(www.eloriente.net, México, a 27 de febrero de 2016, por Carlos Spíndola).- Karl Böhm, uno de los directores de orquesta más significativos de la historia, relata en sus memorias como antes de aprender a decir papá o mamá, su primer vocablo fue decir “MIN” que, en su propio lenguaje, significaba “música”.

Otro gran director de orquesta, fundamental en nuestro tiempo, Claudio Abbado, recuerda frecuentemente como después de haber visto una ejecución de los Nocturnos de Claude Debussy, en la Scala de Milán, quedó tan fuera de sí que no habló durante el trayecto a casa. Y así permaneció por mucho tiempo, sin otro pensamiento que no fuera el de consagrar su vida a la música. Por lo que escribió en su diario, “De grande seré director de orquesta y no otra cosa”. Palabra que cumplió.

Un último ejemplo de lo decisivo que es el llamado del arte sonoro a la vida lo tenemos en el barítono alemán Dietrich Fischer Dieskau, que en su texto Reverberancias cuenta como desde adolescente amigo que llegaba a  su casa, amigo que tenía que oírlo cantar y, sobre todo, escuchar con él la enorme cantidad de novedades discográficas que iba adquiriendo semana tras semana, hechos estos que le dieron muy pronto notoriedad entre la sociedad berlinesa.

Pero el fenómeno musical no solo atrapa al gran intérprete o al creador, sino a cualquier persona que se acerque a ella con sinceridad. A estas personas se les conoce como “melómanos”, ya que en sí contienen el “Melos”, es decir, ese don de poder percibir, sentir, gozar y hasta sufrir con la música. A veces, incluso, sin control alguno. Pero este “Melos” no es del todo general. En nuestras sociedades lo podemos percibir simplemente caminando por las calles. Sonidos y sonidos que nos inundan, pero sin poner atención en ellos. Esto es algo que José Vasconcelos tuvo siempre presente, ya que para él, el cambio total de México pasaba forzosamente en el desarrollo de la musicalidad entre los connacionales, por lo que en sus escritos la música significaba un asunto prioritario.

Llegaba a tal grado su confianza en la música que llegó a manifestar en su libro La Sonata Mágica que el día en que los mexicanos escucharan a Nicolai Rimsky Korsakoff, ese día comenzaría su redención. Ahí mismo  comenta como él llegaba al éxtasis escuchando la ópera Sadkó o el poema sinfónico Scherezada del citado autor.

La música entonces comenzó a ser un principio esencial de su filosofía y de sus políticas públicas. Como filosofía, la música era un vehículo para llegar al Absoluto. Como política pública Vasconcelos heredó la idea platónica, y de Confucio, de que el tipo de música era determinante en el  progreso espiritual de las sociedades.

Cuando en 1921 fundó la SEP estableció un Departamento de Bellas Artes y, dentro de él, una estructura administrativa de apoyo a la música. La idea de Vasconcelos era divulgar los sonidos propios y universales. Vernáculos y académicos. Fundar orquestas, orfeones y, sobre todo, lograr sensibilizar al pueblo de México  hacia lo importante  que es acercarse a la música, en concreto a la música de arte.

En aquellos años Vasconcelos tenía una enorme identificación con Beethoven. Identificación natural por la idea de libertad y de triunfo del espíritu que este autor irradia. Del poder que tiene esta música para  alcanzar la “eclosión” del propio ser. Del poder que tiene esta música para eliminar todo tipo de alienaciones.

Los textos referidos a Beethoven están dedicados a explicar, desde la visión del filósofo y del entusiasta, las sinfonías números 5 y 7 de Beethoven. En la sinfonía número cinco Vasconcelos explica, intercalando textos, perfectamente la forma sonata. El tema principal, el segundo tema, los contrastes, la lucha, la síntesis. Lo épico y lo lírico. La lucha contra el destino hasta llegar al cuarto movimiento donde con la orquesta en todo su brío, cito: “palpitan heroicas marchas triunfales de estridencia sublime, de gloria sin víctimas, de revivir universal”.

