eloriente.net
16/noviembre/2014
Para muchos oaxaqueños el monte no es sólo una elevación topográfica; también alude a las formaciones naturales que cubren en diversos grados el territorio de la entidad: bosques, selvas, matorrales, palmares, manglares. Estos lugares albergan una buena parte de la tan citada riqueza biológica de Oaxaca y, para la mayoría de los pueblos son fundamentales en su organización territorial, su cosmovisión y su sobrevivencia, además de estar íntimamente ligados a ese otro bien común: el agua.
Sin embargo, otros ven al monte o el bosque de distinta manera; algunos citadinos lo consideran vagamente peligroso, fuente de incomodidades y refugio de alimañas, donde a lo más hay que ir por breves periodos y adecuadamente protegidos, para descansar del tráfago de la ciudad. Para esos urbanitas el bosque tiene una connotación negativa, de atraso e incultura. Otros más, alentados por los vientos economicistas que hoy soplan con fuerza, consideran que los bosques y selvas son básicamente fuente de recursos –sobre todo madera. Hay que sacar con rapidez lo más que se pueda si su explotación es factible, si no, hay que tumbarlos y poner en su lugar algo “verdaderamente” productivo: cultivos, pastizales para ganado, o casas y calles.
Pero desde cualquiera de las perspectivas se reconoce que la cubierta forestal se reduce con alarmante rapidez: los Valles Centrales han perdido un tercio de su cobertura en las últimas cuatro décadas y, de seguir las tendencias actuales, la ciudad, presa de su propio crecimiento desordenado estará pronto al borde del colapso. ¿Qué pasó? ¿Podemos retomar el camino de la sustentabilidad?
Sabemos poco de cómo eran los bosques de los Valles Centrales antes de la Colonia. Podemos suponer, sin embargo, que la vegetación era abundante y el clima más benigno y húmedo. Eso indican las referencias históricas que por ejemplo describen la sorpresa de los primeros españoles por la magnitud y la abundancia de sabinos o ahuehuetes y que hicieron que calificaran estas tierras como valles de gigantes. La misma toponimia de muchos lugares es ilustrativa de cómo fueron: Huayapam significa río grande; Ocotlán, lugar abundante en pinos.
La época colonial dio lugar a profundos cambios en los Valles Centrales, como la fundación de la ciudad y el aumento poblacional, la introducción de la ganadería y la explotación forestal. No obstante, los cambios más veloces y profundos han tenido lugar en las últimas cinco décadas, con la generalización de un estilo de vida que avasalló a la naturaleza y a la civilización rural, privilegió las ciudades a costa del campo y consideró a los bosques y selvas nada más como reservas temporales de unos cuantos productos como la madera.
Es especialmente dramática la deforestación y la desecación que padece el Valle de Oaxaca, a medida que la urbanización avanza, acelerada y caótica. Hoy en día, una buena parte de lo que queda de bosques se concentra en la cordillera que bordea por el noreste los valles de Etla y Grande. Abarca unas 60 mil hectáreas en diez municipios y es una estribación meridional de la Sierra Juárez, una de las regiones de conservación prioritarias de México. Por cierto, los habitantes locales conocen bien y nombran las montañas y otros accidentes geográficos, pero no tienen una denominación tradicional para el conjunto montañoso. Durante el período de oposición al libramiento carretero, el apelativo de Sierra de San Felipe se generalizó a partir de antiguas fuentes académicas y haciendo referencia a la elevación más conspicua de la sierra: el Peñón de San Felipe. Sin embargo, otras comunidades se han quejado reiteradamente por la «exclusión» y recientemente adoptaron el nombre de Cordillera Norte, que tampoco es aceptado de modo generalizado.
