Por: Omar Alejandro Ángel

Tenías la sonrisa más extensa que jamás vi. Y lo ignoras. Desconoces tu poder, la fuerza del encanto más puro y sublime. No te diste cuenta. Quisiera recordaras -conocieras- ese día por la mirada que cautivó tu sonrisa, por la insuficiencia de palabras que provocó tu caminar ligero, despreocupado; mataría por que tú, desgraciada inmortal, experimentaras el sufrimeinto de verte pasar, la extraña y plenizante sensación de cómo la habitación mengua e implosiona con tu presencia. Quisiera eso, sólo eso. ¿Es demasiada petición? ¿Es inconcebible pedir algo así? tan sólo deseo… deseo, ah qué bello; qué pleno y lindo… vos me enseñaste a decir “lindo”. En realidad ya sabía cómo articularlo, pero no es la plabra en sí, ¿me entiendes? Tú me enseñaste a quitar los ripios, los lugares comunes, las modas del lenguaje a, en verdad, desbordar el alma (a tu lado conocí que tengo una), a enamorarme y amar las simplezas, como contemplar el viendo desde un balcón ¿recuerdas? Pero es de aquél día del que quiero hablarte, de El día y de nada más A veces pienso que la esencia de todo (no de Todo, sino de todo, de nuestro todo) se encuentra en el acto más simple e inesperado. Jamás lo imaginarías, cariño, como jamás notaste lo que (me) pasó ese día. El hecho, pues, esta esencia, radica en lo que decían, lo que tenían impreso (o grabado, desconozco el vocablo preciso) tus anteojos. Imagino tu risa y la cara de incertidumbre que pondrías al escuchar esto. Sí, tus lentos decían “Patagonia” y yo siempre había soñado con ir. No conozco la nieve, ni ese frío intenso que incita al abrazo, al beso y a la caricia más profundos. Pero, te he dicho, es (no fue) la palabra en sí, ¿ves? “Patagonia” en ti, en tus lentes, me decía que no necesitaba viajar más, ¿para qué? la nieve estaba ya en tu piel, en la sonrisa tan blanca que tenés (disculpa la mala y común metáfora) y el calor lo crearíamos. A veces pienso en él (en el calor) como un agregado químico: tú el componente A y yo el B; pienso en los dos fundiéndonos, reaccionando bajo el catalizador de una linda lectura. Ese día leíamos, hacíamos como que leíamos, sobre el amor cortés, ¿recuerdas? Tú hiciste un comentario tan gracioso sobre el prototipo del amador… fueron sonrisas auténticas, te juro. Y en ese instante comprendí: tenés la sonrisa más extensa que jamás conocí. E ignoras su poder.

 

Foto: Martingarri, algunos derechos reservados.