a la mujer a través de la forma. De la total desnudez. Más allá del instinto. Los primeros días de junio recibí la invitación de Luis Alberto Pérez Amezcua del Centro Universitario de Lagos de la Universidad de Guadalajara, para participar en la antología La escritura y el deseo. Me pidió que me pusiera en contacto con el fotógrafo y editor Alejandro Zenker, en la ciudad de México. Yo ya conocía los libros de Zenker, su manera de trabajar: escritores con modelos desnudas en actitudes escultóricas estilo Mujer picada por una serpientede Clésinger o emulando a las bailarinas de Edgar Degas.
La noche de mi cita fue un jueves. Llovía. Llegué veinte minutos después de la hora citada. Ya me esperaban Alejandro Zenker y las modelos. Nuri tenía el cabello negro, y Lety era una chica francesa y rubia que hablaba español por cada poro de su piel. La presentación fue rápida, entre ellos había una dinámica de trabajo que describrí poco a poco y a la que me fui acoplando con la ayuda de una botella de vino chileno que descorchó Laura, pareja y asistente de Alejandro, también con cámara en mano, a distancia fotografiaría la sesión.Libres de pudores las chicas se desnudaron frente a mí, brotando en medio del silencio una atmósfera de erotismo y sensualidad. El estudio era cálido, a pesar de la doble altura del techo, a pesar de la lluvia que insistía en prolongarse toda la noche. Ellas se movían con libertad felina. Alejandro me explicó por qué me había pedido que vistiera de negro. Jugaremos con las sombras, más que con la luz, me dijo y me pidió que me sentara en un escenario de piso y fondo negro. Quiero que resalten los cuerpos de ellas, tu rostro y tus manos. Que los tres se fundan en la oscuridad de lo incierto. Me dijo que podía abrazar, modelar, sentir, que mi tacto se extendiera por la piel afrutada de las chicas. Esto es como una danza con lobos, me aseguró. Si aprendes a consentir, conseguirá al final un par de corderos. Alejandro, como un director de escena, nos decía dónde iba cada mano, hasta dónde cerrar las piernas.

Hicieron falta pocos minutos para que me familiarizara con ellas. Para que me quitara el saco y me quedara en camiseta a merced del obturador de Alejandro. Nuri se sentó en mis piernas, su olor era de río revuelto, se meció en mis brazos, puse mi cara en su vientre y escuché la onda profundidad de su ombligo. Al pasar mis dedos sobre los senos de Lety, su piel se erizó como terciopelo mojado. Se me cansaron los brazos de cargar tan ligeros cuerpos. La sesión duró varias horas. Alejandro Zenker frente a nosotros, buscaba con su mirada el ángulo perfecto, la sonrisa extraña. Captando los silencios que se volvían movimiento ante su lente. Laura seguía detrás de él, también desnudando la escena con su cámara. La confianza nos dictó un nuevo ritmo. La música de jazz hacía una atmósfera tan íntima que me llevó a perderme en cada pliegue del cuerpo de Lety, en la intensidad de los pezones oscuros de Nuri, en el ensueño del sexo casi depilado de las dos, en la valentía de sus miradas. Poco antes de la media noche yo me sentía tan desnudo y libre como ellas, que terminamos la sesión descorchando otra botella de vino, comiendo chocolate y leyendo poesía. Mientras afuera la lluvia seguía mojándolo todo.