Oaxaca homenajeada, a propósito del 487 aniversario de la ciudad capital.
(www.eloriente.net, México, 26 de abril de 2019, por Joaquín Maldonado).- La historia del territorio conocido como Estado de Oaxaca se remonta en el pasado mediato y lejano, según los cronistas y el rigor historiográfico con el que se cuenten los períodos. Por fortuna existen numerosos de ellos que dejaron registro tanto de sus observaciones, como de sus hallazgos; del cúmulo de documentos como de las historias de tradición oral que conforman el rostro cultural de la entidad. Inclusive, se cuentan entre el enorme acervo, aquellos escritos que dan cuenta de historias de vida en esta tierra fértil que, dicho sea de paso, lo es en todos los terrenos posibles.
Notables clérigos dejaron testimonio a partir de sus encuentros con los herederos de aquel pasado, de aquella era antigua enterrada hacía un par de lustros. Los frailes cronistas como Bartolomé de las Casas, López de Gómara, Clavijero, Bernardino de Sahagún, recogieron la heredad indiana y la transformaron en objeto de estudio para las generaciones mestizas. Solemos confundir la conquista de la Ciudad de México Tenochtitlán con la conquista de la nación que hoy llamamos México. Aquel episodio en donde guerreros antagonistas al tlatoani mexica vencieron en cruenta batalla aliados por los extranjeros castellanos al mando de un visionario conquistador. Había que hacer lo que sea para sacudirse esa pesada carga tributaria. Al final lo consiguieron. Quizá a un precio muy alto. Tanto que en este siglo lo seguimos pagando.
El padre José Antonio Gay, resguardado en su celda a un costado del templo de Los Príncipes, cuyo barrio el templo le dio nombre, en la ciudad de Oaxaca, en aquel año de 1881 en uno de tantos días destinados al estudio y a la escritura, logra culminar una obra que, a la fecha sigue siento punto de referencia para los apologistas de la historia oaxaqueña. Lo llamativo del texto es que no se centra a la documentación religiosa, sino que expande el saber a todo lo relacionado con la vida cotidiana, las guerras antiguas, la sucesiva conquista europea, costumbres, arte, por supuesto a la diversidad lingüística de sus habitantes y las regiones en las que se habla, fundaciones religiosas, personajes ilustres de las diversas épocas hasta la guerra de independencia entrado el siglo XIX.
En uno de sus capítulos habla justamente de los primeros pobladores y su lengua. Entre sus datos hace mención de la división política antigua conformada por distritos. Ello constaba de 26 distritos de los cuales 6 son los que concentraban la mayor densidad poblacional siendo el distrito del Centro, cuya cabecera es la ciudad de Oaxaca la que ocupa el primer lugar. No es un dato que nos extrañe en realidad, sin embargo, sí lo es el hecho que es en la capital del estado la que concentra a prácticamente todos los idiomas hablados dentro del territorio. Le siguen Tlaxiaco (Mixteca), Villa Alta (Sierra Juárez), Zimatlán (Valles Centrales), Tlacolula (Valles Centrales) y Jamiltepec (Costa).
Además del castellano, en el estado se hablan el cuicateco, en los pueblos de Atatlauca, Cuicatlán, Elotepec, Pápalo y Teotitla; serrano (zapoteco en una de sus variantes), en Analco, Chicomesúchitl, Coatlán, Ixtepeji, Ixtlán, Lapaguía, Loxicha, Miahuatlán, San Agustín Mixtepec, Ozolotepec, Piñas, Río Hondo y Teococuilco; mixteco, en Apoala, Almoloyas, Amuzgos, Atoyac, Achiutla, Cuilapam, Chalcatongo, Chilapam, Cortijos, Huazolotitlán, Huitzo, Itundujia, Yolotepec, Yanhuitlán, Juxtlahuaca, Jamiltepec, Jaltepec, Marquesado, Mixtequilla, Nochixtlán, Peñoles, Pinotepa Nacional, Pinotepa de Don Luis, Cuanana, Sosola, Teozacoalco, Tilantongo, Tamazulapam, Tututepec, Tlaxiaco, Tecomatlán, Teposcolula, etc.; mixe en Acatlán, Atitlán, Ayutla, Jilotepec, Juquila, Lachixila, Quetzaltepec, Totontepec, Guichicovi, Chichicastepec, etc..
