Qué difícil paradoja es para el mexicano observarse a sí mismo, pues por un lado existe el orgullo y el nacionalismo que nos caracteriza, que se plasma en frases como “como México no hay dos” y, por otro lado, el opuesto en la auto devaluación de nosotros mismos que incluso está clara en estereotipos donde nos vemos como personas flojas e incapaces de conseguir objetivos específicos. No existe una única explicación de por qué existe esta paradoja, pero sí se puede observar su relación directa con la identidad.

Empecemos entendiendo que la identidad es el conjunto de características que permiten diferenciar a un grupo de otro, que le hacen única e irrepetible, como un sello característico. La identidad junto con la cultura determinan las formas de vivir y percibir el mundo de una comunidad, así como las explicaciones y enseñanzas que suceden de una generación a otra.

En el caso de México ocurre algo muy interesante, pues como explica el psicoanalista Aniceto Amaroni en su libro El mexicano: ¿un ser aparte?, desde tiempos anteriores a la conquista no se podía hablar de un México unificado y homogéneo, pues los mayas eran distintos a los aztecas, los cuales eran diferentes de los chichimecas, tlaxcaltecas, otomíes etcétera. Entonces, es admisible pensar que eran muchos Méxicos dentro de un mismo territorio; recordando la historia que se nos enseña, con la conquista de los españoles se introdujeron nuevas variables que generaron otras formas de vivir y existir dentro del territorio nacional: las castas.



Es muy curioso reflexionar sobre como a partir del lugar donde nacimos, nuestras creencias, la educación que recibimos, emitimos opiniones que ingenuamente creemos que se deben generalizar como una manera de proteger nuestro ego, convicción o grupo -explico esto pues la visión que tenemos de nuestro país, aun en la actualidad, depende en gran medida del “lugar” donde estamos, para que sea sencillo, podemos pensarlo en la idea de los estados que integran la república, una persona de Oaxaca no piensa lo mismo que una de Nuevo León, y estamos en el mismo país, entonces la gran pregunta que surge es: si desde tiempos históricos, que datan de siglos, no podemos hablar de un solo México ¿Qué pasa con la identidad del mexicano?

Como respuesta parcial que nos puede dar pista de como analizar esta pregunta están los símbolos nacionales, que en efecto nos unen como nación y como pueblo, por ejemplo, es prácticamente imposible que exista en México una persona que desconozca la religión, y siendo más específico a la virgen de Guadalupe, que estuvo presente como estandarte en el inicio de la independencia de nuestro país, lo mismo sucede con alimentos como el chocolate o el maíz.

En Oaxaca puede hablarse de la fiesta de la Guelaguetza, que es una celebración de la diversidad de culturas que integran el Estado, así como una forma de convivir y compartir los saberes que comunes que nos dan identidad. A manera de opinión, es muy positivo ver el clima de optimismo, fiesta y alegría que se percibe en esta celebración, pues desde la preparación hasta la ejecución de las actividades, tanto las personas como los participantes de bailables, esperan y trabajan con interés y alegría para presentar un espectáculo de calidad.

Para mí lo más importante es lo que se transmite, esta fuerza y alegría en la celebración que dice “somos únicos”, pues no hay fronteras o barreras que puedan separarnos.

Como parte de una reflexión para terminar, es muy importante educarnos para entender que no sólo las celebraciones son eventos donde estamos orgullosos de nuestra identidad, sino que en el quehacer cotidiano, en los valores que practicamos, en las historias que contamos, en los discursos que repetimos también está presente nuestra identidad, por lo mismo debemos transformar los contenidos que repetimos – la imagen negativa y despreciativa que tenemos de nosotros mismos, al auto agredirnos, entre otras cosas- para acceder a un nivel de bienestar mayor y que permita el desarrollo individual y social. De manera parecida a un proceso psicológico, es importante saber por qué hacemos lo que hacemos y por qué pensamos lo que pensamos para transformar las cosas, es un proceso gradual que inicia con la consciencia y el deseo de estar mejor.