Por: Flâneur

Este paseo inicia cruzando el puente. No precisamente el puente construido de piedra, ladrillo, madera, acero, concreto, etcétera, sino la serie de días que de alguna manera terminan enganchando uno que otro día festivo para convertirse en el paseo perfecto para andar de vancansas. Qué mejor paseo si éste te lleva a un clima en su punto inicial, en donde el calor matizado con el agua hacen la combinación perfecta para la respiración total del cuerpo.

Santa María Huatulco: ‘lugar donde se reverencia al madero’. Y de ahí es de donde sale ‘La Crucecita’, el pueblito que atravesamos para llegar finalmente a la playa, fundada a partir de ser un puente más para los chichimecas que se dirigían a Tuxtepec.

Si hacemos un ejercicio de comparación entre el ‘Guatulco’ de la época de Hernán Cortés, (época en la que se conquista), y sabemos que fue el tiempo de la primera traza de calles como tales a partir de las ya anteriormente sendas con el Huatulco renovado por FONATUR que atrae tanto turismo no sólo en épocas vacacionales, entonces habría que preguntarnos, ¿cómo ha evolucionado La Crucecita y principalmente la Costa, a partir del turismo? y ¿qué efectos, defectos y ganancias genera a partir de este cambio?

Bien se sabe que el turismo en Oaxaca representa una de las primeras actividades económicas que sostienen al estado y probablemente el primer agente de transformación del territorio. Sin embargo, el hablar de sus costas es hablar de algo ‘salvaje’, sujeto a procesos de cambio casi espontáneos, con un paisaje completamente horizontal dejando a un lado el mar, en el que se genera inicialmente una infraestructura no siempre bien articulada.

‘El fenómeno turístico y su traducción territorial no pueden ser entendidos ya, tan sólo, como un asunto de negocio fácil, ni como una mera industria de servicios sino como una gran empresa, nuestra primera empresa nacional.’

GAUSA, Manuel (2007, 3 de septiembre), ‘Hacia una costa inteligente’, El País.

La Costa oaxaqueña se encuentra estancada en el turismo. Si estamos de acuerdo con la economía que sube en las temporadas, también con el aumento de empleos que éste genera… pero, ¿en dónde quedan los distintos aspectos culturales-económicos-sociales, que existían en un inicio antes de que el Turismo acaparara la atención principal de sus habitantes?. Sabemos lo compleja que puede ser la Costa, sin embargo, no podemos permanecer sólo en contemplación de los posibles compradores de lotes en venta, convirtiendo el territorio en la acumulación de pequeños islotes: ‘el mismo suelo, pero con muchas clasificaciones’ (¿re-información?).

Sin caer en el típico juicio del ‘bien y el mal’, ¿de qué manera podría redirigirse está parcelación, hablando sustentablemente? Permanecer entonces, con la mente abierta dejando entrar la sensibilidad paisajista, tal vez cayendo un poco en el Turismo mucho más cultural.

¿Un ejemplo? La Entrega. Qué playa tan importante histórica y ahora turísticamente, que nos invita desde la llegada a la tan mencionada:

-pero mire nomás, ¡es una alberca! (…) yo lo traigo-yo lo llevo-lo paseo-lo invito-le hago trencitas-lo que quiera, ¡está usted en su casa!

Si es mi casa, el espacio público queda completamente quebrado y la ganancia en su momento termina siendo pérdida en el futuro tan cercano. Se acabó el museo de peces y la ‘alberca’ deja de serlo por la acumulación de tráfico de ‘nadadores’. El turismo no puede seguir concibiéndose como forma de explotación a tal escala de extinción que nos sigan llevando a torpes resultados. Aún estamos a tiempo para generar el binomio costa+inteligencia, contemplando el equilibrio entre todas estas ramas que envuelven al territorio. El mismo que deja que crezcan sus habitantes a veces dispersa u ordenada y definitivamente inconsciente, pero siempre con permanencia.

Al final, abstrayendo, sólo nos queda la Costa sensible. Una costa en la que existe una relación particular, principalmente la del paisaje (paisaje columnante), que salta a la vista incluso al no-observador. Comenzando con la selva seca, seguida de vegetación salada y ‘columnante’ (palmeras, rocas y derivados), para dar continuidad a la playa que introduce sutilmente la masividad del mar: ‘racimos de agua, plegaria de las olas, inextinguible corazón del mundo helénico Thalassa’.