Hay que mirar lejos. Pero sobre todo, hay que buscar dentro

Gastronomía: principio y fin

(www.eloriente.net, México, a 13 de agosto de 2018, por: Juan Pablo Vasconcelos @JPVmx).- Si uno cerrara los ojos tratándose de figurar en el interior a la persona más importante de nuestras vidas, es seguro que en cuestión de segundos, lograríamos hacer que viniera con nitidez ese rostro con sonrisa; ese cuerpo quizá en su acomodo más habitual; o tal vez, la última ocasión que tuvimos la oportunidad de mirarla.

Lo que es más, si ahora intentamos buscar más imágenes de ella en nuestra mente, como tradicionalmente se hace en cualquier buscador de internet, seguramente irían apareciendo una tras otra de distintos momentos, con vestidos diferentes y algunas incluso acompañadas de poderosas sensaciones.

Todas esas imágenes y recuerdos conviven en nuestro universo interior, cuya extensión, profundidad y secretos suelen ser desconocidos en absoluto por nosotros mismos.

Si esta sencilla tarea de evocar a una persona trascendente en nuestras vidas resulta poco usual —al menos de forma consciente—, bastaría con efectuar ciertos viajes allí adentro para comprobar la falta de un hábito infinito: aventurarnos a nuestro interior, como quien parte a un viaje espacial, a un safari, al abordaje de un trasatlántico, a una caminata por la ciudad.

Repasar sin prisa, por ejemplo, los días escolares más lejanos. Cuando entrábamos a la escuela ataviados de ese uniforme azul cielo, con la sensación de haber soltado recién aquella mano que nos condujo hasta este mundo. Luego, verificar el pupitre doble de siempre y esperar la llegada de un amigo, los rayones de color en la madera que apenas ayer no estaban, e incluso percibir el momento exacto en que una niña —la misma todo el año— se decidía a ponerse de pie y encender la luz del salón, aunque fuera de mañana.

Escena ordinaria pero escena relevante, pues allí está nuestro tiempo.

La sensación de aventurarnos en los recuerdos, luego en las cosas, después en ciertos aspectos de las emociones, en la forma en que hemos ido cambiando a lo largo de los años, los obstáculos superados o los evadidos, los tropiezos y las mismas piedras que parecemos ir guardando en el bolsillo para cuando inconscientemente necesitamos otra derrota, los abandonos, la alegría y el viento rompiendo sobre nuestros rostros, la ardua tarea de estar conscientes.

Rutas interminables que encuentran laberintos, valles y crestas, alivios y peligros.

De estos últimos abundan. Principalmente los del miedo y la frustración. Uno se ha guardado miedos de distintos tonos y tamaños, para cualquier ocasión. Desde para intentar subir una escalera hasta para tomar un taxi. Nuestros temores se apoderan tanto de los hechos de la vida, tanto, que sería inexplicable sin ellos.

¿Porqué has decidido guardarte en casa más temprano en los últimos años y dejar de hacer esas caminatas nocturnas por la colonia, donde saludabas a los amigos en los portales de sus domicilios? ¿Qué ha sido del chocolate espeso y la rosquilla matutina, ahora postergados por la opinión del médico?

“Puede entrar en una situación crítica de glucosa”, dijo seguramente con seriedad, y en vez de agradecer el estado actual, nos hundimos en la gravedad de la expectativa, en imaginar los escenarios más catastróficos, incluso el más definitivo.

Pero eso también es zarpar al interior: indagar los miedos y las sombras aún de situaciones imaginarias. Uno se crea tormentas en el vaso de agua de la mente y solo muy contados pueden evitarlo con maestría. Sin embargo, en lo general, las construcciones y suposiciones en relación con el futuro, para bien o para mal, condicionan el estado de ánimo y el curso de los acontecimientos.

Hay quien vive pues en el futuro. Otros más en el pasado. Otros, en un viaje de ida y vuelta sin tener el mínimo control de hasta dónde parar.



La gastronomía

La gastronomía es uno de esos estímulos tan poderosos que son incluso útiles para hacer un alto en ese camino.

Mientras saboreamos un bocado, miles de evocaciones se nos agolpan. Pero son detenidas comúnmente por un gusto superficial. Es decir, la determinación si seguir o parar de acuerdo al sabor agradable o desagradable. Es raro quien se aventura más allá. A ir desgranando cada ingrediente degustado, cada forma y consistencia. O incluso, a realizar su viaje de forma aún más compleja: para cada sabor, ir hallando la evocación de un pasaje en su pasado, insertando referencias a ocasiones memorables o a lugares que creía perdidos para siempre.

El acto de comer, pues, es tan rico como la consciencia que se vierta sobre el acto.

Dejarse llevar no es otra cosa que comenzar a viajar por el interior infinito.

Por eso, le agradecí a Nydia Delhi Mata Sánchez, me haya invitado el sábado pasado a la apertura de la primera Feria Gastronómica de Ocotlán de Morelos, organizada prácticamente en su totalidad por el alumno Jesús Edilberto López Martínez, de la Universidad Tecnológica de los Valles Centrales (UTVCO), de la que ella es rectora.

En la plaza central, se reunieron decenas de jóvenes de la institución y luego fueron llegando comedores del pueblo, para que los “higaditos”, las empanadas de amarillo y aún las tlayudas tuvieran compañía.

Me dio un gusto particular el hecho de que fuera un alumno el organizador principal y haya invitado a cocineras tradicionales de la región para aportarnos esos boletos generosos a la otra dimensión generada por la gastronomía local, que por cierto está a la altura de cualquier parte o región del mundo, por su variedad, preparación y, sobre todo, por sus raíces.

En el caso de la UTVCO se ha logrado incluso una combinación afortunada, pues la raigambre local se ha sabido enriquecer con intercambios comunes de conocimientos mundiales.

Pregunté entonces a un amigo sentado junto a mí, ¿cuál será la razón por la que una empanada de estas, inflada por el calor del anafre, nos parece tan suculenta e inevitable? Su respuesta fue pronta, seca, sin demasiado entusiasmo porque al parecer lo tenía muy claro: “Pues porque con esto crecimos”.

Evoqué entonces algunos lugares perdidos. Junto a familiares desaparecidos. Luego, me entregué a los sabores y me imaginé en el andén de una estación de tren, subiendo a un viaje inédito y emocionante.

Cerré los ojos.