eloriente.net

22 de marzo de 2014

Por: Miguel Carbonell

El impulso reformador que el gobierno de Peña Nieto ha demostrado hasta el momento, y que ha sido muy bien entendido por nuestros legisladores, debe atreverse a tocar uno de núcleos indispensables para el desarrollo futuro del país: las universidades.

Se ha repetido hasta el cansancio que el siglo XXI es el siglo del conocimiento y que las ideas son el combustible para el crecimiento económico. Pues bien, el laboratorio por excelencia de las ideas de vanguardia son las universidades. Infortunadamente, México no tiene a ninguno de sus centros universitarios dentro de los 100 mejores del mundo, de acuerdo a los rankings más prestigiosos en la materia.

Las mejores universidades mexicanas son la UNAM, el ITESM y el IPN, en ese orden.

Las tres cuentan con una planta docente de excelencia, se distinguen por hacer investigación de punta y han demostrado un firme compromiso con la difusión de la cultura ¿pero qué pasa con las demás universidades, en particular con las universidades públicas que se financian con el dinero que los ciudadanos pagamos de impuestos? ¿Acaso están a la altura de los desafíos que ofrece el siglo XXI? ¿con qué nivel real de conocimientos y preparación salen sus egresados? ¿Qué tipo de vinculación tienen con las empresas que trabajan en el país y qué tanto aportan para el crecimiento económico de México?

Me consta que hay universidades públicas excelentes. En muchas de ellas buena parte de sus profesores tienen estudios de posgrado y demuestran día con día su firme vocación docente. Pero no es el caso de todas. Incluso entre las mejores (las tres ya señaladas, y otras que son también sobresalientes) hay un amplio campo de mejora. Si queremos un México más desarrollado es indispensable contar con el impulso de sus universidades. Las autoridades educativas no deberían conformarse con la reforma educativa del año pasado que afecta sobre todo a la enseñanza primaria y secundaria. Deben ir más allá y proponer esquemas profundos de reforma a las universidades. Toda la sociedad debe exigirlo y debería ser una de las prioridades nacionales en las semanas, meses y años venideros.

Hay al menos tres cosas que se podrían hacer en lo inmediato, que me parece resultan indispensables:

1. Realizar un examen único a nivel nacional para el ingreso en las universidades. Esto tendría dos grandes ventajas: por un lado nos permitiría medir con un único parámetro el nivel de aprendizaje con el que nuestros jóvenes salen de la preparatoria. En segundo lugar, les permitiría a quienes obtuvieran los mejores resultados elegir la universidad en la que quisieran inscribirse, sin importar si está cerca o lejos de su domicilio. Los mejores estudiantes irían a las mejores universidades, potenciando su esfuerzo y fomentando la competitividad entre los estudiantes y las universidades.

2. Emprender un agresivo programa de becas para lograr que buena parte de nuestros estudiantes cuente con algún apoyo básico del Estado para estudiar al menos durante un semestre de su carrera en el extranjero. Lo mucho que le sirve a un joven viajar y ver otro país, conocer su cultura y convivir con otros universitarios, es algo que no tiene precio y respecto de lo cual hay que invertir con decisión. El esquema de financiamiento puede ser a través de becas-préstamo o el que se juzgue mejor, pero sin duda que los intercambios académicos internacionales deben ser una meta urgente de nuestro sistema universitario.

3. Una vinculación más estrecha entre la universidad y los sectores productivos del país. Debemos modificar el anticuado esquema del “servicio social” obligatorio, que se presta para tantas farsas y tanta pérdida de tiempo, para emprender un movimiento de vinculación efectivo entre empresas, universidades y sector público. Los estudiantes —como se hace ya en algunas carreras— deben entender que están en la universidad para formarse como mejores personas y mejores ciudadanos, pero también para volverse profesionistas exitosos, lo cual depende de que sean capaces de ser productivos y de competir con personas de su mismo campo profesional.

A mediano plazo deberíamos tener al menos 3 universidades dentro de las 50 mejores del mundo y al menos otras 7 dentro de las 200 mejores. No hay razón para negarnos esa oportunidad de excelencia. Para ello debemos emprender profundas reformas, como las tres que he mencionado. Ojalá no nos tardemos mucho en hacerlas realidad.

 

Foto: Wikimedia

 

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