(www.eloriente.net, México, 30 de junio de 2015. Por: Carlos Spíndola).- José Vasconcelos nació un 27 de febrero de 1882, en la Ciudad de Oaxaca. Por motivos del trabajo de su padre tuvo que salir del Estado muy niño y estudiar en diversos puntos del país y la frontera con los Estados Unidos.

Pero fue en la Ciudad de México donde se dio su eclosión, como él mismo llamaba al florecimiento a plenitud de su ser.

¿Dónde en específico? En la Escuela Nacional Preparatoria, en la Escuela de Leyes y, sobre todo, en el contacto con una generación asombrosa como fue la del Ateneo de la Juventudo.

Alfonso Reyes, Antonio Caso, Martín Luis Guzmán, Carlos González Peña fueron nombres vinculados a este Ateneo de la Juventud, con el patronazgo intelectual de Pedro Henriquez Ureña y no sin la complicidad de Justo Sierra. En 1909, entonces, comenzó una etapa luminosa para el pensamiento y la acción positiva en nuestro país.

Después, vino la Revolución Mexicana y Vasconcelos se adhiere a Madero, personaje con el que estuvo hasta el final y al que siempre, siempre sostuvo lealtad. “Nosotros representamos al bien”, le dijo Madero días antes de ser asesinado.

Irónicamente, José Vasconcelos retomó el lema porfirista “Sufragio efectivo, no reelección” y lo hizo masivo, hasta ser la bandera ideológica de la Revolución Mexicana.

Por su desavenencias, primero con Victoriano Huerta y luego con Venustiano Carranza, Vasconcelos tuvo que exiliarse a los Estados Unidos y el Sur de América, respectivamente. Al triunfar el obregonismo fue nombrado Rector de la Universidad Nacional y, luego, primer Secretario de Educación Pública.

Inicia, entonces, su etapa constructiva, la etapa más luminosa del México moderno. La etapa de educar y de su ejemplo de fortaleza, de decisión, de hacer bien y por el bien las cosas.

Sin embargo, esto fue rechazado por mexicanos que sólo miran para sí, y José Vasconcelos se vio obligado a renunciar a la SEP y emprender fortuna política.

Intentó ser gobernador de Oaxaca, en 1924, y Presidente de México, en 1929. En ambos casos fue víctima de fraudes electorales. Lo que le motivó a, nuevamente, exiliarse y dedicarse a escribir.

Ulises Criollo, La Tormenta, La Sonata Mágica, Divagaciones Literarias y la Raza Cósmica son todas obras maestras y son escritura sincera, firme, inspiradora.

Después, siguió construyendo desde instituciones como la Biblioteca Nacional, la Biblioteca de México, la Academia Mexicana de la Lengua y el Colegio Nacional.

De su ideario, hacemos propias frases como “Por mi raza hablará el espíritu”, lema de nuestra máxima casa de estudios. Pero existen otras de gran valía extraídas de la cuidadosa lectura de sus textos, como esta incluida en el Proconsulado, cuarto volumen de sus memorias: “Nunca hay que ser convicto de deslealtad con los propios ideales”. O esta otra, de la Raza Cósmica: “¡Sabios de la India! ¡Sabios de Grecia! ¡Sabios de la Teología! Hay una sola certidumbre en la vida, la certidumbre de las palabras amor, belleza, bondad y alma”.

Este fue José Vasconcelos, a quien hoy recordamos y de quien nos inspiramos a 56 años de su partida.

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