Por: Diego Mier y Terán G.

Como el dinero sustituye todas las otras relaciones, la lógica industrial convierte todos los saberes en mercancía para hacer uso de ellos como partes de alguna producción en serie. Tratar los saberes como mercancía es despojarlos del impulso creativo y comunitario de donde surgieron. 

Ivan Illich

El mes pasado escribí sobre aspectos problemáticos en la relación diseñador-artesano. Mencioné cómo la “ayuda” se torna colonización cuando el diseñador asume que sus conocimientos y sus preocupaciones —su cultura, en pocas palabras— son válidas para otra cultura y elabora un diagnóstico desde donde articula el cambio del artesano.

Mencioné cómo la transformación se da en un sólo sentido y una dimensión: incorporar al artesano y la artesanía a la economía dominante. Este proceso implica que no hay transformación en los dos sentidos. Es decir, no se abre un espacio para que  también el artesano cuestione la cultura y los modos de hacer del diseñador.

Como esta concepción colonizadora y prejuiciada de la “ayuda” de arriba a abajo habita los sótanos de nuestra psique colectiva, la reproducimos sin mucho esfuerzo. Así, fácilmente podemos apreciar los objetos, pero menospreciar las formas de pensar y las forma de vida “artesanales”.

Propuesta: el valor de la artesanía no está en el objeto en sí, ni siquiera en la técnica para producirlo, está en las personas que la practican y la mantienen viva. Y más aún, el valor está en las formas de organización social que permiten que la artesanía surja como oficio, en las economías que le dan viabilidad como actividad productiva, en las relaciones con la naturaleza que dan sustentabilidad a los procesos, en las formas culturales que dan relevancia y sentido profundo a los objetos, articulándolos con la comida, la agricultura, los mitos, etc.

Se suele despojar a la artesanía de esta complejidad porque asumirla significaría enfrentar las inconsistencias de la cultura “occidental” (whatever that means). Significaría reconocer la deuda histórica con los pueblos originarios. Significaría cuestionar los paradigmas en que se sostiene nuestra civilización y nuestro modelo económico, tan dependiente de la explotación sin límites de hombre y naturaleza (llamados recursos).

Algunos diseñadores parecen haber introyectado este modelo extractivista a tal grado, que lo reproducen y lo imponen acríticamente en su relación con los artesanos, a quienes ven como un recurso más. Ahora, cuando la estética de la producción en masa se agota y el consumidor busca más honestidad, localidad y respeto a la naturaleza –entre otros nuevos valores– aparece una nueva veta a explotar: Se trata de explotar la habilidad, sensibilidad y símbolos del artesano para producir mercancías “novedosas”, sin que haya mecanismos que mitiguen o contrarresten las enormes desigualdades, por decir lo menos. El artesano como recurso, lo artesanal como plusvalía. No hay contexto, historia, ni sentido que valgan como límite, sólo recursos para explotar y ganará más quién agarre primero.

Uno de los ejemplos más claros de este “extractivismo cultural” es Pineda Covalín, que se presenta –se disfraza, diría yo– como un proyecto de “rescate” cultural y “dignificación” de la cultura mexicana mientras explota los clichés de los mexicano, folcloriza la cultura y la reduce a una imagen fácil de aplicar sin distingo en mascadas, bolsas o corbatas. Lo que son símbolos ricos y complejos culturalmente se aplanan en una imagen de colores atractivos lista para el copy-paste. Sin importar su lugar de origen o razón de ser, se estampan en seda… producida en China. Se vende en boutiques de lujo, pero se destina un mínimo recurso a los creadores originales, aprovechando que la propiedad intelectual colectiva no está protegida legalmente.

Claro que no es el único ejemplo. Existen muchas iniciativas gubernamentales y privadas en Oaxaca, algunas más voraces que otras, que padecen de esta cómoda miopía, tan dañina para el artesanado como para el diseño y la cultura en general. (CDO, anyone?)

Para cerrar con nota positiva: En Atzompa, pueblo alfarero con tradición milenaria, cientos de artesanos luchan por sobrevivir y conservar su herencia a pesar de los ataques gubernamentales y las condiciones adversas. ¿Porqué lo siguen haciendo, porqué no buscan una actividad mejor remunerada? Contestan: “Porque amamos el barro, porque es lo que nos hace personas, lo que nos da vida”. Tal vez algo podamos aprender de ellos.

 

El artesano como recurso

COLUMNA HUB OAXACA Por: Diego Mier y Terán No es mi intención en esta columna desarrollar la queja, ya hay suficiente, pero voy a hacer una excepción por un tema que últimamente me inquieta. Quiero hablar de la relación entre artesanos y diseñadores, y mencionar ciertos aspectos donde esta relación se torna problemática. Cada vez […]

July 17, 2013