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18 de marzo de 2014
Por: Salvatore D’Auria*
¿Qué se entiende por comunidad? Una definición interesante es aquella que la describe como “…un grupo de personas ocupando una determinada área de sociedad, la cual participa de un sistema de intereses y actividades, es bastante amplio como para poder incluir casi todas sus relaciones sociales.” (Murray, citado por Diéguez 1998). Sin embargo, al poder vivir una experiencia de cualquier tipo en una de las tantas comunidades del estado de Oaxaca, es sorprendente percatarse que en ellas encontramos más que un grupo de personas. Comunidad para ellos involucra todos sus alrededores con los cuales entrelazan una relación cosmogónica, a la cual muy difícilmente se le pueden aplicar definiciones.
Sería preferible hablar de muchos mundos, cada uno con identidad propia. Una identidad que les confiere atributos únicos, mismos que se convierten en motivo de orgullo, que engloba todo lo que es biodiversidad. Esta última es objeto hoy en día de “luchas” en pro de su salvaguarda y, por tanto, de la nuestra.
La arquitectura, finalmente, es expresión concreta de estas identidades. Pensamos en aquellos edificios que dan color a los pueblos, que personifican su cosmovisión, que reflejan sus procesos históricos, y por lo mismo son pasado, presente y futuro de los pueblos. Hablamos de estas construcciones que cobijan a sus habitantes según sus formas de vivir, propias de cada región. Un regionalismo que se refleja en el uso de recursos locales, como en la organización espacial de los edificios según las idiosincrasias de los pueblos.
Imagen: Casa en Santa María Chachoapam
Acercarnos a una construcción vernácula cualquiera, es ser seducido de inmediato por los detalles de una extraordinaria belleza, intrínseca en su simplicidad constructiva. Es suficiente detenerse frente a una pared de adobe para reflexionar todo lo que representa. Desde la fabricación de una pieza. Los tiempos humanos para su producción. Los conocimientos empíricos que permitieron proporcionarla, antes como pieza y luego en la composición de una pared. Mismas reflexiones se harían en el caso de una ordinaria cerca de carrizo. Se empezaría con la cosecha de los elementos, hecha en una determinada época del año y en un determinado momento del día. Se enfatizaría el cuidado de su entramado y de la elegancia de sus nudos de mecates. Más allá del hecho constructivo, la cerca con sus tamaños reducidos (1,20 m de altura) nos comunican paz social, al contrario de lo que hoy en día llamaría “la cultura de la barda”, o sea, aislamiento y protección.
De aquí las analogías con las que estamos llamando bioarquitectura. La arquitectura vernácula, o dicho con palabra de Bernard Rudofsky “arquitectura sin arquitectos”, es la precursora de todas aquellas tendencias arquitectónicas, inscritas en el marco de la arquitectura sustentable, que comparten el común denominador de buscar un equilibrio con el medio ambiente.
Hoy en día estas edificaciones espontáneas enfrentan una lucha contra el olvido; dos son las causas principales: por un lado la introducción de técnicas constructivas contemporáneas, ajenas a los contextos comunitarios de inserción y por el otro, un alto grado de abandono de las edificaciones vernáculas, testimonios de un savoir faire milenario.
La primera es un óptimo indicador para medir el gran éxito obtenido por las extensivas campañas del terror, perpetradas por los fuerte poderes económicos a favor del uso de materiales industrializados, que si bien no debería considerarse como recurso prohibido, sí deberían usarse con mayor racionalidad.
El abandono de las construcciones vernáculas, dejadas a su destino, objeto de una lenta agonía, no es más que la prueba de la amarga resignación frente a un cambio social que no necesariamente es representativo del llamado y tan adulado “desarrollo”. Estas ruinas son mucho más que edificios sin uso, representan la lamentable pérdida de la identidad de un pueblo, de su cultura integral, de un sentido de pertenencia a un territorio, a una comunidad.
Sirva esto como un llamado para que toda persona, que viva en una comunidad o que viva en un contexto urbano, no deje de reflexionar sobre aquellas paredes que aparentemente no tienen memoria. Que los jóvenes rescaten su pasado, defiendan su historia, sanen aquellos edificios enfermos. Edificios que con pocas acciones podrían regresar a la vida y demostrar que aun pueden servir, tal vez mejor que otros que ostentan tanta modernidad.
*Salvatore es arquitecto por la Facultad de Arquitectura del Politécnico de Turín. Docente en la Facultad de Arquitectura 5 de Mayo de la UABJO, y desarrolla proyectos arquitectónicos ecológicos.
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