Por: Omar Alejandro Ángel

En un lugar de la biblioteca, de cuyo libro no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que encontre unos versos de los de rima asonante, métrica libre, acentos heroícos y hábil encantamiento. Una estrofa de algo más octosílabos que versolibrismo, acidez las más noches, duelos y quebrantos los sábados, alegrías los viernes y algún canto amebeo de añadidura los domingos que consumían las tres partes de mi alma. Recuerdo de qué manera os leí y cómo vuesarced, encantada, descubría lo escrito de vuestro gesto en mi alma y cuanto yo escribir de vos deseaba, deseo. Lesbia, mi Lesbia, Dafne mía, mi l’aura celeste, bien supo el poeta describiros, manifestaros mi anhelo, os decía, os gritaba: dame mil besos, seguidos de un ciento;
luego otros mil, luego un segundo ciento;
luego otros mil seguidos, luego un ciento.

Todo, absolutamente todo, fue inútil.

Qué el amor iba en serio, helo comprendido más tarde; como cualquier alma joven, vine a llevarme todo por delante, amaros, conquistaros, eran tan sólo las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: amaros, conquistaros, es el único argumento de la obra.

Con el perdón de vuesamerced debo callar, pues esto parece más un fallido intento de iluminación, disfrazado plagio, pedantería de culto lector, osadía, cursilería y todo aquello que rime a vuestro nombre; todo, excepto una declaración de amor.

 

 

 

 

 

Sharik.