También, zapoteco en Ayoquesco, Etla, Mixtepec, Jalatlaco, Jalapa del Marqués, Minas, Nejapan, Ocotlán, Petapa, Quiatoni, Quiechapa, Tlalixtac, Totolapan, Tilcajete, Teitipac, Tlacolula, Tlacochahuaya, Zimatlán, Zaachila, Zautla, Zegache, etc.; netzichu (zapoteco mezclado con mixe) en Betaza, Cajonos, Comaltepec, Choapam, Yagavila, Yaee, Yalalag, Latani, Tabaa, Villa Alta, Zaachilla, etc.; chocho en Coixtlahuaca, San Cristóbal, San Gerónimo, Santa María, Ixcatlán, Santa Cruz, Tepenene, Cotundayá, Tequistepec, Magdalena, etc.; chontal en Tecaltepec, Tequisistlán, Mecaltepec, etc.; mazateco en Huautla, Huehuetlán, y Jalapa; chinanteco en Yolos, Teotalcingo, Tepetotutla, Tlacoacintepec, Usila y Valle Nacional; chatino en Teitipac, Juquila, Sola de Vega y Teojomulco; mexicano (náhuatl) en Teotitlán del Camino; amuzgo en Sochixtlahuaca y Amuzgos; huave en San Mateo, Santa María, San Francisco, San Dionisio del Mar e Ixhuatán; tehuantepecano (mezcla de zapoteco con huave) en Tehuantepec, Juchitán, Espinal, Ixtaltepec, San Gerónimo, Chihuitán, Lahuiyaga, Tlacotepec, Comitancillo y Huilotepec; zoque en Los Chimalapas, Zanatepec, Tapana, Niltepec, etc.; y triqui en Chicahuaxtla y Copala.
Don Jorge Fernando Iturribarría nos habla del mito fundacional de las dos civilizaciones primigenias oaxaqueñas. En la llamada época precolombina sostiene que los pueblos zapoteca y mixteca tuvieron un génesis común en alguna de las siete tribus nahuas del tradicional Chicomoztoc. Aquellos que fundaron ese lugar inabarcable llamado Tamoanchán, cuna de los llamados olmecas cuya rama se extendió por el sureste dotando de esplendor al Cerro del Tigre o Cerro Funerario, hoy conocido como Monte Albán.
El origen me queda más o menos claro. Revisando la vasta bibliografía que al respecto existe puedo darme cuenta de que, versiones más, leyendas menos, el pueblo de Oaxaca sostiene a ultranza su riqueza lingüística. Me atrevo a decir que muy a pesar de los esfuerzos para eliminarla como las omisiones de los pobladores originarios, existe aún mucho material para que dicha riqueza prevalezca por algunos años más. En la realidad cotidiana, muchos de estos pueblos no se asumen como entes de cruda pobreza. Quizá en ello resida el peligro que los científicos sociales, lingüistas, antropólogos y últimamente los gestores culturales atisban en cuanto a la extinción de una cultura a través de su lengua.
Yo he sostenido que la lengua originaria se comporta como una especie en el reino animal. De acuerdo con la teoría del teólogo y naturalista Charles Darwin, una especie es capaz de sobrevivir en tanto posea capacidad para adaptarse al medio. Puedo sonar un tanto frío en esta afirmación, debido a que en la historia del planeta, hemos «visto» desaparecer a muchas especies, precisamente por su carácter debilitado para la adaptación. La mutación genética natural permite que tal o cual especie puedan tener herramientas o armas para enfrentar la hostilidad vital en la Tierra.
Así la lengua. El fenómeno recurrente es que poco podemos decir sobre la autenticidad de un sistema lingüístico. Líneas arriba mencionaba la fusión entre dos o más lenguas para dar forma a un idioma o variante lingüística en un pueblo. El padre José Antonio Gay nombra tehuantepecano a la variante del zapoteco con influencia del huave. La lengua va mutando a merced de la evolución misma de la sociedad que la sustenta.
