(Vicente Huidobro)
Periódico de Poesía / El Oriente
Del Archivo del Periódico de Poesía, este texto de Vicente Quirarte escrito con motivo de los 100 años del nacimiento de Vicente Huidobro, publicado en el número 1 de la Nueva Época del Periódico de Poesía, primavera de 1993.
Yo soy Vicente Huidobro
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Vicente Quirarte
Voté por Vicente Huidobro Si quiere que el Chile Nuevo sea un hecho Cartel de propaganda electoral, ¿Ser un gran hombre? Según. Vicente Huidobro, Pasando y pasando, 1914 En el panorama de la poesía hispanoamericana, Vicente Huidobro tiene un lugar indiscutible. Exasperante su inteligencia, exasperante su egolatría, exasperante su privilegiada situación social, nadie puede negarle méritos al niño prodigio que a los 12 años escribía versos titulados “Eso soy yo”, y que desde entonces tuvo conciencia de su genio y fe en la veracidad de sus proposiciones. Sin embargo, a la hora del inevitable balance de personalidades, al momento de preguntarse sobre lassimpatías y diferencias de los autores de nuestra vanguardia, Huidobro es el menos afortunado: no fue un sufridor como César Vallejo ni tuvo que afanarse por escalar socialmente como Pablo Neruda. Para desgracia de su memoria, para beneficio de la poesía, Huidobro nació rico. Demos gracias a su fortuna haber permitido la hermosa edición de los 30 títulos que publicó en vida, y cuyas fotografías podemos conocer gracias a la revista española Poesía, que en su número especial 30-32 (1989), rinde homenaje al chileno: mediante una biografía de imágenes, una selección de textos autobiográficos y una antología poética, podemos apreciar en plenitud el periplo vital de esa sensibilidad privilegiada alojada más de medio siglo en Vicente Huidobro. Lo que no piensan suficientemente los críticos y los contemporáneos de Huidobro, que desean al poeta glorioso en su poesía y carente en sus otras necesidades, es que en lugar de asumir su papel en la alta sociedad chilena y gozar del título nobiliario al cual tenía derecho, marqués de Casa Real, a Vicente Huidobro no le interesó más que la poesía, y a ella se entregó con devoción y apetito ejemplares. Hay poetas importantes para la poesía y otros que lo son para la historia de la poesía. Huidobro puede vanagloriarse de ser, en ambos sentidos, irremplazable. Como autor de vanguardia, contribuyó a derribar las construcciones de la sensibilidad establecida; como artista ultraconsciente, levantó un edificio luminoso sobre las ruinas de lo destruido. Él, que no creía en otro poeta en lengua española aparte de Rubén Darío, concibió su trabajo como una revolución sin concesiones: “Éste es el ciclo de los creadores y de los hombres que tienen las manos llenas de semillas. No hay término medio: Arriba o abajo”, palabras que pueden ser eco de la declaración Dariana: “Y que los eunucos bufen”. Al contrario de contemporáneos suyos que propusieron la ciega eliminación de cuanto los antecediera, Huidobro es el constructor de uno de los poemas fundamentales de nuestra lengua, Altazor, donde el pensamiento y la realización estética, enfrentados, cristalizan en una de las más brillantes aventuras de la inteligencia sensible. Anatomía del “animal metafísico cargado de congojas” que es el hombre entre las dos guerras,Altazor es una teoría del lenguaje y su práctica lúdica, la narración del viaje y su anticipación, elogio de la poesía y su desmantelamiento. Al igual que sus contemporáneos, Huidobro practicó fecundamente el género literario llamado manifiesto. Sus libros en prosa Pasando y pasando y Vientos contrarios, donde alternan el texto autobiográfico, el ensayo breve y el aforismo, son fundamentales para apreciar en toda su amplitud la aventura huidobriana. Vanidoso, superlativo y demoledor, Huidobro se distingue de los manifiestos vanguardistas por la solidez y la claridad de sus argumentaciones. Para demostrarlo, espiguemos al azar fragmentos de los libros citados —una selección de los cuales será publicada este año por la UNAM en su colección Poemas y ensayos: 1. Al poeta debe interesarle el acto creativo y no el de la cristalización. Apliquemos este decálogo a un verso del canto II de Altazor: “¿Irías a ser muda que Dios te dio esas manos?” No hay en él complicación adjetival y sí el choque de los contrarios que Huidobro y Reverdy, más allá de polémicas sobre la paternidad del Creacionismo, consideraron como esencia de la poesía: donde la Naturaleza nos obligaría a leer ojos leemos manos. De tal sorpresa nace la duración de la carga eléctrica y la exposición del acto creativo sobre la cristalización, aunque ella se manifieste, y de qué manera. Como éste podríamos multiplicar los ejemplos para demostrar el carácter generativo y expansivo de las argumentaciones huidobrianas, así como la congruencia que mantienen entre concepción y realización, armonía raramente encontrada en los artistas de vanguardia. Pensemos, por ejemplo, en que la escritura automática de los surrealistas fue una manera de exploración heroica, importante como fuerza opositora, pero que no alcanzó frutos memorables. En un manifiesto de 1925, Huidobro resume su postura en este sentido:
