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18 de agosto de 2013

Por: Alejandro López Musalem

El Agua y el Aire son elementos primordiales para nuestra vida y compartimos esta necesidad con todos los seres de la creación. Sin poder respirar o beber, moriríamos en cuestión de horas o minutos. Pero ambos elementos son abundantes y no es necesario “fabricarlos”, solo cuidar que no se contaminen y mantener los ecosistemas sanos. La madre tierra nos regala estos elementos gracias a sus ciclos reproductivos y su apasionada relación con el sol.

Pero más allá de la sobrevivencia y los reflejos fisiológicos para respirar y beber agua, tenemos que alimentarnos y alimentar a nuestros hijos. Los animales salvajes se las arreglan por instinto en su medio natural, mientras  aquellos que han sido domesticados dependen de nosotros para su manutención y sobrevivencia. Pero los humanos requerimos “fabricar” nuestra comida a partir de las plantas y animales que existen en nuestro entorno y que son digeribles y abundantes.  Aparece entonces la tercera A, por Alimento. La actividad es referida como Agri-cultura, razón de ser y misión de las sociedades humanas desde su aparición y dispersión por el mundo. Aún con la caza y la recolección, se requiere un profundo conocimiento del medio natural y de habilidades que se transmiten verticalmente, junto con el lenguaje, en un sustrato social, por lo que se llama “cultura” (lo que es propenso a cultivarse).

El no ocuparnos de nuestra alimentación trae funestas consecuencias, desde enfermedades crónicas hasta el colapso económico de las naciones. Alimentarse es el primer acto consiente, por lo que es un acto político individual y colectivo. El hecho de restarle importancia a lo que comemos nos convierte en personas y naciones vulnerables. Tal desprecio hacia la comida se nota en la parte de los ingresos que las familias y los países poderosos destinan a este gasto: menos del 10%. El resto se destina al consumo de artículos superfluos, en tener “tiempo libre” y en acumular bienes.

A raíz de la Industrialización del mundo, gracias a los combustibles fósiles, la sociedad humana se ha urbanizado y en consecuencia depende cada vez más de un “salario” para comprar alimentos. A diferencia de los antiguos soldados romanos, quienes recibían sal como parte de su sueldo, con actual política del gobierno mexicano, casi la mitad de la población recibe ahora un “carbario”, que es  una despensa de comida chatarra a base de azucares y harinas (calorías vacías) o el dinero para adquirirlo. A la larga esto se convierte en un “calvario” cuando aparecen las enfermedades por la adicción al azúcar (caries, cáncer, diabetes, embolias, Alzheimer, etc).

La población campesina que por milenios se alimentó a sí misma y a los demás en las ciudades, se está perdiendo, al no haber relevo generacional, al migrar en masa o al ver desvalorizado su labor y aceptar las cómodas dádivas del gobierno centralista y corrupto. En los últimos 50 años, con el empuje de la “revolución verde” y el enfoque reduccionista de la vida, también la base natural de la producción agropecuaria se ha visto degradada. Los síntomas son aterradores: suelos infértiles y erosionados, el agua contaminada y desperdiciada, los bosques talados o enfermos y la diversidad de plantas y animales amenazada. Como dijera el jefe Seattle en su respuesta al hombre blanco: “termina la vida, comienza la supervivencia”.

Pero, ¿qué tenemos que hacer para regresar a la vida buena? Volver a la tierra: cultivar nuestros alimentos lo más que podamos o adquirirlos localmente. Sentarnos a la mesa: cocinar todos los días con ingredientes naturales y frescos. Recuperar la conexión: Incluir a los niños, nutrir el alma con historias y con recetas, compartir la comida con amigos, intercambiar productos. Vivir despacio, morir sin prisa.

Email: al-musalem@hotmail.com