24 de junio de 2013

  • El artista de origen oaxaqueño fue un virtuoso en las técnicas clásicas y un innovador en el campo del arte de la estampa.
  • Este 24 de junio se conmemora el 22 aniversario luctuoso del pintor

A Rufino Tamayo (Tlaxiaco, Oaxaca, 25 de agosto de 1899 – Ciudad de México, 24 de junio 1991) comúnmente se le describe como un artista precursor. Fue de los primeros en América que interpretó sus raíces sin historicismo, anécdota o proclama. Empleó elementos puramente plásticos de indudable origen local, para lograr obras de belleza y calidad en el campo de la obra gráfica en México.

En los cuadros de Rufino Tamayo no hay relatos. Son pinturas hechas de luz, color y materia. “No debe uno afanarse por saber qué quiso decir, sus cuadros son directos y nos dejan a solas con el puro júbilo de mirar. La pintura de Tamayo es un regalo a los ojos” expresa Elisa Ramírez Castañeda en el libro Rufino Tamayo. Vuela por sus raíces.

Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, uno de los más grandes artistas plásticos del siglo XX, fue  pintor, muralista, dibujante, y hombre interesado en la gráfica. Su padre Manuel Arellanes, abandonó a su madre, Florentina Tamayo, cuando era un niño, murió cuando Tamayo apenas tenía 11 años de edad. Su tía Amalia se hizo cargo de él y lo llevó a vivir a la colonia Guerrero, en la Ciudad de México. Junto con su tía, el artista se dedicaba al comercio de frutas en el mercado de la Merced, rompiendo su relación familiar al decidir que quería ser pintor.

Su obra se caracterizó por su voluntad de integrar en ellas la herencia precolombina autóctona, la experimentación y las innovadoras tendencias plásticas que revolucionaban los ambientes artísticos europeos a comienzos del siglo XX.

Tamayo descubrió que en su tradición estaba la fuente para su trabajo. “Traté entonces de olvidar lo aprendido en la Escuela de Bellas Artes, incluso me endurecí la mano para empezar de nuevo. Comencé a deformar las cosas, pensando siempre en el arte prehispánico. Sus proporciones no eran las clásicas que se enseñaban en la escuela; ciertamente la belleza del cuerpo humano no se encuentra en la medida de siete cabezas. En el arte prehispánico hay una libertad absoluta en lo que se refiere a las proporciones”, expresó alguna vez el pintor condecorado con la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República  en 1988.

El pintor oaxaqueño realizó una búsqueda estética anclada en las raíces del México indígena. Su estilo “primitivo” que inicia desde los años veinte y que forma parte de la diversidad de propuestas pictóricas de entonces, no desaparece del todo. Lo mismo sucede con la relación entre mexicanidad y modernidad, temática que desarrolló a lo largo de su carrera artística

Su obra puede dividirse en varios periodos. Entre 1926 y 1938 en los que pintó naturalezas muertas y paisajes urbanos. En la década de los cuarenta constituyó el primer gran periodo creativo de Tamayo, que tuvo como escenario la ciudad de Nueva York, donde radicó durante casi 20 años y descubrió la facultad metafórica de los colores y las formas.

En los cincuenta consolidó su fama internacional. Trabajó con la litografía, un campo de innovación en el que volcó su sensibilidad. En los años setenta eliminó en la pintura lo superfluo, usó el collage y en la gráfica introdujo diversos materiales.

En 1973, junto con Luis Remba, fundador de Taller de Gráfica Mexicana, creó la técnica de mixografía, en la cual se emplea la impresión sobre papel para dar profundidad y textura a las pinturas.

En la octava década de su vida definen su pintura el rigor plástico y la imaginación que transfigura al objeto. La compleja síntesis a la que llegó incluía rasgos del arte prehispánico, el arte popular y las distintas vanguardias internacionales.

Para la especialista Raquel Tibol, Rufino Tamayo realizó una amplia y variada producción a lo largo de 66 años, sin repetir hallazgos estéticos, siempre guardando autonomía e independencia.



