eloriente.net

23/noviembre/2014

Por Juan José Consejo

La gota de agua que da la nube como regalo para la flor
en vapor se desvanece cuando la calienta el sol
y nuevamente al cielo sube hasta la nube que la formó…

Cricrí. El chorrito

Ahora que la temporada de lluvias está plenamente instalada en Oaxaca se hace más obvio que el agua cae y se escurre, con fuerza y rapidez. En realidad, a dondequiera que veamos, especialmente en lugares naturales, tendremos agua en movimiento: la que corre por ríos o se precipita en cascadas, la que se eleva en forma de vapor o la desplazada por la atracción de la luna o por el viento: las mareas y las olas. El agua siempre está moviéndose como parte de un ciclo, tal como describe Gabilondo Soler en una de sus más conocidas canciones.

Es probable que la mayoría de nosotros hayamos oído o visto algo acerca de esto que se llama el ciclo del agua o hidrológico. Sabremos que más que estar en ciertos lugares o venir de ellos, el agua se mueve constantemente de una manera extraordinariamente compleja, a diferentes velocidades y en distintos estados físicos. Una versión muy simplificada de esto la representamos en la imagen siguiente, que alude a una parte de los Valles Centrales de Oaxaca:

Ciclo del agua

En principio, toda el agua que hay en una cuenca, esa suerte de olla natural delimitada por montañas, proviene de la lluvia. En condiciones naturales una gran proporción de esta agua se evapora, ya sea antes de llegar a la superficie, una vez que cae o a partir de la transpiración de las plantas. En lugares como los Valles Centrales la parte que regresa de esta manera a la atmósfera puede representar hasta 60% del total. El agua que queda puede seguir varios caminos: una parte, la mitad, se escurre para ir formando arroyos, ríos o lagos, la otra se filtra para humedecer el suelo y luego alimentar lo que se llama mantos freáticos, algo así como ríos subterráneos.

Para muchos citadinos todo esto puede parecer de poca importancia. Al fin y al cabo, se dicen algunos, lo que cuenta es que el agua corra por las tuberías y nos llegue en forma limpia y abundante. Pero aunque no lo sepamos, esto depende de mantener en equilibrio el ciclo. No tenemos ninguna posiblidad de resolver a fondo nuestros múltiples problemas en torno al agua si no conocemos cuánta llueve, cuánta se evapora o se filtra, por dónde escurre, cuánto tiempo pasa en cada fase, etc. El ciclo del agua debe ser la base de una ciudad sustentable.

Aquí en Oaxaca, como en cualquier otro lugar del mundo, el agua es limitada y está sujeta a un flujo que depende de condiciones como el clima, los suelos, la orografía. Tenemos que tomar en cuenta todo esto. También necesitamos conocer la rapidez del paso del agua por sus distintas fases, y sus cualidades. No es igual el agua de lluvia que la que sacamos de un pozo profundo; no es lo mismo el agua que corre rápidamente luego de un aguacero sobre la tierra desnuda que la que baja lentamente por una cañada cubierta de vegetación. Es decir, nos interesa la calidad tanto como la cantidad y me refiero desde los aspectos físicos-químicos y bacteriológicos del agua hasta lo que podemos llamar su calidad ecológica. Finalmente, debemos tener una buena idea de cuánta agua usamos, de dónde la obtenemos y cómo afectamos ese ciclo natural. Nuestra participación implica se trata ya de un ciclo hidrosocial, es decir, uno que combina las condiciones naturales y las maneras en que las modificamos.

Viendo así las cosas, ¿qué ha pasado en los Valles Centrales? En primer lugar, el cambio de uso de suelo y el cemento han disminuido drásticamente la infiltración y la evaporación. Como consecuencia han disminuido los mantos freáticos y el microclima se ha vuelto más extremoso. Al mismo tiempo, hemos chupado en exceso el agua subterránea para la agricultura y los usos urbanos. Esto ha hecho que aumente el agua que corre superficialmente, lo cual está agravando las inundaciones y los azolves. Además estamos contaminando tanto el agua superficial como la subterránea.

En las cuencas altas de los ríos Atoyac y Salado llueve anualmente algo así como mil 600 millones de metros cúbicos, de los que la mitad se evaporan. Si repartiéramos lo que queda entre todos los habitantes, le tocaría a cada uno alrededor de ¡cinco mil litros diarios! varias decenas de veces los requerimientos de agua para uso humano aceptadas internacionalmente. De ningún modo quiero decir que es ésta la disponibilidad real de agua potable, pero si deja claro que la tan llevada y traída falta de agua es un asunto muy relativo. Lo que es patente es que las fuentes superficiales y subterráneas someras de agua están siendo sobreexplotadas: tenemos bastante agua en términos globales pero hemos abusado de la que hay en una parte específica de su ciclo, las aguas subterráneas de poca profundidad. Se trata entonces de recuperar el equilibrio en el ciclo hidrosocial del agua.

¿Y cómo hacemos? Tenemos primero que mejorar la infiltración. Esto se puede lograr conservando las “esponjas” naturales que aún nos quedan y realizando obras especiales como la regeneración de las cañadas que bajan de la cordillera norte. Se trata aquí de frenar la velocidad de escurrimiento del agua. Se trata de un ambicioso esfuerzo social en pro de agua lenta.
También podemos diversificar nuestras fuentes de abasto, captando nuevamente agua de lluvia. Es factible asimismo usar más eficientemente el agua en la ciudad y el campo, racionarla y reusarla. Reparar las tuberías e instalar sistemas de riego por microaspersión y goteo son medidas apropiadas para esto. Debemos asimismo devolver el agua usada de manera limpia a sus cauces naturales. en términos del ciclo, todo esto podría representarse así:

Con miras a una ciudad sustentable con claros límites biofísicos aspiraríamos a contar con fuentes suficientes y estables de agua y con la menor afectación posible de su ciclo natural. Además buscaríamos repartirla justamente y usarla con eficiencia. Esto requiere pensar en términos de ciclos, flujos y equilibrios y no exclusivamente en términos de abasto. Una Oaxaca sustentable debería contar con fuentes tan variadas como fuese posible tanto en términos geográficos como de fase del ciclo. Imaginemos una cuenca que se abastece en 30-40% de agua de lluvia, con sistemas integrados o autónomos, en 10-15% de aguas superficiales como manantiales y arroyos, y el resto de aguas subterráneas someras. Imaginemos que hay una jerarquización de usos consensuada socialmente, que se alienta con vigor el reuso y la eficiencia y se impulsan esquemas locales de racionamiento a nivel de colonias, pueblos, unidades habitacionales.

Puede sonar excesivo, pero las profundas transformaciones con miras a esa Oaxaca sustentable requieren imaginación audaz.

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