(www.eloriente.net, México, a 12 de diciembre de 2018, por: Joaquín Maldonado).- Cada vez resulta más complejo definir en dónde está el centro de la verdad que queremos describir. Resulta mucho más complicado si acaso la intentamos desentrañar. Es muy fácil caer en la tentación de sesgar la realidad sin darle la debida importancia a las implicaciones que le dan forma a dicho fenómeno. Desde la filosofía, hasta la más fría elucubración, la «cosa estudiada» parece mutar, darse la vuelta y cambiar su esencia.
En países latinoamericanos como México, nuestra realidad va girando en torno a la cúpula que mantiene los destinos de la nación. Los llamados aparatos ideológicos del estado se centran en darle a la sociedad una realidad acorde al régimen.
Paul Garner, historiador y escritor inglés, en una conferencia dictada en un ciclo organizado por el Centro de Estudios en Historia de México en donde se hablaba de la vida y obra de Porfirio Díaz, mencionaba —acertadamente según mi propia opinión—, que la Historia como ciencia social no debe tener acta de nacimiento o nacionalidad. Así como no existe una «química nacional, matemáticas mexicanas», etc., no debemos catalogar a la Historia como nacional, pues esto nos lleva a darle un matiz dramático y simplista a los hechos históricos, creando mitos sobre las cuales se asienta una nación.
Muchos pueblos del mundo se obsesionan con los huesos de sus caudillos o de sus héroes. Se ensalzan figuras que legitiman al gobernante en turno, se condenan al infierno de la «historia nacional» a aquellos que justifican la presencia de un partido.