La Pirata del Oriente

Por Eva Bodenstedt

¿Alucinación o enfermedad?

Varias largas filas de personas a la entrada de la Clínica Familiar le avisan una larga mañana a su vez un tanto habitada de temor. Siendo a la Pirata un alma que en todo ve una metáfora, se imagina estar en poco dentro de un embudo que lleva su contenido hacia un polo en busca de salud habitado no obstante por enfermedades contagiosas, la peor: Covid 19.

El 9 de mayo salió de Oaxaca rumbo a los Valles Centrales de la República Mexicana porque «la Mamá de los Pollitos» convocó a una comida familiar. No son muchos los pollitos como muchos eran ahora en el embudo del IMSS; tampoco sería tan nutrida la mesa de la comida como lo fue el autobús del 11 de mayo que tomaron ella y su hija hacia Taxco de Alarcón en el estado de Guerrero, (en donde después de la Conquista, se hacían crucifijos y vírgenes con la plata de las entrañas de ese mágico y excepcional lugar al que en las primeras décadas del Siglo XX, llegó un artista americano de nombre Willian Spratling para comenzar a hacer con la plata ya no los símbolos católicos, sino los precolombinos, transformando con esta iniciativa la platería mexicana desde entonces).

De Taxco, con su piratita al lado de ella, salieron a bordo del quizá no tan conocido   Blablacar[1] hacia Jiutepec, ya que dentro del autobús de ida, una señora de edad tosió las suficientes veces como para alertarla de un posible contagio «masivo» de 38 pasajeros.

En el Blablacar eran sólo el conductor, ella de copiloto con las ventanas abiertas y la Piratita atrás con una mamá con su hijo de dos años.

De Jiutepec salieron con el hermano -y un amigo entrañable, quien había viajado desde EU para despedir el cuerpo de su padre-, rumbo a la CdMx. Las posibilidades de contagio en aviones y sepelios existen en su mente, no en el momento, la noche previa a la toma de sangre. Ese día, jueves 13, la gran metrópoli las recibe desde su segundo piso con una transparencia maravillosa en la que inmensos nuevos edificios en construcción y ya terminados emergen cual espárragos de espejos sobre el asfalto. «¿Quién tiene el dinero para levantar esos elefantes blancos en su mayoría vacíos, sino el lavado de dinero?», —se pregunta.



Ya de vuelta a Oaxaca en coche, los compara con los también inmensos órganos que para la Pirata, convierten parte de la sierra del nudo mixteco, en una especie de museo de «Et’s»; son los órganos que con sus flores en las puntas señalan hacia el cielo como aquel personaje de Steven Spielberg, el Et que llama a casa, el “Et phone home», que con su dedo encendido, llama a sus familiares que habitan un lugar en ese inmensurable universo donde gira nuestro planeta tierra…

Ya está la Pirata dentro del tubo del embudo en la Clínica Familiar 38, donde guarda la plena sana distancia cuando un médico ayudante se acerca a organizar las filas para que pasen más rápido a los consultorios respectivos en donde sacan sangre y le pregunta el motivo de su cita: «análisis por tendinitis crónica en rodilla izquierda, pero”, —dice la Pirata para en ese instante dejar desbordar por la orilla de sus ojos una lluvia de angustia acompañada de palabras… El enfermero-médico recibe el suceso: la noche anterior ha tenido un dolor de cabeza fulminante seguido de un ataque de pánico que la mantiene despierta desde media noche, dice que el primero fue el domingo, siete días después de haber salido de su casa, cuatro después del viaje en bus, uno después de tres viajes en Uber en la CdMx, doce horas después de… No se lo diga a quien le hace los análisis, pase después a problemas respiratorios agudos…

Lo hace. La Pirata escribe en su diario la bitácora exacta de la aparición de los dolores, los malestares, las posibles coincidencias de ellos con los síntomas del Covid-19, etc., a eso de las 9:30 AM, ya después de haber pasado a que le saquen sangre y le rechacen la pipí en frasco de mermelada de fresa, de haber llorado desconsoladamente a tres metros de la Doctora que vestida como astronauta la escuchaba decirle cómo la noche anterior se escabulló temerosa de su cama para salir por la puerta del jardín y dar toda una vuelta a su casa para entrar a la sala por otro lado y para no pasar por el cuarto de visitas a donde había llegado a dormir su señora madre y a tomar su celular, mismo que encendió para investigar sobre sus malestares y aquellos típicos de la mortal enfermedad.

La Doctora la escucha en llanto decirle que no regresaría a la recámara que compartía con su hijita porque tres síntomas eran semejantes al Covid; y cómo le pasó por la mente el trámite con los notarios para hacer su testamento estando a un paso de ser invisible; cómo desfilaron las tías-hermanas para hacerse responsables de su huérfana y cómo ésta lloraría su pérdida… Intentaba subir todos esos pensamientos a un barquito y mandarlos a bordo de él hacia el horizonte lejano, soplarlos dentro de un globo y echarlos a volar, pero regresaban en cuanto comenzaba a sudar, o a tener frío, exactamente era eso, -pensaba-, escalofríos, una de las ventanitas del virus que propulsaban en su interior los pasos hacia un posible trágico final.

11:20 AM.

La Pirata sigue esperando los resultados de su prueba de anticuerpos del Covid-19 mientras su piratita y su madre la esperan en su casa con el desayuno sobre la mesa.

¿Qué saldrá en ese test de isótopo que le introdujeron por la nariz hasta el fondo de su interior cerebral?

¿Positivo, negativo?

[1] (una app en la que se anuncian viajes en coche hacia equis destinos tanto de conductores como de pasajeros)