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21 de mayo de 2018

Es la Cultura

 

“Octavio Heredia Cruz presentó el 15 de mayo su libro conmemorativo

por los 60 años de la creación de la Escuela de Arquitectura de la UABJO.

Estupenda investigación, sobre una de las numerosas muestras de trabajo verdadero

que todos los días uno encuentra en Oaxaca”.

 

Imposible que el tiempo alcance para mirarlo todo en el mundo. Nuestros ojos son dos. ¿Qué tanto puede alcanzar a entrar por esas córneas? ¿Cuánto puede internarse?

De los millones de hechos simultáneos en el planeta, de las palabras escritas en la última hora por los cinco continentes, de las aventuras en altamar, la música interpretada en alguna sala de Europa Central, las conversaciones de dos mujeres en la serranía, las teorías económicas, del secreto de las enfermedades degenerativas, de todo, ¿cuánto puede apenas internarse por esos dos ojos solitarios, que por ahora, leen estas líneas?

Nuestra limitada capacidad humana, en otro sentido sorprendente e infinita, no puede negarse. Uno tiene unas fronteras en tiempo y espacio, en el mejor de los casos expandidas por el pensamiento, el deseo y el amor.

Las ideas, la pasión y las emociones, forjan la ilusión de que uno crece, se expande y multiplica.

Pero la verdad es que solo tenemos una mente y un cuerpo. Solo eso nos ha sido dado. De eso consta el paquete.

Por lo tanto, si perdemos esta conciencia de uno mismo, corremos el riesgo de extraviarnos con facilidad y convertirnos en espectadores del caos, estimulados por un exterior que nos atropella y nos hace pasivos repetidores de sus opiniones y significados. Asumimos los juicios sociales y la forma de vida que nos llega, ahora vertiginosamente, por las redes sociales o los medios electrónicos.

Pero lo más importante: creemos que eso es la vida, nuestra vida, y por lo tanto asumimos que eso también es el mundo.

Por ejemplo, sin conocer Japón, algunos lo relacionamos con las dinastías, la tecnología, el orden, el sushi, la bomba, los haikús. Y así sucesivamente, nuestra limitada capacidad humana se sustituye con referencias y prejuicios, saciando por un instante la ansiedad innata por creer que sabemos; por sentirnos medianamente seguros de que no lo ignoramos todo sobre ese país, y en consecuencia, que estamos fuera del tiempo y el espacio comunes, que no pertenecemos a esta raza y a esta época.

Quizá junto con la muerte y el amor, el miedo a sabernos ignorantes, outsiders de la evolución humana, sea el otro motor que ha impulsado al ser humano y a los pueblos por milenios.



La Universidad

En el caso de la localidad, se ha extendido la idea por ejemplo de que todo lo relacionado con la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO) contiene un cierto sabor a manifestaciones, secretos arreglos y mantas rojinegras. Como nuestra mirada es limitada, acudimos entonces a las tres o cuatro estaciones radiales, las voces autorizadas y los años de noticieros, para formarnos en lo general una idea de la institución, reducida ya a esa imagen totalizadora.

A veces justificada, la imagen sin embargo es profundamente injusta.

Y este es el centro del problema de cuanto he dicho hasta ahora. La vida que se reduce a las generalizaciones se lleva en su corriente enormes vetas doradas.

Esto lo confirmé tras acudir el 15 de mayo pasado a la presentación del libro “La Creación de la Escuela de Arquitectura de la UABJO”, cuyo autor Octavio Heredia Cruz, se tomó el cuidado de invitar a quienes hace 60 años, y a partir de entonces, se han convertido en los pilares de este centro de estudios.

La Ciudad Universitaria, aquella mañana, lucía espléndida, ya con los árboles crecidos y los jóvenes entusiasmados. El rector Eduardo Bautista Martínez y otras autoridades, rehicieron el camino de la Escuela de Arquitectura con absoluta maestría y emoción:

A las 7 de noche del 15 de mayo de 1958 en el Edificio Central de la Universidad, se impartió la primera cátedra de la carrera. El licenciado Miguel Jiménez Garay abrió con Matemáticas, un recorrido de frutos ahora tangibles, iniciado por los arquitectos Enrique de Esesarte Gómez, Francisco Calderón Flores y Octavio Flores Aguillón, como maestros fundadores, y por José Márquez Pérez, Abelardo Soriano Jiménez, Francisco José Santibáñez Ramos y el doctor José Galicia Gatica, como los primeros alumnos de la carrera.

El libro, imprime incluso el Acuerdo del primer rector de la Universidad, Dr. Federico Ortiz Armengol, del 9 de diciembre de 1957, cuando se instituye la carrera de arquitecto en la UABJO y aún la convocatoria a todas las personas interesadas a matricularse, publicada en El Imparcial el 15 de diciembre siguiente.

Poco tiempo después, por intervención de personajes como Raúl Corzo Llaguno y Víctor Bravo Ahuja, se logra concretar el proyecto de Ciudad Universitaria, donde se instalarían los dos primeros edificios de la Escuela, con la intervención determinante del entonces rector Rubén Vasconcelos Beltrán.

Estos brevísimos datos, resultan insuficientes para internarse en la loable investigación de Heredia Cruz, pero también para reconocer el valor de decenas, de cientos de personas que han intervenido desde entonces en la construcción de esa Escuela.

Da tanto gusto, sin embargo, ver a Raúl, Celestino Gómez, Aurora de la Huerta, Manuel Bolaños, a Pepe Márquez, a los descendientes de maestros y alumnos fundadores como el doctor Galicia y a la querida Mina Santibáñez, a todos los allí reunidos, presentándose otra vez en la Universidad y recibir el aplauso de las actuales generaciones.

Entre otras cosas, porque son rescatados del río de las generalizaciones.

Porque ellas y ellos tienen un valor espléndido. Ganado con muchísimo esfuerzo, dedicación y conocimiento. Son universitarios en la extensión más viva de la palabra: apasionados por la vida, aprendices, ejemplos, miembros de una comunidad que ha recibido directamente su herencia.

Como ellos, en todos los órdenes, instituciones y campos de nuestras vidas, hay personas excepcionales, gracias a las cuales es posible la supervivencia.

 

El reto

El gran reto de nuestro tiempo es que nuestros ojos sean capaces de mirar, de mirarlos y agradecerles.

Porque detrás de las generalizaciones, hay personas que merecen respeto. Inmenso respeto.