Para la sinfonía número 7 de Beethoven, Vasconcelos nos narra sus emociones tras haber visto a Isadora Duncan y su cuerpo de danza en una puesta en escena de dicha partitura. Vasconcelos queda impresionado con lo que hace la Duncan, el movimiento, el ritmo asimilado por su cuerpo ante cada embate de la orquesta. Y luego sus discípulas danzando en un furor incontrolable. De esta sinfonía nos dice Vasconcelos: “La creación se sacude con el canto de la Palingenesia; la vida tiembla y danza gloriosamente, se eleva en actitudes victoriosas y nos arranca a gritos; una dicha profunda que nos hace llorar, pero con sollozos de goce”.

Ese sentido heroico de la vida, Vasconcelos se lo llegó a confesar a Alfonso Reyes  en una carta fechada el 16 de septiembre de 1920 al confesarle que: en la vida, “es preciso cumplir una obra; una obra terrestre, una obra que prepare el camino a otros y que nos permita seguir a nosotros mismos”.

Esta obra estuvo en más de una ocasión en peligro total debido a los acontecimientos políticos que inundaron la trayectoria de Vasconcelos. Tanto por sus distintas posturas ideológicas a lo largo de su vida, como por ser víctima de un sistema antidemocrático. Pero en todos los espacios Vasconcelos tenía tiempo para meditar, escribir y seguir adelante con su Credo confesado a Alfonso Reyes. Valga solo como referencia que, mientras estaba en campaña presidencial en 1929 su otra gran preocupación era terminar su tratado de metafísica.

Otro autor favorito de Vasconcelos lo era Wolfgang Amadeus Mozart de cuya producción llegó a decir: “En la felicidad que la música de Mozart engendra, el arte está por encima de las pasiones y nos adentramos a la contemplación del universo ya que con ésta música, el alma abre los ojos”.

Baste, por último, mencionar que en el punto más alto de su estética estaba la música sacra. En particular el canto gregoriano y la polifonía renacentista. Esto porque veía en estos géneros todo alejamiento de artificio y la unión de palabra y sonidos en algo más allá de la música, en –como él le llamaba “el acto incremento”. La vía para fundirse con lo divino.

Su obra educadora, y la vertiente musical de ella, llegaron a su máxima visión futurista cuando escribió un apartado en el libro De Robinson a Odiseo donde habla de la ventaja de usar discos en la educación musical de los mexicanos. Y, por ende, del uso extenso de la radio para lograrlo. Solo consta apuntar que hasta la fecha, no existe en México una radio cultural que llegue a todos los mexicanos. Vasconcelos plantea claramente el contenido de su estación de radio: conocimiento, cultura y música de concierto todo el día. Esto es lo que hoy hacen Opus 94 y Radio UNAM, pero su alcance abierto es solo para el Distrito Federal y su alcance general es vía Internet. Y, aunque están al alcance de todos, no llega a todos. Este tipo de visión puede ser comparable a la que, por ejemplo, tenía el director de orquesta austríaco Herbert von Karajan en el sentido de que la música llegue a todos. Él vislumbró esto en la televisión

Un último punto. Vasconcelos nos dejó muy poco escrito sobre la música mexicana. ¿Qué pensaba sobre Silvestre Revueltas, Blas Galindo, Salvador Contreras o José Pablo Moncayo? Para indagar la respuesta a tal cuestionamiento podemos tener una pista. En 1921, Vasconcelos encargó a Carlos Chávez un ballet cuyo título es El Fuego Nuevo. Esa partitura se iba a estrenar con la inauguración del Estadio Nacional, aquel macroescenario que se entendía iba a ser el punto de concentración cultural de los mexicanos. Gracias a los biógrafos de Carlos Chávez conocemos todo de ese ballet: su trama, el diseño de la escenografía, el vestuario… Pero, falta la música. Se conoce que en 1930 se reestrenó con la orquesta sinfónica de México bajo la batuta del mismo Chávez y que la orquestación está amplificada. Por cierto, la orquesta es acompañada por un coro femenino. Sabemos que la música es pentafónica mayoritariamente y sabemos que es la primera creación de Chávez, la primera, de corte auténticamente nacionalista dentro de su producción. No música pintoresca. Sino invención propia de la nacionalidad. Creo que vale la pena recuperar el manuscrito de esta música, grabarlo, ponerlo en escena y ponerlo a conocimiento de todos. Con ello nos daremos cuenta que Vasconcelos no solo apoyó decididamente el movimiento plástico del muralismo, sino que los sonidos emanados de él, también son obra de su motivación.

Septiembre 2009.

Partitura

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