eloriente.net
2 de noviembre de 2013
Por: Omar Alejandro Ángel
Me llevo un libro nuevo y grueso de Murakami. No, mejor lo dejo; la literatura oriental moderadamente americana no es lo mío. Me llevo, eso sí, el libro que me ganaron en regalarte. Me llevo un minúsculo pedazo de papel con una caricatura (el personaje tiene moño y monóculo) que habías dibujado para mí. De la boca del personaje sale un globito con palabras, las palabras dicen cosas racistamente cómicas. También llevo una hoja seca recogida afuera de la que por meses fue mi casa, recogida un día que limpiaste mi llanto. Y otra hoja, petrificada, blanca, que me recuerda tu nariz y tus gestos de conejo. Ése, fue el día en que empezó la suerte.
Me llevo, en la boca el gusto del café que nunca compartimos. (Por todas las cosas buenas, te aseguro).
No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevo las sonrisas y tus eternos apuros al irte, al no irte y al llegar. Y un asombro por todo esto que pasó sin pasar; todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido sin ser.
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