Entre la polémica y la ruptura

Después de la Revolución Mexicana, la cultura y el arte se volcaron hacia lo “mexicano”, naciendo así la pintura muralista que consistía en celebrar al país y sus luchas, de llevar el arte a los edificios públicos para que el pueblo aprendiera, disfrutara y recordara sus orígenes.

Rufino Tamayo pintó murales, pero le interesaba mucho más pintar telas donde el color, la materia, el tema y la manera de plasmar una visión son asunto personal de cada artista. El hombre descubrió que nunca lograría hacer lo que deseaba en México, pues tenía la necesidad de ver y conocer otras corrientes artísticas y de pintar en libertad.

“Era difícil vivir a contracorriente de todos los demás pintores, era muy difícil ganarse la vida, era casi imposible pintar como él quería”, señala Elisa Ramírez, en la publicación editada por el Conaculta.

Al ver un panorama poco favorecedor, Tamayo se fue a Nueva York con su amigo, el músico Carlos Chávez. En aquella ciudad estadounidense en 1926 realizó su primera exposición la cual tuvo mucho éxito. Los conocedores, los críticos y otros pintores estaban sorprendidos, pues sólo conocían la pintura de los muralistas. Y aunque en México se le acusaba de ser renegado de su patria, en Nueva York se le consideró muy mexicano, sólo que con una visión distinta de su país, un revolucionario por su forma de pintar, no por los temas que ponía en las telas.

Ana Torres, en su texto Rufino Tamayo: ¿un pintor de ruptura?, señala que la imagen pública de Tamayo empieza a cobrar fuerza cuando los críticos de arte nacionales y extranjeros marcan una diferencia tajante entre su pintura y la de los muralistas. La investigadora de la UNAM, relata que el crítico de arte Henry McBride escribió una fuerte crítica a la pintura política de Rivera y Orozco, estableciendo una diferencia entre Tamayo y la pintura de sus contemporáneos.

“Entre los pintores vivos de México Tamayo es el único que avanza por el camino de la estética. Podrá ser tan político como el resto, pero lo que sí puedo afirmar es que cuando él pinta no lo hace como político sino como artista”.

En opinión de Henry McBride, la pintura de contenidos ideológicos había obstaculizado el desarrollo de la pintura en México; afirmaba que por sus características tendenciosas esta preferencia nunca podría llegar a ser universal.

El mural Revolución (1938) realizado por Rufino Tamayo en el Museo de las Culturas, el cual se refiere a la lucha armada de México y representa el fin del régimen porfirista, es uno de los pocos ejemplos en los que el pintor hace referencia al tema revolucionario.

La relación del artista, miembro honorario del Colegio Nacional, con otras corrientes de la pintura lo enriquecieron. El dibujo de intensa energía expresado en líneas de distinto grosor y ritmo, los contrastes entre los blancos del papel y los negros de las superficies entintadas terminaron por dar un carácter individualizado al trabajo del artista, que pronto fue reconocido por galerías y coleccionistas estadounidenses y mexicanos e incorporado a las muestras colectivas y antológicas dedicadas a su trabajo gráfico.

Luis Cardoza y Aragón y Xavier Villaurrutia citaban que si bien las obras pictoricas de Tamayo se alejaban de la pintura política o de cualquier contenido ideológico, esto no era un defecto sino, al contrario, una virtud; en sus pinturas encontraban una expresividad vinculada con la universalidad y al mismo tiempo, una reflexión introspectiva sobre la mexicanidad.

Aportaciones

Rufino Tamayo fue el primer artista que hizo litografías policromadas en México y en el campo de la gráfica mexicana hizo aportaciones sobresalientes: el color y las texturas.

En la introducción del libro Rufino Tamayo Catalogue Raisonné, Raquel Tibol indica que desde que Tamayo percibió que el blanco del papel hacía que el color saliera, vibrara y adquiriera toda su elocuencia, y que empujaba al color hacía vibrar las transparencias, se entregó a la práctica de estampas policromadas con niveles de excelencia.