En la actualidad vemos con preocupación la desaparición de distintas lenguas en el país. Los oriundos del estado de Oaxaca nos sentimos afortunados y nos convertimos en defensores de la cultura ancestral, pues aún prevalecen dieciséis grupos étnicos con su respectivo rostro lingüístico. No hay registro que en el mundo haya tal variedad y riqueza. Por ello es vital sostener que su defensa, promoción y generación de proyectos para la revitalización de lenguas en peligro. Sabemos que la especie humana ha mantenido la hegemonía entre todas las demás debido a su capacidad de comunicación. Hemos sido capaces de crear sistemas complejos de desciframiento de códigos y signos. Tenemos el privilegio de convertir lo abstracto en lenguaje: creamos arte. Emulamos la belleza que dota la naturaleza y transformamos el entorno para ser funcional. Somos sensibles.
Pues bien. Aun cuando los datos fríos nos demuestren que nuestra capacidad de supervivencia está llegando al límite, no volteamos hacia lo que nos dio origen. México es ya una nación con un rostro muy diferente y diverso, es cierto. La mayoría de los habitantes del país no comparte rasgos indígenas. Somos un pueblo mestizo producto del encuentro de mundos disímiles y contradictorios, pero con mucho en común por otro lado. Nuestro rostro se ha transformado y aquellos, quienes se niegan a dejar de ser auténticos se están acabando poco a poco. Razones y causas son muchas. Nuestro carácter fundacional nos impide prever la amenaza de la extinción y al mismo tiempo, nuestra necesidad de emigrar nos une más al trozo de tierra añorada perennemente.
Icónicos son los versos donde la nostalgia invade los pensamientos lejanos al suelo materno abandonado. Me parece que si hay una palabra que encierre el problema es precisamente «abandono». Desde los hablantes hasta los científicos sociales carecemos de ese ingrediente que nos va a permitir la supervivencia cultural de la especie. Los gestores culturales, con la herencia del rigor del antropólogo, el etnógrafo, el lingüista, el sociólogo podemos echar semillas para la revitalización, no de una lengua en particular, sino de un sistema cultural que nos va a permitir saber de dónde venimos. Esa prima mater, razón ontológica nuestra. Está en juego nuestro sentido de pertenencia.
Necesitamos asirnos al puente de mando ilustrado y perentorio. Ahora estas disciplinas no son suficientes para tal empresa. Si acaso no logramos tener sensibilidad y echar mano del arte, nuestra tarea estaría incompleta. Un gestor cultural incompleto solo aportaría datos y no una solución. Un gestor cultural actual, viviente y perteneciente al siglo XXI es capaz de evolucionar, mutar, adaptarse para ser un generador de conocimiento y precursor de un nuevo principio.
Sabemos que la recopilación de datos es vital para entender el fenómeno al cual nos estamos enfrentando. La pregunta es: ¿Qué hacer con la información?
Hay que saber utilizar a nuestro favor todo el acervo que existe en materia de rescate lingüístico. Es más, tener plena conciencia que aumentar el acervo, puede significar una aplicación certera para el desarrollo de proyectos de revitalización. En un principio Fray Juan de Córdova realizó un diccionario en lengua zapoteca. Una obra de inestimable valor para la inserción de la nueva cosmovisión y posterior afianzamiento de la cultura hispana en la América Indiana. La escritura y la culturización del pueblo zapoteca dieron frutos. Nuestra herencia, pues, está al alcance. ¿Por qué preservar una lengua, si nos encontramos en la era digital, de emancipación y expansión global de ideas?
Creo que la respuesta reside en la pregunta misma. Lo local se convierte en global cuando le damos uso y significado.
Una lengua es esa forma de concebir nuestra propia existencia. Dice mucho del origen y manera de ser de un pueblo. De los valores que rigen una civilización De hacia dónde quiere vislumbrar el futuro.
El desafío se presenta. La oportunidad del gestor cultural no tiene vuelta atrás. Es su deber moral y profesional. Es nuestro vínculo con la cultura en mayúsculas, que a fin de cuentas es nuestra razón de ser.