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6 de diciembre de 2012

67 obras del artista colombiano Fernando Botero (25 óleos y 42 dibujos) se muestran en el Museo de los Pintores de Oaxaca a partir del 7 de diciembre de 2012. ¿Fernando Botero? Así es. El mismo que durante tantos años hemos admirado y que de alguna forma ha inaugurado un estilo propio (que algunos llaman ‘boterismo’) con el cual interpreta la realidad, los seres humanos y la vida: el excedido volumen de sus personajes lo vuelve inconfundible.

El pintor, nacido en 1932 en Medellín es, sin embargo, un artista renovado y atento a los acontecimientos. En este caso, las obras mencionados forman parte de una serie denominada «Testimonios de la barbarie» que a decir de Javier Rosas: «constituye un estudio casi al natural de la desgracia humana. Testimonio vivo de la inexorable violencia que, durante diversos episodios históricos, ha entorpecido la cotidiana tranquilidad de aquel país latinoamericano y que, por momentos, ha amenazado con sumirlo en el más inexplicable caos.».

La violencia de cada día en el mundo, bajo la mirada de Botero, es la renovada exposición que presenta el Museo de los Pintores para este fin de año. Una especie de obsequio de navidad para todos.

En este sentido, sirve la exposición para poner énfasis en un tema que nos parece fundamental en @El_Oriente: la relación entre arte/cultura con la prevención social de la violencia y la delincuencia, cosa que en Colombia ha formado parte de una política social y cultural muy aventajada y que en México está todavía soslayada y poco atendida. Una relación que tiene que ver con la cohesión social, el desarrollo individual y la construcción social.

De hecho, Colombia puede documentar numerosos casos prácticos, académicos y urbanos, en los cuales estrategias desprendidas de esta relación han logrado transformar para bien barrios, ciudades y personas.

No es descabellado procurar, por lo tanto, con el símbolo de la presencia de un artista de la talla de Botero en sus obras y de diversos funcionarios colombianos en Oaxaca, que se implementen estrategias de intercambio de estas experiencias lo cual sería muy beneficioso para el estado. Ninguna herramientas es más eficaz que el arte para ampliar las posibilidades vitales y por lo tanto mejores circunstancias para la convivencia.

Un intercambio entre Oaxaca y Colombia, especialmente con Medellín, nos parece que debe pasar por este tema, que es fundamental e indispensable atender.

Por lo pronto, consulta a continuación el texto íntegro que Javier Rosas Herrera ha escrito con motivo de la exposición,  cuya museografía está a cargo de Daniel López Salgado, y Bienvenido Botero a Oaxaca, que sea el inicio de un intercambio prolífico:

 

Testimonios del infortunio 

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé

César Vallejo

Crónica de la tragedia persistente que ha azotado los territorios más profundos de Colombia durante décadas, la obra pictórica de Fernando Botero, que el creador donó al Museo Nacional de Colombia en el 2004, constituye un estudio casi al natural de la desgracia humana. Testimonio vivo de la inexorable violencia que, durante diversos episodios históricos, ha entorpecido la cotidiana tranquilidad de aquel país latinoamericano y que, por momentos, ha amenazado con sumirlo en el más inexplicable caos.

La narrativa visual propuesta por el maestro colombiano para las piezas que componen esta muestra, ejemplo notable de su monumental acervo, se aparta por instantes de la fiesta cromática y compositiva a la cual nos hemos acostumbrado a admirar durante décadas. Seguimos, por supuesto, contemplando con singular agrado aquella iconografía señorial e inimitable por la cual es ampliamente reconocido: un universo de singulares formas grandilocuentes y en eterna dilatación extática y volumétrica que alimentan tanto la arquitectura, de perspectiva ilusoria por momentos, como la anatomía, de platónica simetría, de aquellos personajes inconfundibles que nos refieren, gracias a la preciosista y laboriosa técnica con la que han sido creados, a las mejores piezas que otorgó al mundo la Florencia del Cinquecento.

Sin embargo, en esta ocasión, estos célebres personajes recrean escenas que retratan con serena angustia la anarquía originada por las manifestaciones de la violencia así como sus amargos frutos. Por esa razón, el artista nos obliga a confrontar los más diversos episodios tormentosos: una madre sin fe y sin consuelo le llora al cadáver de su hijo (Una madre, 2001); un hombre, aún desconcertado, cae abatido hacia el suelo donde lo esperan silenciosos, pálidos y expectantes, los cadáveres de algunos compañeros de infortunio (Masacre en Colombia, 2000) o aquella alegoría arquitectónica de la lamentable catástrofe que supone el desprecio del uno por el otro y cuyo resultado es el cruel atentado homicida contra la vida en común (La muerte en la catedral, 2002).

Resulta evidente, además, descubrir con sensatez y asombro, paralelismos entre los dramáticos acontecimientos relatados con sin igual equilibrio renacentista por Botero en estas imágenes y las estampas, casi siempre anónimas e invisibles, que emanan de aquella vorágine inexplicable que es el estado actual de confusión que se vive en diversas zonas de nuestra propia nación. Resultado lógico del gobierno de la corrupción y del empoderamiento de una barbarie que se ha nutrido por décadas de la necesidad humana de hallar vías de escape ante la angustia de no encontrar el aliciente de un mañana al cerrar los ojos cada noche. Situación insostenible que, por desgracia, mantiene en vilo e inmóvil desesperación, los destinos de innumerables vidas en este país que, con cierta ansiedad en la sobremesa, llamamos México.

Al final, nos será imposible hallar consuelo o reposo ante la tragedia presente en esta cuidada colección del maestro de Medellín que tiene a bien obsequiarnos para nuestra contemplación el Museo de los Pintores Oaxaqueños. No es ésta la intención de Fernando Botero, el más colombiano de los pintores colombianos, sino más bien la de donar al tiempo mismo un complejo documento pictórico de fina y lograda estética que tiene en su centro, como eje temático, la atroz violencia que habita palpitante en el corazón de la humanidad y ante la cual, el maestro conmovido y preocupado, ha interpuesto su labor imperecedera de extraordinaria factura.

No hallaremos tampoco respuestas al sufrimiento, al odio o al rencor que transitan por los parques, las calles y las avenidas de urbes contemporáneas como Medellín, Bogotá, Monterrey o Ciudad Juárez. Pero si encontraremos arte verdadero. Aquel que nace de un genuino sentir y comprender y que sabe permanecer, con sublime elegancia y majestuosidad, en la memoria colectiva de la humanidad.

 Javier Rosas Herrera. Noviembre de 2012