A pesar de que los habitantes de la zona conurbada tenemos esta sierra prácticamente en nuestras narices, la información biológica es escasa y fragmentaria. El lugar fue visitado desde el siglo XIX por botánicos ilustres como Galeotti, Conzatti y Pringlei y tiene seis de los 10 tipos de vegetación que Rzedowski reconoce en la entidad, principalmente bosques templados, de pinos y encinos, bosques mesófilos, bosques de galería y selvas bajas. En el herbario del CIIDIR-Oaxaca hay cerca de mil especies de plantas que se han colectado la sierra, algunas en peligro de extinción, raras, amenazadas o vulnerables, además de una endémica, es decir, exclusiva de la sierra. De los animales también se sabe poco. Los biólogos reportan poco más de 200 especies de vertebrados, entre aves, mamíferos, reptiles y anfibios. También los hay endémicos.
La importancia y belleza de la sierra hicieron que el general Lázaro Cárdenas, en 1937, decretara el parque nacional Benito Juárez. Sin embargo, con sus escasas dos mil 700 hectáreas, durante muchos años este parque, como muchos otros en México, no pasó del papel donde se plasmó el decreto presidencial: nunca fue deslindado, ni mucho menos expropiado como exigía en su momento la ley forestal. No contó con estudios, vigilancia ni infraestructura alguna y las comunidades aledañas no lo han reconocido más que como una vaga referencia, levemente amenazadora, del gobierno federal. De cinco años a la fecha las cosas han mejorado y la Comisión Nacional de Areas Protegidas (Conanp) apoya proyectos de conservación de las comunidades, pero lo que se hace es aún insuficiente.
Diversas iniciativas, especialmente desde la sociedad civil y las propias comunidades locales, han intentado diversas acciones para proteger la sierra. Entre los los movimientos más conocidos están el que desde 1991 se opuso a la construcción del libramiento carretero del norte de la ciudad de Oaxaca, que podemos considerar el nacimiento del movimiento ambientalista moderno. Esta obra agudizó el deterioro regional y sigue provocando enojos ciudadanos, en particular porque varios gobernantes y sus socios, de manera abierta o solapada, siguen especulando con los terrenos aledaños e intentan reabrirlo.
En 1994 se aprobó, con carácter de ley estatal, el Plan de Ordenamiento de la Zona Conurbada de la Ciudad de Oaxaca, que reconoce la importancia de la sierra y prevé usos de preservación ecológica y agropecuarios. Este plan, no siempre cumplido, no sólo fue rebasado por el crecimiento urbano sino que su vigencia expiró y no fue elaborado ni promulgado el que debía sucederle. Remiendos tales como el decreto de conservación emitido al vapor por cabildo de Oaxaca de Juárez a fines de 2010 sólo provocó mayores desconfianzas locales. Al respecto, en el seno del
Foro Oaxaqueño del Agua se constituyó un grupo de trabajo con organizaciones civiles y sociales y funcionarios. Se han realizado varias reuniones y hay avances en el intercambio de información y definiciones de estrategias, pero es preciso ir más allá, pues en los últimos meses las presiones sobre el macizo montañoso se han multiplicado en la forma de construcciones irregulares, desmontes, especialmente en San Felipe del Agua, y vertimiento de aguas negras en ríos y arroyos, entre otras cosas.
Es urgente dar a conocer, vincular y replicar las muchas iniciativas que las comunidades, las organizaciones civiles, los ciudadanos y algunas dependencias de gobierno hacen para conservar el monte en los Valles Centrales. Sólo a modo de ejemplo señalamos los esfuerzos de la comunidad de San Pablo Etla, que destinó recientemente a la conservación un área con extensión mayor a la del parque nacional y se esfuerzan en protegerla efectivamente. La regeneración de cañadas, por otro lado, tiene ejemplos alentadores como el desarrollado por la Fundación Harp Helú en el parque La Encantada o el Centro Demostrativo de Permacultura El Pedregal, en San Andrés Huayapam.
Los bosques de la sierra son fundamentales para la ciudad de Oaxaca y los Valles Centrales, en especial para el abasto de agua, pero también por abundantes razones históricas, culturales, productivas y biológicas. Es urgente y prioritario determinar, de manera participativa, una estrategia integral con una perspectiva de cuenca para la región, de modo que logremos conservar sus procesos naturales y al mismo tiempo dar opciones de mejoramiento social a sus habitantes. De eso se trata el Plan Común para un Bien Común del que hablamos en nuestra entrega pasada.
Foto: en.wikipedia.org
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