Museo Nacional de Arte INBA, Acervo Constitutivo 1982, Manuel Vilar 1812 -1860


(www.eloriente.net, México, a 12 de diciembre de 2018, por: Joaquín Maldonado).- Cada vez resulta más complejo definir en dónde está el centro de la verdad que queremos describir. Resulta mucho más complicado si acaso la intentamos desentrañar. Es muy fácil caer en la tentación de sesgar la realidad sin darle la debida importancia a las implicaciones que le dan forma a dicho fenómeno. Desde la filosofía, hasta la más fría elucubración, la «cosa estudiada» parece mutar, darse la vuelta y cambiar su esencia.

En países latinoamericanos como México, nuestra realidad va girando en torno a la cúpula que mantiene los destinos de la nación. Los llamados aparatos ideológicos del estado se centran en darle a la sociedad una realidad acorde al régimen.

Paul Garner, historiador y escritor inglés, en una conferencia dictada en un ciclo organizado por el Centro de Estudios en Historia de México en donde se hablaba de la vida y obra de Porfirio Díaz, mencionaba —acertadamente según mi propia opinión—, que la Historia como ciencia social no debe tener acta de nacimiento o nacionalidad. Así como no existe una «química nacional, matemáticas mexicanas», etc., no debemos catalogar a la Historia como nacional, pues esto nos lleva a darle un matiz dramático y simplista a los hechos históricos, creando mitos sobre las cuales se asienta una nación.

Muchos pueblos del mundo se obsesionan con los huesos de sus caudillos o de sus héroes. Se ensalzan figuras que legitiman al gobernante en turno, se condenan al infierno de la «historia nacional» a aquellos que justifican la presencia de un partido.

Una realidad no puede tener nombre y apellido. Debe tener el rigor del sujeto observante y desde esa óptica, verter una postura crítica.


Doscientos años de dominación por los mexicas y trescientos años oprimidos por los otrora libertadores. Doscientos años de “libertad” y contando… más o menos es la síntesis de nuestra historia nacional. Es lo que los textos sagrados han dicho desde que la educación es laica, gratuita y obligatoria en este México libre, independiente y liberal. Tal cual, imperios más, revoluciones menos, es la vida que nos tocará experimentar.
Recibiremos la doctrina impuesta por los padres, abuelos, maestros, familia, religión, estado, amigos, enemigos, conocidos, gente con buenas intenciones, desconocidos, gente con malas intenciones, compañeros, colegas, patrones, subordinados, prensa, radio, televisión, líderes de opinión, autoridades, publicaciones, folletos, pasquines, consignas, internet, redes sociales… tantos mensajes, tanta información que tendremos que ser fuertes para poder salvar nuestra propia identidad.
Creceremos con la idea que pertenecemos a una nación, a una cultura, a una ideología, a un partido; nos darán qué pensar y sostendremos esa su convicción. El acta de nacimiento dice que seremos de nacionalidad mexicana, el ropaje será verde, tendrá el águila devorando la serpiente como tótem y aprenderemos himnos que serán la personalidad de esa nación. Repetiremos mil veces los himnos y no comprenderemos (ni acaso importará) el significado de tales músicas.
La nación dirá que es muy importante tener y asumir esa identidad nacional. Nos creeremos fervientemente mexicanos con todo lo que ello implica, es decir, que esa convicción nace del ser más profundo y nacionalista.
Moriremos crédulos. Nunca sabremos que todas esas ideas no nos pertenecen, que fueron implantadas, como si fuera un plan perverso de una gran mente peligrosa y única.
Aun con todo, no dejo de darle vueltas a todo lo que se supone que somos como sociedad. Parte de ese mundo nos lo otorgan las instituciones del Estado, pero también son cosas que traemos desde los genes, como dirán algunos. Nuestra manera de concebir la realidad cambia cuando traspasamos alguna frontera.
Hoy estamos en una nueva era nacional entre cambios y transiciones. Entre regímenes que se rehusan a extinguirse y uno que no termina de germinar. Entre esperanzas e incredulidades el pueblo de México persiste en quedar expectante ante el tiempo. Ese México paradójico que se empecina en mirar atrás, en quedarse atrás, en un medioevo perenne en pleno siglo nuevo.
Un punto a favor es que creo que poco a poco nos vamos dando cuenta que la ética, la consciencia social y el pundonor es personal. Hoy entre funcionarios corruptos, magistrados de granito en sillas de oro, entre ciudadanos activos, nos vamos reinventando. O eso quiero creer.
Museo Nacional de Arte INBA, Acervo Constitutivo 1982, Manuel Vilar 1812 -1860