Los hombres han inventado dos excusas para
acercarse a comulgar libremente en turbas
heterogéneas y sin sospechas: la religión y el mercado.
D.H. Lawrence
(www.eloriente.net, México, 15 de Febrero del 2015 Por: Juan José Consejo).- Hemos dicho ya aquí que la ecología estudia las relaciones entre los seres vivos y lo que los rodea. Este énfasis en articular sistemas complejos le permitió a esta ciencia, a mediados del siglo pasado, salir del ámbito estrictamente biológico para incluir al hombre como parte del ecosistema y entrecruzarse con las disciplinas sociales. Tal es el caso de la ecología cultural, cuyo enfoque es la relación entre los grupos sociales y la naturaleza, de modo parecido a como lo hace también la etnoecología. Como ilustración, para la ecología cultural la pérdida de un grupo étnico, una cultura o una lengua es grave en sí misma, pues estamos cerrando una ventana y su perspectiva del mundo, pero es también una pérdida ecológica, pues con ella desaparece un conjunto de saberes acerca de la naturaleza que podrían haber sido de extrema utilidad para enfrentar la crisis ambiental común. De ahí la importancia de preservar estos conocimientos.
Los mercados, especialmente los mercados tradicionales de Oaxaca, representan para la ecología cultural un espléndido campo de estudio, pues muestran un sin fin de relaciones entre las plantas, los animales y otros elementos de la naturaleza y las comunidades oaxaqueñas. Cualquier visita a un mercado regional en los Valles Centrales, incluyendo todavía la propia ciudad de Oaxaca, puede ser experimentada como una auténtica exploracíon etnoecológica. Me gustaría aportar algunos ejemplos.
La riqueza de plantas y animales de Oaxaca no solo es paradigmática, sino que está estrechamente vinculada a su también famosa diversidad étnica y social. Desde la perspectiva de la ecología cultural, los grupos humanos son activos agentes de ésta diversificación, entre otras formas por la vía de creación de variedades de plantas cultivadas. Gracias a ello, la entidad tiene un lugar mundial prominente por sus variedades de maíz, frijol, calabaza, chile y tomate. Adicionalmente, la milpa tradicional incluye un sinnúmero de plantas: quelites, quintoniles, chepil, chepiche… Esta variedad se refleja en nuestros mercados.
En mercados también tenemos muestras de la importancia y variedad del uso de insectos en la alimentación: sus productos, huevos, larvas, adultos. Miel, chicatanas, gusanos de maguey, diversos tipos de chapulines. En realidad en Oaxaca se consumen cerca de 200 especies distintas de insectos. Por cierto, no es una mala opción en términos de calidad alimentaria: los insectos tienen en general un alto contenido de proteína, y en general de una calidad superior a la del ganado vacuno.
La medicina tradicional es otro espacio vinculado íntimamente con los mercados. La sección de hierbas medicinales y limpias es indispensable en cualquier mercado oaxaqueños.
Los mercados, asimismo, guardan pistas esenciales de nuestra historia ambiental. Por ejemplo, la conquista en los Valles Centrales tuvo un impacto ambiental profundo: cambios demográficos, introducción de técnicas, plantas y animales antes ajenos. Al cabo del tiempo, sin embargo, y al igual que en otros ámbitos de la cultura, se dio una mezcla peculiar que llevó a una condición de relativo equilibrio: Los indios adoptaron rápidamente el arado tirado con bueyes y combinaron los nuevos cultivos traídos por los españoles con los suyos. La ciudad era colonial pero con fuertes rasgos indígenas y tenía pueblos satélites que proveían comida y otros productos. El mercado fue el espacio natural de ese aprovisionamiento y hasta la actualidad ha reflejado esa mezcla de elementos indígenas y españoles. En cualquier mercado de los Valles Centrales podríamos degustar un buen tejate y una empanada de quesillo. Podríamos reflexionar en la compleja trama de productos y saberes, americanos y europeos, que se amalgamaron para ello.
Por desgracia el proceso avasallador de la modernidad industrial que padecemos recientemente ha alcanzado a los ámbitos de comunidad de múltiples formas, desde la invasión de comida chatarra hasta el empobrecimiento de los suelos y las lenguas. Los mercados también reflejan este proceso: Ahora importamos chapulines y quesillo del vecino estado de Puebla; un espacio creciente de la Central de Abasto es ocupado por comerciantes foráneos que han ido sustituyendo paulatinamente a los productores locales, y las grandes cadenas de supermercados van suplantando a los mercados y plazas como fuente de abastecimiento de nuestros requerimientos diarios. Los mercados sobre ruedas, originalmente impulsados para conectar directamente a productores y consumidores, se han convertido en series interminables de puestos de discos pirata, cosméticos y juguetes chinos de contrabando o ropa estadounidense de segunda clase.
Entre esta avalancha consumista y uniformizadora surgen signos esperanzadores de resistencia: ferias de hongos o comida, mercados orgánicos alternativos, alianzas de productores que rescatan espacios públicos en el sentido original de nuestros mercados, el de la tan manoseada guelaguetza: espacios de intercambio, convivencia y celebración. La regeneración social y ecológica de Oaxaca pasará inevitablemente por el Mercado.
*Instituto de la Naturaleza y la Sociedad de Oaxaca, A.C. (INSO)
Foto: Goyo Gil
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