Al contrario de las cóleras —a veces fáciles y superficiales— de los vanguardistas, Huidobro opinaba con conocimiento de causa. A las innovaciones del futurismo de Marinetti, afirma que en Píndaro y la Ilíada se alude a los deportes y la guerra. Lo diferente, dice, es el modo de expresar estas realidades. De ahí que reelabore la historia de Rodrigo Díaz de Vivar y nos ofrezca en Mio Cid Campeador (1929), una nueva lectura de Rodrigo Díaz de Vivar. Para Huidobro, el Cid es un paladín de nuestro tiempo, inspira a Douglas Fairbanks y es un convencido creacionista. A punto de que el escritor inicie la descripción de Jimena, la sombra del Cid se adelante y dice:
Cinco años menor que Fernando Pessoa, Vicente Huidobro puede ser seguido a través de varias figuras de su creación. Sin llegar a constituir heterónomos, las personalidades de Huidobro ayudan a comprender la complejidad de su persona: Adán, ocupado en colorear el alba del mundo en el poema del mismo nombre; Cagliostro, el quiromanciano del siglo XVIII sobre el cual escribió una novela cinematográfica ganadora de un premio de 10 mil dólares en Nueva York; Víctor Haldan, profeta y activista político protagonista de Finnis Britania, obra satírica dedicada a Gilbert K. Chesterton y Bernard Shaw; Altazor y su viaje en paracaídas y, por último, el propio Vicente Huidobro. En todos es notable la soledad buscada del héroe. No se limitó a admirar y cantar a los héroes mitológicos de su tiempo, como Charles Lindbergh, sino que consagra sus casi 55 años a forjar su propia aventura, desde el secuestro que hizo de Jimena Amunátegui, su segunda esposa, hasta su entrada, como parte del ejército aliado, al corazón de Berlín, donde reclamó, como botín de guerra, el teléfono privado de Hitler. Huidobro se vanagloriaba de tener sangre del Cid en sus venas; por ello exalta las virtudes de la primera persona y elabora un texto titulado “El héroe”, donde resume su concepción del ser excepcional. Heroicas, por solitarias y e incomprendidas, son las grandes aventuras vanguardistas: “El héroe tiene forzosamente que ser un solitario, tiene que sentir el voluptuoso dolor de ser isla, y mientras más rodeado se siente por los demás hombres, más solo se ve, y más fácilmente mide las miles de leguas que lo separan de los demás espíritus”. A los movimientos que conmocionaron al arte de su tiempo, Ramón Gómez de la Serna los denominó Ismos en el libro de tal título. Al igual que sus contemporáneos, Huidobro fue el fundador de uno de ellos, el Creacionismo. Y si bien la totalidad de su fecundísima obra poética no alcanza la concreción ni la altura de Altazor, también es verdad que su poema mayor debe ser entendido como parte de un proyecto al que su creador, como fundador y único miembro, mantuvo fidelidad irreprochable. Pocos lo comprendieron tan cabalmente como su amigo Gerardo Diego, quien siempre lo consideró su maestro:
Un poeta feliz es, en principio, una imposibilidad de la naturaleza para la criatura sensible y pensante. Para ser la excepción a la regla, la aventura de Vicente Huidobro se manifiesta como una sed interminable de crear, una alegría desenfrenada de vivir y transformar la vida. En su Historia trágica de la literatura, Walter Muschg se ha encargado de demostrar que los artistas son seres patológicos, incapaces de la sabiduría y la luminosidad existenciales. Muschg se vale sobre todo de ejemplos románticos, esa estirpe creadora que cifró sus obsesiones en el yo y sus abismos, negruras y terrores. En cambio, Huidobro fue parte de una generación consagrada al cultivo del yo como una creación irrepetible, en perpetua búsqueda de lo nuevo. Semejante desmesura causó a Huidobro numerosas enemistades. Quienes lo seguían, fascinados, en sus aventuras vanguardistas, se quejaban de los cambios y giros que tomaban, sin previo aviso, sus proyectos. No es casual, entonces, que Huidobro fuera amigo de Pablo Picasso y Ramón Gómez de la Serna, dos artistas en quienes la intensidad vital y la fecundidad creadora fueron actividades inseparables. Ahí donde Ramón inventa géneros literarios y Picasso enloquece a la perspectiva, Huidobro descubre la cuadratura del horizonte para demostrar que la pintura y la escritura son dos ocupaciones hermanas del espacio. Tan solo por esa insaciabilidad emocional, Huidobro es hermano de nuestro tiempo. Nacido en una época cuando el arte, cuestionado, parecía agotar todas sus posibilidades, al tiempo que abría otros senderos sucesivamente bifurcados, Vicente Huidobro es el autor de sus propios mil y un epitafios. Su sepulcro no existe porque los creadores no descansan. En su centenario, recordemos aquellas palabras contenidas en su novela Sátiro o el poder de las palabras (1939): “Los poetas no sienten el tiempo porque su ritmo interior es más potente que el ritmo del tiempo. Pueden pasar horas de horas suspendidos al fondo de sí mismos o agazapados encima de la eternidad. Un día puede caber entre dos suspiros y una noche entre dos palabras”. |
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