“Como gran colorista que fue, entendió que hacer color no significaba abundar en él, engolosinarse con una supuesta riqueza. El color, como la forma, debía tener un sentido, obedecer a un proyecto, a un sistema de ideas. Los acentos texturales iniciaron un nuevo capítulo en las imágenes por estampación. Las pastas de distintas sustancias y los papeles elaborados manualmente permitieron la incorporación de cualquier cosa o materia. Se dio entonces, intencionalmente, una auténtica emulación competitiva entre las texturas y los cromatismos, conseguido todo en el instante definitivo de la impresión”.

Sus maestros de pintura lo consideraron mal estudiante. Así que no fue sentado en una banca ni copiando modelos a la perfección como aprendió el arte del color. Tamayo prefirió “salirse de la rayita” y escaparse al campo para mirar y mirar la naturaleza o a los museos.

En el texto Tamayo, artista gráfico, Juan Carlos Pereda describe a Tamayo como uno de los principales artistas que definió la modernidad en la pintura mexicana. Señala que su legado a la historia del arte no es sólo al del pintor que desarrolló una sintaxis estética propia, es también, el de uno de los artistas gráficos con mayor cantidad de recursos formales y simbólicos en constante renovación, un virtuoso en las técnicas clásicas y un innovador en el campo del arte de la estampa, quien asumió con ingenio los retos para superarse.

El nombrado Hijo Predilecto por el gobierno de Oaxaca en 1972, en el arte de la gráfica cultivó todas las técnicas existentes y en sociedad con el ingenio mexicano de Luis Remba, amplió las posibilidades técnicas y estéticas del campo al crear un nuevo género de obra múltiple: la mixografía, una técnica de impresión que permite producir grabados tridimensionales.

Elisa Ramírez Castañeda, señala que fue en el año 1948 con una exposición en el Palacio de Bellas Artes que entonces Tamayo fue reconocido, siendo valorado por primera vez en el país, pues era considerado casi un traidor a México por haber intentado nuevos caminos. Mientras radicó en Estados Unidos los artistas, los críticos y el público siguieron atacándolo.

Después de una estancia intermitente de más de 25 años en Estados Unidos y Europa, regresó a México en 1964, para años más tarde inaugurar dos museos. En 1974 abrió sus puertas en la ciudad de Oaxaca el Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo con 1300 piezas coleccionadas y donadas por el artista; y el 29 de mayo de 1981 se abrió al público el Museo Rufino Tamayo en Chapultepec, hoy Museo Tamayo. Arte contemporáneo.

En los museos de Arte Moderno de México, París, Nueva York, Río de Janeiro, la Galería Nazionale de Arte Moderno de Roma, el Royale de Bruselas, los de Cleveland, San Luis Misuri, Filadelfia, Arizona, San Francisco, Cincinnati, Dallas, The New York Public Library, el Bank of the Southwest de Houston y el barco Shalow, de bandera israelí, albergan las obras de Rufino Tamayo.



Lo último sobre el creador de pintura de caballete, cuadros y murales

En reciente fecha el nombre de Rufino Tamayo estuvo presente al presentarse el libro Los Tamayo, un cuadro de familia, publicación realizada por la sobrina del artista mexicano María Elena Bermúdez Flores, en la que se presenta una amplia investigación llena de recuerdos familiares que ofrecen un retrato íntimo de uno de los más grandes artistas del siglo XX.

En la presentación del libro, María Elena Bermúdez Flores, dijo que su obra es un homenaje a un oaxaqueño extraordinario quien, junto con su esposa Olga Flores Rivas, formó una de las parejas más emblemáticas del siglo XX.

“Fue un hombre con un profundo arraigo a su país, siendo en sus pinturas el ser humano siempre protagonista, al igual que el universo, como aquella titulada El hombre frente al infinito, en la que nos percatamos de su gran talento”. La autora mencionó que mil 600 óleos, 400 retratos y 21 murales se cuentan entre el gran legado que dejó Tamayo para los mexicanos.