(www.eloriente.net, México, a 17 de mayo de 2018, por Jarumy Méndez).- Mühsam fue un poeta judío detenido y encarcelado por el régimen Nazi. Sus torturadores metieron en su celda a un chimpancé que habían robado del laboratorio de un científico también encarcelado, estaban convencidos que al ver el estado deplorable del poeta, el simio lo atacaría. Los historiadores narran que al verle, el chimpancé le abrazó, lo protegió y le lamió sus heridas. La piedad del animal enfureció a los soldados y estos lo mataron.
Han existido también, perros que defienden a sus dueños y fallecen tras su muerte, delfines que conducen a buen puerto a los náufragos, entre muchos otros ejemplos de sensibilidad. Y sin embargo, miles de animales son utilizados, maltratados y asesinados de formas crueles sin que ello represente una conducta moralmente reprochable. Qué sentido tiene en nuestra época y en nuestro mundo preguntarnos ¿tratar con respeto a los animales? ¿Preocuparnos por que los animales son torturados sin motivo?.
Superamos un siglo en el que el centro ético del debate fue reivindicar el valor y respeto intrínseco del ser humano, sin distingo de razas, credos, sexo y género. Pensar que unos humanos tenían más valor que otros por el lugar en que nacieron, por sus creencias o por haber nacido hombres y no mujeres trajo como consecuencia innumerables abusos, injusticias, dolor y sufrimiento; el holocausto, por ejemplo, es la cicatriz de la humanidad que aún nos duele. La dignidad es el concepto ético más relevante del siglo XX sobre el cual se reconstruyó un sistema moral y de derecho que dio como resultado La Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Organización de las Naciones Unidas.
Sin embargo, también en el siglo pasado se comenzaba a vaticinar una de las peores crisis humanitarias producto de la relación entre el ser humano y la naturaleza. Filósofos y ambientalistas señalaban las terribles consecuencias de seguir viendo al hombre como la medida de todas las cosas. El antropocentrismo ha traído como consecuencia la explotación indiscriminada de los recursos naturales para satisfacer las necesidades humanas; y aunque los científicos actuales hablan de un incremento inusual en la temperatura del planeta a causa de la actividad humana, seguimos sin hacer caso a un llamado ético del siglo XXI: cambiar nuestro actuar y la visión de nosotros mismos como especie en relación a lo que nos rodea. Cuando el hombre se dio cuenta de que la “razón” era su distinción en cuanto a las demás especies de vida que habitan este planeta, vio también arbitrariamente aparejada una superioridad que le permitió justificar su actuar de dominación y explotación de las demás formas de vida y recursos naturales existentes.
Como resultado, los animales no humanos son consumidos como comida, usados para vestimenta, atormentados y linchados por diversión, explotados como fuerza de trabajo, y criados y asesinados para que partes de su cuerpo sean usados como materiales en cosméticos y otros productos de consumo. Son, básicamente esclavos. No importa el sufrimiento si hay un beneficio para nosotros los humanos.
Ante esta idea que domina el mundo, debemos responder las siguientes interrogantes: ¿Solamente los seres humanos tienen un valor intrínseco? ¿Qué hace moralmente relevante la vida animal?. Debemos desmitificar algunas ideas que nos permiten sentirnos superiores. El especismo nos ha orillado a discriminar especies por tener capacidades diferentes a las nuestras o carecer de intelecto o lenguaje humano, pero si las capacidades intelectuales son relevantes para ofrecer respeto muchos humanos deberían quedar de igual forma excluidos, por lo tanto esta corriente del pensamiento debe quedar superada. Existen una diversidad de teorías que explican la relevancia moral de la vida animal apegándose a defender su capacidad “sintiente o sujeto de experiencias”, es decir, si creemos que los animales no son conscientes de su gozo o sufrimiento estamos equivocados. El problema está en seguir pensando que el animal existe para que el ser humano haga con él lo que más le convenga, no importa que eso sea cruel. Cuando se ha debatido la prohibición de peleas de perros y gallos, la prohibición de animales como espectáculo en circos y la prohibición de la tauromaquia se presentan dos opciones a seguir como referente ético: por un lado seguir argumentando que los animales son medios y el fin es nuestra complacencia o que los animales tienen un valor en sí mismos que nos obliga a respetarlos.
Según el filósofo Immanuel Kant, deberíamos actuar solamente de la manera que querríamos que fuese una ley universal, esto implica tratar a todos los seres humanos como fines en sí mismos. En la actualidad, los filósofos Christine Korsgaard y Julian Franklin han defendido la posición de Kant, pero han rechazado su conclusión de que debería aplicarse de manera exclusiva a los seres humanos, y han afirmado de los animales también tienen dignidad.
Decir que los animales tienen dignidad y por tanto derechos es un cambio de paradigma ético y moral que obliga a modificar legislaciones y acciones en todo el mundo, Reino Unido, Francia, CDMX y Zúrich tienen las legislaciones más avanzadas en materia de protección animal, en este último lugar, Zúrich, existen penas y multas altas por maltrato y los animales tienen derecho a un abogado ¿lo imaginaban?.
Defender y respetar a los animales no es una moda, un capricho de millennials o una estrategia partidista, es una revolución ética del siglo XXI que nos llama a cambiar nuestra forma de relacionarnos con el resto del planeta.